Ayer por la tarde, como todas las semanas en el día del Sabat, cientos de niños y niñas, cuyas familias practican el judaísmo ortodoxo, salieron a jugar a las calles del barrio Borough Park en Brooklyn. Los niños vestían kipá sobre la cabeza, dejando ver apenas sus largos rizos; camisa blanca de manga larga; chalequito, a veces colorido; pantaloncitos largos y zapatos negros. Las niñas llevaban blusa blanca con suéter oscuro bordado en colores primarios; falda larga de colores sobrios; zapatitos, a menudo de charol; y adornaban con diadema su cabello. Los mayores cuidaban a los menores mientras jugaban. Las mamás conversaban en las gradas a la entrada de las casas y observaban a los niños jugar.
Por ser verano, el camión de los helados se paseaba por las calles de Borough Park limítrofes con el barrio de Sunset Park. Anunciaba su cercanía con una melodía repetitiva y pegajosa.
Se había estacionado en una esquina de la Calle 42, cerca de la Avenida 12, zona donde empieza la transición del barrio judío al barrio latino y chino. Tres chiquitos y tres chiquitas estaban de pie, muy juntitos, frente al camión. La mayor, una niña de rizos pelirrojos de unos diez años, tenía alzada a la menor, de poco más de un año. El chiquito de cinco años levantaba los brazos y se meneaba emocionado al ritmo de la melodía.
Señoras, muchachos y chiquitos latinos se acercaban al camión a comprar helados y se iban contentos con sus conos. Los chiquitos judíos no lo hacían, pero de todas formas observaban al camión extasiados, veían a la gente con sus helados y sonreían. Compartían la alegría.