El sol iluminaba el cian del cielo cuando salí de dar clase a media tarde. Fui directamente a la piscina. El agua me parecía un espejo líquido que reflejaba los resplandores celestiales, mientras la luz vespertina que entraba por los ventanales doraba las burbujas de mis exhalaciones.
Una hora más tarde, de camino a casa al atardecer, atravesé Prospect Park. El cielo tomaba matices que variaban del turquesa al agua marina y al zafiro. Las aguas del lago se mostraban de un azul metálico con destellos plateados. Contrastaban con el paisaje circundante, en el que abundaban los marrones de las ramas y hojas secas y los amarillos de los carrizos mientras escaseaban los verdes, apenas presentes en algunos coníferos.
Minutos más tarde, ya en mi barrio de Windsor Terrace, el anochecer se profundizaba. El Cinturón de Orión resplandecía sobre un trasfondo de azul cobalto e índigo.
Extrañándote, mi vista, como mi alma, se llenaba todos esos azules al morir el día.
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