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Manuel Tagüeña

Reseña de Testimonio de dos guerras, de Manuel Tagüeña

Spring break

En el capítulo sexto de The Young Indiana Jones Chronicles (1992-1996), titulado Spring break adventure, el joven Indy, encarnado por el actor Sean Patrick Flanery, se une a la insurgencia del revolucionario Pancho Villa, en México.

Y cuando las cosas se tuercen, y cuando se da cuenta de que la población civil es víctima de las injusticias de las diferencias sociales, decide ir a Europa. Se une a los Aliados para luchar en los frentes de la Primera Guerra Mundial.

Indiana Jones podría haberse inspirado en el mayor de milicias Antonio Beltrán, militar español que se unió, primero, a Pancho Villa y Emiliano Zapata, y después, al general norteamericano John J. Pershing, con quien saltó a Francia en 1917.

Durante la Guerra Civil española (1936-1939), Antonio Beltrán comandó la 43 División del Ejército Popular de la República. En 1938, cuando las tropas franquistas rompieron las líneas en Aragón, la 43 División, tras resistir lo indecible, se internó en el país vecino. Lo sorprendente vino luego: los siete mil y pico soldados votaron si regresar o no a la zona controlada todavía por las autoridades gubernamentales. Y decidieron volver cuando nadie daba un duro por la República. En vez de retirarse a zona segura, eligieron una muerte probable. Es lo que se calificaba como «moral de combate».

La 43 División se integraría en el XV Cuerpo de Ejército, la unidad que se lanzaría a cruzar el Ebro, el 25 de julio de 1938, en la batalla más sangrienta de la contienda y la que requirió mayor ingenio (las pasarelas para salvar el río se formaron con toneles de vino).

A las órdenes del XV Cuerpo de Ejército se hallaba un matemático veinteañero, imberbe: el teniente coronel Manuel Tagüeña (1913-1971).

Editorial Renacimiento ha vuelto a publicar las memorias de este soldado bregado en las trincheras y tituladas Testimonio de dos guerras, concebidas durante su exilio en México, el país de los barbudos, los cuatreros y las cananas.

«…no se nos ocurrió en ningún momento dejar de luchar», escribe Tagüeña en medio de las bombas, resuelto, como la mayoría de sus fogueadas fuerzas, a frenar el avance del fascismo.

Si no fuera por este joven concienciado, nunca habríamos conocido la cantidad de actos de heroísmo que en aquellos años se dieron:

…en plena Batalla del Ebro: «Los numerosos desertores que llegaban a nuestras líneas, a pesar de todos los peligros del cruce del río, eran una fuente importante de datos…». (En el capítulo «Primera derrota: 1939. Si el corazón pensara dejaría de latir», el novelista Alberto Méndez narra una historia similar. Cuando el Madrid republicano se derrumba, el capitán de los nacionales Carlos Alegría se pasa de bando: «Aunque todas las guerras se pagan con los muertos, hace tiempo que luchamos por usura».)

…en la frontera, en Portbou y localidades aledañas: «Despeñamos en los barrancos los vehículos estropeados y pusimos en movimiento los demás. Lo peor era cuando encontrábamos gente testaruda –o demasiado disciplinada– que no quería marchar sin recibir órdenes de sus jefes…».

…en preferir la vuelta antes que el exilio: «Por fin, la noche del 19 al 20 de febrero [de 1939] salimos en un avión repleto hacia el territorio republicano. […] Íbamos, simplemente, a cumplir lo que considerábamos un deber: luchar hasta el fin, pero no nos hacíamos ilusiones sobre el futuro que nos aguardaba».

…en las ganas de seguir resistiendo cuando la desproporción de fuerzas apabullaba: «…nos encontramos con varios oficiales del Ejército del Ebro, entre ellos el capitán Loriente, que acababan de llegar de Francia en un barco».

…hombro con hombro con los voluntarios de las Brigadas Internacionales, «gente valiente, difícil de doblegar». En la derrota: «Con las últimas luces del día se acercaron los voluntarios de las Brigadas Internacionales. André Marty los esperaba y me pidió que me colocara a su lado. En su último y emocionante desfile, pasaron ante nosotros unos centenares de supervivientes de las batallas más duras de nuestra guerra, ante los cuales mis oficiales y yo nos cuadramos, saludando militarmente, mientras se iban perdiendo en la oscuridad hacia Cerbère». (A Manuel Tagüeña le habría entusiasmado pertenecer a las Brigadas.)

