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Daniel Campos
Photo Credits: Ed Schipul ©

Risas de alegría en el tren F

Al llegar a la estación en Ditmas Avenue, me apresuré a avanzar hasta el final del andén del tren en dirección a Manhattan. Cuando por fuerza de la costumbre me subí al primer vagón, caí en la cuenta de que debía haberme montado en el último, porque no me bajaría del tren en Park Slope sino en el Lower East Side. Me convenía, para ahorrar tiempo al bajar del tren y salir de la estación (cosa de neoyorquinos). Por ello, estación tras estación, fue pasándome al vagón de atrás en sucesión, hasta que llegué al último.

Observé que en cada vagón ya había por lo menos un indigente en la banca del fondo, generalmente exhausto y dormido. Claro, hacía un frío que ya anunciaba el invierno y los desamparados se habían refugiado en el metro.

Por tanto desamparo, el ambiente parecía cargarse de tristeza mientras el tren se acercaba a la estación de Bergen Street y disminuía la velocidad.

Entonces vi a un hombre afroamericano, muy alto y fornido, con físico de antiguo jugador (centro) de baloncesto, de unos cincuenta años, levantarse de su asiento. Cuando se abrieron las compuertas, se bajó apresurado del vagón. En el andén le dio un beso rápido a una señora negra muy guapa y elegante, de abrigo gris y zapatos negros de tacón alto. Al mismo tiempo le agarró la mano a la chiquita de tres años que estaba con la señora. Luego corrió tres pasos con la niña guindando de su brazo para entrar de nuevo al vagón.

El señor y su niña entraron tallados, con el tiempo justo. Las puertas se cerraron justo a sus espaldas. La chiquita, peinada de trenzas y vestida con un abriguito púrpura, vivió el intercambio como un juego. Entró al vagón riéndose y lo llenó de su alegría. Su papá la sentó en sus regazos. Con sus manos gorditas ella le quitó el audífono del oído derecho, se lo puso ella misma para escuchar música con su papá y continuó riéndose mientras el tren aceleraba.


Photo Credits: Ed Schipul ©

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