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fabian soberon
Photo Credits: Vadim Timoshkin ©

Richter (Parte I)

Yo tenía cinco años, creo, cuando resonó el caso del austriaco, dice el profesor. Me lo contaron mis padres. Vos sabés lo que fue Perón, la gente lo amaba o lo odiaba, no había medias tintas. Después escuché la historia en Bariloche. En el Balseiro corría un rumor, casi una leyenda. A veces pienso que las cosas corren más rápido en la pampa. No sé por qué, pero la leyenda se mantenía en el aire a pesar de los años. Ya habían pasado treinta años y la historia era recordada con nitidez por la gente del Instituto.

Cuando habla de estos temas su cara adquiere un color rosado. Junta las manos, sus ojos brillan, parece que el espíritu de los tiempos se posa en su voz.

Todo comenzó con Gabiola, dice. Gabiola fue un físico notable que viajó a Alemania, fue alumno de Einstein y de Hilbert, nada menos. Cuando volvió quiso fundar una universidad privada. Pero lo dejaron. Había muchos intereses, mucha gente se oponía. Pero Gabiola no se quedó con eso. Llegó a hablar con militares y con gente del gobierno de Perón. Le prometieron plata fija para formar un instituto de energía atómica y entonces se entusiasmó.

Caminamos dos cuadras y nos metemos en el ABC. Ahora que lo pienso: ¿qué pasaría si Cecilia no viene? ¿Qué pasa si se olvidó de la cita? ¿Qué pasa si la mina viene con un tipo? ¿Qué haría yo solo, esperando, sin la compañía del profesor? El ABC se ha convertido en una costumbre, un refugio. Mirar la plaza a través del gran ventanal, el olor a café en las mañanas frías, ver desde el calor del bar la gente indiferente con sus trajes marrones y repetidos, los árboles viejos frente al edificio de los tribunales como un vigía inútil de los negocios entre abogados. Todo eso encierra el ABC.

Qué pedimos, dice el profesor. Yo quiero un sándwich de jamón y queso, digo. Y yo un bife con ensalada, contesta.

En un momento de entusiasmo, dice, Gabiola le mandó cartas a Heisenberg para pedirle que venga a trabajar a la Argentina. Pero finalmente la cosa fracasó. Los aliados no le dieron permiso a Heisenberg para que salga de Alemania.

El profesor Berg acomoda su cuerpo en la silla. Carraspea.

Las cosas parece que pasan siempre de la misma manera en la Argentina, dice. Los militares se apropiaron de la idea de Gabiola y mandaron un proyecto de ley para crear un centro de investigaciones atómicas. Y eso prosperó. A partir de ahí aparecen Perón y los militares en escena. Perón contrató a un físico desconocido y se interesó en el proyecto atómico. Se llamaba Richter, era austríaco. Perón tenía devoción por lo germánico. Habrás escuchado hablar de las conexiones entre Perón y los nazis. Richter le dijo a Perón que él sabía cómo lograr la fisión nuclear.

Pará, dice el profesor, y levanta su mano mostrando la palma. No te entusiasmés. Richter vino y le hizo muchas promesas. Le pidió que construyera en el sur una base nuclear y un laboratorio especial para sus investigaciones.

Yo no estoy entusiasmado. Estoy perdido. Espero a una mujer que conozco desde hace dos meses y que me tiene enloquecido. Visito el quilombo todas las semanas. Y lo visito con un solo propósito. Las chicas cogen como locas. Pero eso no es raro. Lo raro es que una mina me haga en la cama algo mejor de lo que me hacen las minas en el puterío. Yo nunca he tenido una novia en serio, nunca me acosté con una mina sin pagarle. Y Cecilia me tiene agarrado. La siento como mi novia aunque ella no quiere que lo diga. Alguna vez el profesor me ha dicho que tenga cuidado, que es una mina difícil, que él no sabe de dónde viene, que tiene tonada extranjera, que parece boliviana y que las bolivianas son rápidas. Creo que tiene un prejuicio, el profesor. Pero quizás tiene razón. No sé. 

Estoy ardiendo. La mina me tiene loco. Me hace gritar en la cama y ya no puedo diferenciar la cama del amor. Estoy perdido: la amo. La amo con todas las letras. Es una hija de puta. El profesor está concentrado. Yo lo escucho y le respondo por cortesía. Es un buen tipo el profesor, es el mejor tipo que he conocido. Mucho mejor que mi viejo, que era un hijo de puta.

