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Santiago de Chile, Mon Amour

Hace unos días acompañé a uno de mis estudiantes de la universidad a la urgencia de un centro médico, debido a que había recibido varios impactos de balines lanzados por las Fuerzas Especiales de carabineros, en quienes ha recaído principalmente la función de reprimir las movilizaciones sociales que ha vivido Chile, durante las últimas tres semanas. Tuve la suerte de conversar largamente con este también joven poeta, activista social y orgulloso descendiente de la cultura mapuche. Los balines habían dejado marcas notables en su cuerpo, pero a pesar de eso, había tenido la suerte de no haber perdido un ojo, situación que ha sido recurrente en la rebelión popular chilena, nacida en octubre.

Son alrededor de doscientos jóvenes los que han perdido sus globos oculares, debido a los balines o bombas lacrimógenas lanzadas por la policía. Muchos otros han sido asesinados por armas tanto de carabineros como de militares. Han sido decenas los torturados, decenas las mujeres violentadas sexualmente por las Fuerzas Armadas y de Orden, varios los atropellados, los quemados y no pocos los todavía desaparecidos. Chile vive una represión violentísima, con más de cuarenta personas muertas, de lo cual muy pocos medios han dado contundentemente cuenta. Han sido contados con las manos los políticos que en el orbe han intentado apoyar al pueblo chileno y sus demandas, imagino porque este país vive de las más astutas, perversas e hipócritas dictaduras que existen: la que opera cuando se está en democracia.

Ahora, quién puede hablar de Chile y la magnitud de su estallido social, digo, quién puede cargar de completa autoridad sus palabras antes de prodigarlas. Tenemos tan encima a la historia, a nuestra propia historia, que, convengamos, es complejo entregar un panorama crítico o sensato desde fuera o en medio de las balas. Por un lado, la negligencia e inconsciencia de nuestra clase política y empresarial no dejan de insumar las barricadas, ya familiares en las avenidas de este país; y por otro lado, la rabia incombustible de los manifestantes, su sensación de “no tener nada que perder”, hacen de un posible pacto social todavía un fin asintótico. Por si fuera poco, cada una de las palabras del presidente Piñera muestran persistentemente lejana la posibilidad de mínimos acuerdos.

Sin embargo, y a pesar de todos los contratiempos, como docente, y sobre todo como docente de lengua y literatura, no podía dejar de hacer el esfuerzo y analizar las palabras que han poblado las vociferaciones más rabiosas o los discursos que procuran ser más juiciosos, en medio de una arena social y política en decidida beligerancia. Quiso el destino que ayer, precisamente, me encontrara en la marcha con otros dos profesores, colegas de literatura, con quienes caminamos desde el precioso barrio Yungay, por un no menos bello barrio Brasil, hasta la Alameda, principal avenida de esta capital. Entre resabios de lacrimógenas y gas pimienta, logramos llegar hasta Plaza Italia, que es el centro neurálgico de toda celebración y manifestación política y deportiva de esta nación. Una plaza donde se unen simbólica y geográficamente las dos clases sociales predominantes en Chile. Así mismito ha solido ser este país, bien segregado, encantador.

Ya en la manifestación, con los colegas bailamos y gritamos como si tuviésemos veinte años menos, sintiéndonos parte de la bravura de aquellos y aquellas adolescentes, que aguantaban los perdigones como si fuesen papeles picados lanzados en plena juerga, prácticamente ostentando los hematomas en sus cuerpos, sus heridas de guerra, de esta guerra literalmente declarada por el gobierno de Sebastián Piñera. Rodrigo, el estudiante y poeta mapuche con el que estuvimos en urgencias, ya estaba de vuelta en las movilizaciones, parchado y entusiasta, orgulloso de ser parte de una generación temeraria y generosa, capaz de generar resistencia, auxiliar a los heridos y sumar a sus discursos y carteles frases que no han pasado inadvertidas para el mundo.

