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Daniel Campos
Photo Credits: Lluís Torrent Bescós ©

Ritmos y sabores de una amistad

Octubre 2016

Nos conocimos en una fiesta en Brooklyn. Yotoco y Los Cumpleaños tocaban música colombiana, puertorriqueña y cubana aquel sábado por la noche. Ella estaba entre la audiencia, atrás. No bailaba sino que se mecía y escuchaba con atención. Aunque se movía con cierta timidez, en la vivacidad de su mirada castaña y la sutil danza de sus rizos trigueños se notaba que experimentaba intensamente la música. Cuando conversamos al final de la fiesta entendí por qué. Marlysse es pianista, de formación clásica pero de pasión latinoamericanista, en parte por influencia de sus viajes juveniles al Chile natal de su madre. Después de graduarse de la Universidad de Maryland había viajado a Brasil y empezado a tocar bossa nova. Tras otros viajes a Cuba y Puerto Rico, colaboraciones con amigos, colegas y su pareja, un músico puertorriqueño, y varias transformaciones personales, ahora lidera dos grupos, uno de salsa, Bio Ritmo, y otro de bolero, Miramar. Estudia además una maestría en composición en el conservatorio de mi universidad. Percibí la posibilidad de una rica amistad. Esa misma madrugada en que nos conocimos, ya en casa, empecé a escuchar su música.

Noviembre 2016

Ya había oscurecido y yo todavía estaba en mi oficina trabajando. Recordé que mi nueva amiga Marlysse estaría en el conservatorio de la U. Le mandé un texto: «¿Querés tomar un café?» Me respondió que tenía un examen pero saldría en una hora.

Optamos por irnos a comer en su barrio, en las cercanías de la intersección de las avenidas Flatbush y Church. Es un barrio predominantemente afrocaribeño pero escogimos un restaurante tailandés que ella recomendaba. Cuando vivía en Washington D.C., había trabajado en un tailandés. Al cerrar por la noche los dueños cocinaban sus verdaderos platillos típicos, sin concesiones al paladar extranjero, y ella lo disfrutaba montones. Entonces, si ella recomendaba este restaurante, debía ser rico. De hecho, el pad woon sen de camarones que me comí estaba delicioso, como su cacerola de vegetales curry, pues terminamos compartiendo.

Mientras cenábamos, me contó su historia familiar. Su madre, Victoria, es chilena, hija de un boliviano emigrado a Chile y casado con una chilena de origen español. En un viaje de intercambio para estudiar inglés en los Estados Unidos en su juventud, Victoria conoció a un muchacho en una fiesta, justo antes de regresar a Chile. Se gustaron. Se mantuvieron en contacto por carta. Ella lo convenció de que la visitara en Chile. Lo hizo y decidieron que ella se iría con él. Pero el padre de Victoria, emigrante boliviano, exigió matrimonio. Entonces los enamorados firmaron los papeles por correo. En las fotos, Victoria sale sola vestida de novia el día que firmó en Santiago, mientras su novio la esperaba en la Yunai. Victoria emigró. Su esposo a su vez era hijo de un soldado de Oklahoma que durante la Segunda Guerra Mundial conoció a Argentina, una italiana que había emigrado a Francia. Argentina quedó embarazada y se devolvió con el soldado a Oklahoma. La pobre mujer contaba que al principio casi se murió de tristeza: en el fervor de la posguerra la despreciaban porque «comía raro», no hablaba inglés y tenía otras costumbres. El soldado se la llevó de allí, por amor. Tuvieron a su hijo, y éste creció y conoció a Victoria y se casó con ella, se la llevó a Washington D.C. y allí nació al tiempo Marlysse Simmons-Argandoña.

Mientras compartíamos la cena, me contó que estaba escribiendo una canción, «Tina», pues así le decían todos a su abuela italiana, Argentina. Escuché toda la historia alucinado. Se nos pasó la cena volando.

Junio 2017

Apenas terminé de calificar exámenes y ensayos finales, salí disparado del campus. ¡Libertad!

Era el primer día primaveral, casi veraniego, en varias semanas: cielo azul, poca humedad, brisa fresca, temperatura cálida. Quería una cerveza. Le mandé un texto a Marlysse: «¿Querés tomarte una birra de happy hour conmigo? Puedo ir en el Q hasta tu barrio». Me contestó que sí. Había terminado de dar lecciones de piano e iba de regreso. Llegamos a la estación Parkside Avenue, en el extremo sureste de Prospect Park, casi al mismo tiempo.

