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eduardo vilades
Photo by: Ramón Peco ©

¡Sácame de compras!

La consigna que apuesta por pisar con fuerza en la vida y sentirse seguro consigo mismo gracias a unas bragas o unos pañuelos de colores me suscita serias dudas y me parece totalmente cosificadora. Lo mismo considero de las empresas que te sacan de compras, te renuevan el fondo de armario o te maquillan. Sacaperras que venden humo. Ya en mis tiempos de periodista, especialmente en la última etapa, me especialicé en información sobre moda y solía cubrir Cibeles y todas las Fashion Week imaginables (Milán, Nueva York, Londres, Kuala Lumpur, Cuenca, Villanueva de la Serena, París). A partir de una plantilla, iba metiendo los nombres de los diseñadores sobre los que tenía que informar y la noticia estaba lista. Las muletillas eran siempre las mismas: camina con decisión en la vida, conjuntos atemporales de quita y pon, ideales para verano o para invierno, ropa rústica a la vez que cosmopolita, para una mujer que sabe lo que quiere, moderna y tradicional, que tiene una casa en Saint-Tropez pero que disfruta con un cochinillo en Segovia.

Lo bueno del periodismo de moda es que los textos se preparan en cinco minutos a partir de la plantilla mágica. Casi todos los entrevistados responden lo mismo. Simplemente hay que cambiar el nombre, la edad y las fotografías.

Para todos ellos la moda es una vocación que han mamado desde la cuna, todos aseguran que su madre es su gran fuente de inspiración, todos admiran a Balenciaga, todos detestan a Ágata Ruiz de la Prada y todos se consideran muy campechanos.

A mí me sorprende que la gente se deje engañar por esas gilipolleces.

Recientemente entrevisté a una chica, funcionaria de profesión de un pueblo en La Rioja, que ha triunfado con un blog sobre tendencias. Cobra dos euros a quien desee leerlo (tras un arduo proceso para darse de alta en el portal) y tiene ya más de 30.000 seguidores. Cuando la entrevisté, tuvo la amabilidad de darme las claves de acceso para entrar en su perfil y ahorrarme dos euros. Soy más pobre que las ratas, de modo que agradecí sobremanera ese detalle. Una vez a la semana, la funcionaria acude a un centro de estética de unos grandes almacenes y prueba cremas antiedad y anticelulíticas. Asimismo, una tienda le presta ropa y su marido la fotografía en un prado, en la catedral, fregando los cacharros para dar imagen de cercanía y naturalidad, al borde de su piscina o en el súper en la sección de verduras…Tantos emplazamientos mágicos que se me pone la carne de gallina.

Repito: 30.000 seguidores.

Yo debo de ser muy raro porque lo último que haría sería perder el tiempo viendo a una niña de 30 años (recuerdo su acento, como de aldea, muy desagradable; bien es cierto que no era Séneca), explicándome cómo esparcir una crema antiedad por las patas de gallo. Pero lo curioso es que esos blogs triunfan.

A partir de cierta edad, amigas, tenéis que beber mucha agua y hacer ejercicio, como yo, para endurecer glúteos y lograr esa figura deseada. Ahora que estamos en invierno, aprovechad el tiempo que pasáis en casa para usar esa bicicleta estática que descansa en el sótano y que la operación bikini no os pille desprevenidas. Utilizad prendas cómodas, pastoriles a la vez que transgresoras. En el enlace inferior podéis disfrutar de algunas fotos de mi última escapada para esquiar en Aspen, Colorado.

Pensaba que a partir de cierta edad había que beber vodka y meterse crack para estar en forma. Me encanta la referencia al invierno, como si fuésemos osos hibernando en la cueva antes de que se derritan los primeros hielos. La mención del “amigas” hace que vislumbre a Isabel San Sebastián en un programa de Trece TV. Lo de Aspen ya es el horror, a mí me cuesta pagar el autobús urbano para ir a la otra punta de la ciudad y esta mamarracha se va a Estados Unidos a esquiar. La chica del blog pretendía ser personal shooper, asistente personal para entendernos.

Lo mas seguro es que el nivel de inglés de esa chica sea peor que el de mi madre, pero decir personal shopper (personalsoper), asegurar que alguien te va a mandar un mail (meil), tener un IPhone (ay fon) o terminar los mensajes con un ok (okei) es súper cool (cul). Está claro que la enseñanza de inglés en España es para echarse a llorar. Recuerdo que en mis años de estudiante dábamos inglés en el colegio desde los ocho hasta los 14 años. Si la enseñanza hubiese sido eficaz, hablaríamos inglés mejor que Shakespeare. Seis años es mucho tiempo. Pero no, el nivel de inglés se reduce a pedir un café con acento de Villanueva de la Serena o frases comodín (muy útiles, por cierto) como “suck my dick”, “open your hole” o “kiss me all over” que espetamos en Lloret de Mar a los turistas del pack “bebe por un tubo ida y vuelta por 20 euros con Ryanair” procedentes de Leeds.

De un tiempo a esta parte están proliferando las firmas de asesoramiento de imagen, empresas que te cobran un ojo de la cara por renovar tu fondo de armario o acompañarte de compras en caso de que tengas una boda y no sepas qué ponerte. También ofrecen seminarios en los que te aconsejan sobre los colores que mejor van a tu físico: si estás como un tonel, cúbrete de blanco; si estás raquítico, ve de negro; si quieres ponerte el mundo por montera, agénciate de un pañuelo rojo-pasión. No me cabe en la cabeza cómo la gente puede pagar por ello. Ni aunque fuese Onassis me iría con una persona para que me dijese qué pantalón llevar a una conferencia. Como mucho, llamaría a mi madre. Además, me estoy imaginando la conversación, totalmente almibarada y falsa. Cuando el dinero está por medio no existe charla sincera. Por otro lado, la autoestima no depende de la falda plisada que una desconocida te ha animado a comprar en una boutique ni de los colores que mejor cuadran con tu cara. En realidad, si alguien sonríe y abandona el hastío existencial por un estudio del color tiene un serio problema. Explicar cómo organizar el fondo de armario y aconsejar sobre qué prenda favorece mejor a un tipo de cuerpo determinado me da vergüenza ajena porque es fomentar, más si cabe, el concepto androcéntrico que tenemos que desterrar de esta sociedad. A una mujer (y a un hombre) debería importarle una mierda qué fondo de armario tiene, el color de su pelo y su maquillaje. No necesitamos que nos digan que pantalón ponernos ni como reciclar prendas antiguas para modernizarlas. Salgamos a la calle desnudos, llenos de barro, incluso de roña que nos de aspecto de jarramanta, con las uñas largas y oliendo a redil… Pero con un libro, coño.


Photo by: Ramón Peco ©

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