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daniel campos
Photo Credits: Roman Königshofer ©

Resplandor de gemas tras volcanes

Regresar a tu país a veces significa redescubrir el ritmo de la naturaleza en el cambio de estaciones. Al Valle Central de Costa Rica, las lluvias regresan en mayo. Las tardes se tornan grises y húmedas pero la naturaleza reverdece. Y a menudo la nubosidad sobre las cumbres de las montañas te regala crepúsculos inusitados e inolvidables.

En este miércoles de mayo hace una tarde gris, nublada, de garúa pero sin lluvia en San José. La convierto en una tarde de lectura. De mi biblioteca he escogido To the Lighthouse (Al faro) de Virginia Woolf. En la novela, cada persona de la familia Ramsay vive sumida en sus pensamientos.

Hago una lectura silenciosa, con pausas soñolientas. Para nuestra propia familia ha sido una tarde de tomar el café de las cuatro en solitario, cada uno por su lado.

Sin embargo, cerca de la hora del atardecer, las nubes se abren al noroeste del Valle Central, en dirección a las cumbres los volcanes Barva y Poás. La tarde se ilumina y se torna dorada. Subimos al apartamento de mi hermana Xinia y salimos al balcón a observar la puesta del sol. Empezamos un juego: identificar los distintos colores de este crepúsculo, observar lo que se presenta ante nuestra mirada.

Las nubes que corren sobre las montañas al oeste se tiñen de amarillo canario, aguamarina y verde limón conforme cae el sol. Al ponerse éste, las nubes mudan al salmón, al rojo arrebol y finalmente al rosa que poco a poco se destiñe hasta quedar un celeste pálido que termina en gris.

Al noroeste, el cielo resplandece y toma aspecto de gemas: topacio amarillo, ópalo de fuego, citrino, cuarzo ouro verde, citrino limón y finalmente un ámbar que se torna cada vez más turbio.

Esos detalles—colores y matices, resplandores y arreboles—y esos momentos lúdicos, aunque breves, rescatan nuestra tarde, nos restauran y nos unen. Me siento más en casa.


Photo Credits: Roman Königshofer ©

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