Perón estaba enloquecido, dice. No sé cómo, pero Richter le hizo creer que él iba a llegar a la fisión nuclear antes que en Estados Unidos. Richter era un capo. Hacía todas las cosas en secreto, nadie sabía nada. Lo convenció a Perón. Y Perón creyó que la Argentina sería el primer país en descubrir la fisión. Se invirtieron millones de pesos y se mandó mucha gente a la isla. Fue en la isla Huemul, dice el profesor. Al frente de Bariloche. Era un lugar perfecto. Muchos científicos sueñan con tener su laboratorio en un lugar apartado. A mí me gustaría tener mi casa en una isla y llevar mi familia y tener mis hijos ahí. Llevaría unos cuantos alumnos y crearía mi propio Instituto de matemática. Comenzaría con la matemática y después seguiría con la física, la química y la biología.

¿Por qué en una isla?, pregunto con cierta ingenuidad.

En una isla se puede comenzar todo desde cero. Se podría crear una comunidad centífica pura, aislada. Los hijos de nuestras familias se casarían entre ellos y la ciencia sería la matriz de la comunidad.

El profe no para, como mi cabeza. La mina me dijo que llegaría a las 8 y ya son las 8 y media. Qué le pasa a esta mina. Me dijo que trabaja en una casa de noche. Y no sé qué pensar. ¿Quién trabaja de noche, sola? Me acuerdo que mi vieja nos engañaba. Nos decía que se iba con un señor a vender los productos de belleza. Nos decía que esos señores tenían mujeres espléndidas que necesitaban esas joyas que ella vendía. Mi vieja se iba con un tipo a la pieza y demoraba un rato largo. Y después salía limpita, como una mucama de rico. Trabajaba en su casa. Y mi viejo le conseguía los clientes. Hacían un dúo perfecto. Yo los tendría que haber matado. Pero no pude. Prefería escapar.

La ciencia argentina no avanza porque los políticos hacen trampa, dice el profesor. Los políticos arruinan las cosas. Perón le creyó a Richter y arruinó el proyecto de Gabiola. Richter se encerró como un año y medio y le mandó mensajes cifrados a Perón a través de los militares que custodiaban la zona. Y Perón no decía nada, esperaba dar el golpe solo sin ayuda de nadie.

El profesor ha terminado de comer. El sol entra por una de las grandes ventanas del bar. Es sábado. La circulación de la gente por la calle comienza a disminuir. Una siesta ideal para estar con Cecilia en la pensión, tomando un mate, conversando sobre cualquier cosa. Lástima que Cecilia no llegue. Estaríamos en la pensión, entre las sábanas o entre los mates, disfrutando de una tardecita de otoño. Yo estaría metido en su cuerpo, como un niño con juguete nuevo.

El profesor se detiene y mira por la ventana y traga el último bocado. Hace una pausa involuntaria.

Yo no puedo dejar de pensar en esta hija de puta que no llega. Aunque no quiera, la tengo clavada en mi cabeza. No me puedo olvidar de su cara, de su tetas. La veo a contraluz, en la pieza oscura, la última noche que estuvimos juntos. No puedo olvidar la última charla en el telo. Le pedí que dejara ese laburo misterioso. Me dijo que ella no podía dejarlo, que ella estaba bien así, que ella ganaba mucho de noche. Y yo le dije que no se haga problemas, que yo quería empezar a trabajar para que ella no trabaje y ella me dijo que no, que de ninguna manera, que ella quiere trabajar. Entonces yo le pregunté en qué trabajaba y ella se sonrojó, bajó la cabeza y se quedó callada, inmóvil, en un roncón de la pieza. Esa noche estábamos en ese que está cerca del ABC. Ella tenía una solerita y una bombacha que me enloquecía. Entonces empecé a pensar que me mentía, que me estaba engañando y esa noche fue que le pegué, le di un chirlo y ella se dio la vuelta y me dijo que no me quería ver más. Yo le pedí perdón, me arrodillé, le dije que no había querido hacerlo y ella dio un portazo y salió de golpe y se perdió en la noche.

¿Querés que nos vayamos?, dice.

Yo me niego. La voy a esperar hasta que cierren. No puedo dejar de pensar en los ojos, la piel oscura, de aceituna, esa piel suave y tierna. Dónde estará ahora. Creo que una mujer siempre le cambia los planes a un hombre. Y el profesor, casualmente o no, me habla de Perón y de su relación con Evita. Me dice que Evita le cambió todos los planes a Perón.


Photo Credits: Vadim Timoshkin ©

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