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paola maita
Photo by: Shinya Suzuki ©

Retor(no)

Soñé que volvía a Venezuela. Iba a las playas de un Chuao que no existe, me volvía a acercar a mi familia, a compartirle las cosas que ya no les cuento y que enloquecía de volver a bañarme en unas aguas caribeñas. 

Después de estar en el mar, comíamos en familia. Pedíamos un pescado frito que costaba 43$ el plato. Sabía que era una locura, que me estaban estafando. Sin embargo, pagué el precio sólo porque ya estaba allí. Mientras lo preparaban, me volvía a meter al agua. 

Había una parte de la playa que era como una ciudad acuática, con semáforos incluidos. Iba nadando, cuando unos delincuentes que usaban delfines como si fuesen una carroza para moverse, me atropellaron. Estaban transportando los muertos del día de un lado para otro.

Teñían el agua de sangre, pero yo no pensaba en tiburones. Solo quería volver a la orilla y disfrutar del tiempo que me quedaba con mi familia. Nadaba desesperadamente pero no lograba avanzar. 

Estuve llorando sin ahogarme un rato en el mar. Lo último que recuerdo es estar nadando en el sentido contrario a la orilla.


Sin darme cuenta del momento preciso, he llegado a dos firmes conclusiones: migrar terminó de mellar mi relación con mi familia y me fui para no volver. 

Algunos podrían decir que estas son conclusiones de un momento específico, que el duelo del migrante tiene etapas y que esta podría ser una de ellas, que son el equivalente a fingir que algo no me importa para evitar ver que me duele, que todos deseamos volver a nuestras raíces en algún momento, que la vida no siempre es ahora y que en algunos años cambiaré de parecer. 

Puede que estos argumentos que estoy imaginando en este momento tengan su parte de cierto. También puede que haya vivido un quiebre vital del cual no vuelva. 


Una persona de mi familia me escribe por Instagram diciéndome que le doy mucha atención a todos los temas LGBTQ+, que no tiene nada en contra, pero que no le parece.

Siento que esta persona y yo estamos a años luz de distancia en lo ideológico, en lo que nos importa, en lo que queremos defender… Tanto nos separa que no veo lo que nos une más allá de la sangre.

La conversación transcurre cordialmente, pero ambos nos damos unfollow al finalizarla. Hemos entendido que hemos perdido el punto medio. No me extrañaría que pasase con alguien más del grupo.


Veo las fotos del chat familiar y cada vez me siento más ajena. No son las 6 horas de diferencia, ni los 8000 km. de distancia, ni los años sin vernos. Es mucho más sencillo que eso. Simplemente las imágenes no resuenan conmigo. 

Me alegra saberles bien, que pueden seguir sorteando las dificultades, que pueden reunirse, que alcanzan cosas que se proponen… Sin embargo, sé que mis sueños y los de ellos tampoco tienen puntos medios de encuentro. Parece que también se han dado unfollow. ¿Será que en algún momento podré estar en paz con ello?


Hasta el día del sueño, pensé que algo en lo más profundo de mí podría querer volver. Esa mañana supe que ese deseo no había sido más que el deber-ser intentando convencerme que eso era lo que tenía que sentir. 

En algún momento antes de venirme, pensé que volvería de visita apenas pudiese. Creía que alguna de las primeras vacaciones que tuviese del trabajo, intentaría ir a Venezuela… Sin embargo, esas vacaciones llegaron y no compré el pasaje.

Me dije que en lo que tuviese algo de dinero ahorrado lo haría… Ahora mismo podría, pero sigo nadando en la dirección opuesta.  Por mucho que me haya costado admitírmelo, no deseo volver. También dudo de si en algún momento lograré estar en paz con ello.


Photo by: Shinya Suzuki ©

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