Es que puede ser del todo inesperado que en un escenario de tal furor y violencia sea tan recurrente el uso del humor, donde se festina con el hecho de no tener miedo a la policía, por ejemplo, y donde términos como “unidad” y “amor” sean de uso frecuente, también el que las consignas sean en referencia que la lucha se bate por otras personas, lo que sin duda es un acto de generosidad y amor. A continuación, algunas de estas célebres frases y oraciones:

– “Le tengo más miedo a mi mamá cuando vuelve de la reunión del colegio, que a los pacos [policía]”; “Más miedo tengo cuando voy a comprar cilantro y traigo perejil”; “Nos quitaron tanto, que nos quitaron hasta el miedo”… “No tenemos Miedo”.
– “Marchamos porque estamos vivos, y no sabemos hasta cuándo. Pero seguiremos marchando”.
– “Mamá, hoy marcho por ti, por esa deuda histórica que nunca te pagaron y que moriste esperando” (en referencia a la deuda histórica del Estado con sus profesores).
– “Marcho por mis abuelitos, por una pensión digna”.
– “Por ti mamita, que te llamaron a operar cuando te velábamos”.
-“No estamos en Guerra, estamos Unidos”.
– “Nos cansamos, nos Unimos”.
– “Piñera: estamos tan unidos, que salgo a marchar con mi ex”.
– “Sal a marchar, el amor de tu vida podría estar aquí”.
– “Ama, lucha, resiste”.

Para el querido Paulo Freire, también profesor de lengua y literatura, lo que se contrapone al amor no es el odio, sino que es el miedo, es el miedo lo que obstaculiza la liberación del ser humano. Atendiendo las anteriores palabras del docente e investigador brasileño, por lógica, el amor sería un sentimiento fundamentalmente temerario, donde, por ejemplo, el temor histórico de Chile a las rebeliones sociales, puede ser hasta el combustible para la actitud desafiante, a la vez, que fraterna de quienes hoy por hoy se arriesgan textualmente el pellejo en la calle, presionando el cambio del modelo ultraliberal, enquistado en la epidermis chilena.

En Santiago de Chile, en Concepción, Valparaíso, Iquique, La Serena, entre tantas otras ciudades de este país, la violencia se ha desatado, quién puede negar eso. El patrimonio ha sido dañado o destruido, los que siempre se aprovechan (sean ricos o pobres) han saqueado desde supermercados hasta pequeñas tiendas, lo cual ha sido argumento fresco para que el gobierno endurezca su discurso y represión. De hecho, hoy jueves, el presidente Piñera convocó al Consejo de Seguridad Nacional (Cosena), para potenciar leyes que complementen la violentísima represión que vivimos, aunque también la convocatoria ha sido leída como la antesala de un posible autogolpe de Estado. En fin, lo lamentable es que, paulatinamente, las centenares de violaciones a los Derechos Humanos han sido “empatadas” con estos saqueos y destrucciones, donde además se ha justificado la violencia en pos de la normalidad que supuestamente deseamos todos los chilenos.

Anteayer, leyendo en medio de la infinidad de carteles, rayados y cánticos, recibí mis primeros balines en una marcha. Por querer levantar a una señora que había caído en una estampida, quedé a merced de dos carabineros que no dudaron en dispararnos. Como diría la poeta Eloísa, hace más o menos mil años atrás, en mi pecho, hombro y brazo izquierdo llevaré, temporalmente, “cinco besos” de nuestra historia… porque los versos ya no nos alcanzan, sino que es el cuerpo el que debe entrar a esta historia que tenemos tan encima, en un Santiago tan encima, en una realidad que ciertamente nos abruma y entusiasma.

Al igual que Rodrigo, mi apreciado estudiante-poeta, mañana volveré a la marcha, parchado, con un poco más de dignidad y la misma rabia, a hacer presión, hasta derribar un modelo deshumanizado, cruel y basado sustancialmente en el temor. En un miedo que ha fomentado inmensas fortunas, que ha propiciado los más descarados actos de corrupción, teniendo como telón nuestro silencio.

Para finalizar solo decir que cada vez más doy fe que es el amor el gran motor de estas marchas: el amor a los abuelos, a los padres, a las hijas y los hijos, pero sobre todo, el amor por sí mismo, por eso volveré con la determinación y la temeridad inherente al más genuino amor, con esa actitud de los que, sin dudar, amamos… con todo… sino para qué.

Sin miedo. Sin miedo.

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