Comimos en un rincón japonés. La sopa miso y los frijolitos tiernos edamame eran deliciosos. El sushi fresquísimo. Ella acompañó con sake al sushi de atún y yo con cerveza Asahi al sushi de pargo cola amarilla.

El sol empezaba a caer mientras conversábamos. Ya éramos libres para pensar en el verano. Ella se iría a su casa en Richmond, Virginia, donde tenía un contrato de pianista en un musical por varias semanas. En agosto iría a Puerto Rico con su pareja. Yo ya vislumbraba mi viaje a Tiquicia.

Terminamos el sushi y las bebidas. Nos miramos. Debíamos ir a casa pero ya no nos veríamos. Me preguntó: —¿Una más?

Cinco minutos después estábamos en una cantina nueva del barrio, en Beekman Place, una calle sin salida perpendicular a Flatbush Avenue.

Pedimos una cerveza en Erv’s, una cantina que abrió en el local de una antigua lavandería. De hecho, aún había una marquesina azul frente a la cantina que decía: Beekman’s Super Laundry. Adentro había una barra de cerveza y otra de café espresso y varias mesas. Pero la acera fungía como terraza y allí nos sentamos en una banca a tomar nuestra birrita. Yo pedí una pilsener, rubia veraniega apropiada para la ocasión.

Marlysse me contó más sobre sus antepasados italianos. Ella es chileno-boliviana por el lado materno, pero italiano-oklahomiana por el lado paterno. Tiene unos primos italianos ricos, petroleros, en Texas. Pero eso no le sirve de nada a su cuenta bancaria de pianista y compositora. Mientras me lo contaba riéndose, un rizo se contorsionó y le cayó por la frente. Me percaté de que era caoba, no trigueño, pues se había teñido el cabello. Sus ojos sí tenían color de castañas en miel.

Mientras me deleitaba en el momento presente, el sol descendía y la sombra invadía a la callecita Beekman, encajonada entre edificios altos de apartamentos. La temperatura había caído varios grados. Terminamos nuestras cervezas y nos levantamos para irnos. Nos habíamos tomado el zarpe del verano.

Febrero 2018

Marlysse ya llevaba siete meses de embarazo. Le quedaban poquitas semanas en Brooklyn antes de irse a vivir a Richmond. Queríamos aprovechar las oportunidades que nos quedaban para encontrarnos.

Me convocó a desayunar al Ix Café en el barrio Prospect Lefferts Gardens. Atravesé el Parque Prospect para encontrarla. Cuando llegué descubrí que era un restaurante guatemalteco y se me llenó el ser de alegría. Mi querida amiga chilena me había convocado a desayunar en ¡Centroamérica! Ix es un nahual maya, el espíritu del jaguar, de la mujer y de la feminidad.

Entré y le di un abrazo. Sonreí con gozo al percatarme de que estaba bien, con su barriguita enorme y su bebito saludable.

—Se está moviendo mucho. Creo que cambió de posición porque hoy lo siento como si me diera cabezazos en las costillas. No sé, es muy raro— dijo con su risa tímida, inclinando el rostro y mirándome por encima de sus lentes.

Nos sentamos a la mesa, cubierta por un mantel multicolor de tejido maya. Leímos el menú de especialidades chapinas. Me recomendó la torta de huevo y espinaca que viene acompañada con tortillas de maíz morado. Acepté y decidí acompañarla con un buen café negro de grano guatemalteco. Ella pidió un cacao espeso, muy chapín.

Conversamos sobre música, sus composiciones, Bio Ritmo y Miramar, las experiencias físicas, emocionales y familiares de su embarazo y la mudanza que se acercaba.

Espera el bebito para mediados de abril y no sabe cómo imaginar lo que sucederá después, cómo será. Pero se siente contenta. Vivirá con Rei, su compañero de vida y música, y continuarán sus proyectos. Esperan ir a tocar salsa a Cali en julio.

La tertulia continuó fluyendo. Influenciado por el ambiente centroamericano que me iluminaba la mirada desde adentro, la observé con más cariño aún. Me cosquilleaba una alegría en el pecho. Le deseé todo el Bien.

A nuestros amigos músicos y a mí nos hará falta. Mucha. Pero la Vida continuará y la amistad también. Y esperamos que haya otras ocasiones para tertulias, ritmos y sabores compartidos.


Photo Credits: Lluís Torrent Bescós ©

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