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El falso romance del millenial

Los mayores de esta generación llamada del Milenio o Y, los que nacimos en la década de los ’80 y los primeros años de los ’90, hemos visto “morir” -durante un muy corto periodo de tiempo- muchos artefactos tecnológicos. Muertes provocadas por el nacimiento de nuevos gadgets hechos para suplir a sus antecesores, dejándolos -en el mejor de los casos- en algún trastero acumulando polvo. Con estas muertes no me refiero al cambio del iPhone 4 por el 5, sino de artilugios como el walkman por el discman y este a su vez por el mp3. Cambios que suponían una inversión de tiempo para grabar todas aquellas cintas de betamax en cintas para VHS –en caso de tener uno de esos aparatos que lo hacían o en su defecto conocer a alguien que lo tuviera- y de dinero para adquirir de nuevo toda la discografía de nuestros grupos favoritos.

Hemos vivido los amaneceres de objetos hechos para facilitar nuestras vidas en lo doméstico y lo laboral, y nos hemos adaptado al desarrollo sin complicaciones. Pero esta dura vida de adaptación tecnológica que nos ha tocado ha marcado fuertemente trayendo la desdicha a los corazones de algunos de los Y. Es entonces cuando el millenial saca su Smartphone de última generación de su bolsillo y comparte en todas y cada una de las redes sociales el video de la mujer indignada porque todos sus amigos tienen el móvil en la mano. Y después de ese, el de Kirsten Dunst con cara de afligida porque dos adolescentes se hacen una foto con ella y la cuelgan en la red. 

Algunos lloran desolados la muerte del carrete a través de un selfie hecho con un gran angular propio de una GoPro -con el palo incluido- y acompañan el post en Instagram con una frase del tipo “nunca habrá nada como el grano de una foto hecha con una cámara analógica”. Lamentan el uso de hashtags mientras utilizan verbos como “selfiar” o “likear”. Suspiran cuando entran en un vagón de metro o en un autobús y ven que un 90% de los viajeros llevan su móvil en mano, pero si les pita el Whatsapp mientras van al volante no dudan en levantar el teléfono, estratégicamente situado cerca de la palanca de cambios, para echar un ojo a las notificaciones y si les pilla en rojo un semáforo su atrevimiento puede llegar hasta la acción de contestar al mensaje.  

Compañeros millenials, empuñad pluma y tintero, desenfundad los pergaminos, preparad un buen arsenal de cintas de cassettes, armaos de los carretes Kodak que logréis encontrar en alguna tienda de objetos vintage por un buen puñado de euros (en su defecto se aceptan Fujifilm) y rápidamente escribid un tweet con una foto cuyo filtro haya sido cuidadosamente seleccionado y de guinda un buen hashtag que simbolice vuestro duelo. 

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