A lo largo de las páginas de Testimonio de dos guerras, aparecen muchas otras personalidades, no solo el dirigente del Partido Comunista Francés André Marty. Sabremos de las peripecias del historiador y militante de las juventudes socialistas Manuel Tuñón de Lara (Historia de España); de la escritora y activista Teresa Pàmies (Testament a Praga), casada con el comunista Gregorio López Raimundo (PSUC: per Catalunya, la democràcia i el socialisme), a quien este reportero saludó en una rueda de prensa del PSUC Viu, en los noventa; del poeta Pablo Neruda (España en el corazón), en su incansable esfuerzo por ayudar a los refugiados; de la nieta de Antonio Maura y autora de la autobiografía Doble esplendor, Conchita de la Mora, casada con el jefe de la aviación republicana, Ignacio Hidalgo de Cisneros; de las sobrinas del poeta Antonio Machado (Campos de Castilla); del periodista ruso Iliá Ehrenburg (En busca de Chéjov ), que se salvó de las purgas estalinistas, etcétera.

El teniente coronel Manuel Tagüeña dividió su Testimonio de dos guerras en los infortunios de la Guerra Civil española y en la Segunda Guerra Mundial, que padeció en la retaguardia soviética, cuyas privaciones continuarían más allá de 1945.

Con Carmen Parga tuvo dos niñas: Carmen y Julia.
Carmen hija tiene hoy ochenta años.
Vive en Cuernavaca Morelos, en México.

Se acuerda de su padre: «…De niña, siendo muy chiquita, en Taskent, en la URSS, haciendo mis pinitos con los uzbecos; en Checoslovaquia paseando a mi hermana Julia en su carreola; en Ciudad de México estudiando para los exámenes de Física y, finalmente, muy atento a mi vida profesional y a mis hijos. Lo último que hablé con el es que a su nieta Maite le había salido el primer diente».

Mediante el correo electrónico, Reportero Jesús se comunica con Carmen:

¿Quién era exactamente Manuel Tagüeña?

He leído distintas cifras de la Batalla del Ebro, cifras sobre el número de combatientes a cuyo mando estaba papá, y muchas no coinciden. Pero lo que es innegable es que él tenía solamente 25 años. ¿Quién era mi padre? El padre que estudió conmigo para exámenes de Física; el que me resolvió muchos problemas complicados en la carrera; el que me aconsejaba en mis dudas médicas; el que se levantaba a buscar la enciclopedia para zanjar una discusión; el profesor de Física de la Universidad Masaryk, en Brno, y de los colegios españoles en México; el traductor de obras científicas; el investigador en Biofísica… Quiso que en su lápida pusiéramos como si fuera su legado: «Manuel Tagüeña, teniente coronel jefe del XV Cuerpo de Ejército de la República Española». El que cuida la tumba en el Cementerio Español de Ciudad de México nos cuenta que alguien le pone flores. Su nieta Maite escribió: «Me conmueven los contrastes que noto en mi abuelo tras leer finalmente sus memorias y al hablar con mi madre. ¡Hay muchos Tagüeñas! El científico, el guerrero, el idealista, el hombre de familia…, que acabó muy decepcionado y alejado de todos los bandos, pero afrontando con valor el hecho de no pertenecer a ninguno, en un mundo completamente polar. Un hombre que murió muy joven, tras una vida intensa, y con la misma dignidad con la que vivió».

¿Qué ha quedado de los ideales que Manuel y su esposa defendieron?

En el epílogo de Testimonio de dos guerras papá escribe: «¿Dónde estará la solución? Urge crear una nueva ideología que dé sentido a todas las rebeliones, que justifique tantos esfuerzos y sacrificios y, sobre todo, que dé sentido a la vida del hombre… De lo que hay ahora, queda probar la fusión del socialismo con la libertad, fórmula inédita y única bandera bajo la cual merecería la pena luchar, con la esperanza de que abriera camino a nuevas ideologías y a la paz, el bienestar y la unidad de todos los hombres de la tierra.

¿La utopía ha muerto?

La utopía, por lo menos, para mí sigue existiendo con las modificaciones debidas al tiempo transcurrido, pero manteniendo el propósito de «vivir y morir con dignidad», como lo escribe Albert Camus en su discurso de aceptación del Premio Nobel.

Usted ha vivido en tres países de la órbita socialista. ¿Qué recuerdos alberga?

Llegué a México a los catorce años, por lo tanto mis recuerdos propios son de niña. Yo nací en Moscú, el 1 de enero de 1941, cuando ya había guerra en Europa, pero faltaba la invasión alemana de la URSS. Papá y mamá estaban muy preocupados dado que la guerra con Alemania era inminente y con ella, suponían, llegaría el hambre.

»Mis padres celebraron con amigos la Nochevieja de 1940, con el brindis acostumbrado para reafirmar su esperanza de que la siguiente Navidad fuera en cualquier lugar de España. Fue cuando a mamá se le presentaron los dolores del parto. En la calle, la temperatura era de 25 grados bajo cero y, supongo que debido a eso, cesaron las contracciones al encaminarse al hospital cercano. Al día siguiente se reanudó el trabajo de parto y yo nací a la una del primer día del año. El primer problema que tuve fue la inscripción en el Registro Civil; como no hubo manera de que llevara el apellido de papá, me tuvieron que inscribir Karmen Mijailovna Tarasova.

»El documento de papá decía que él se llamaba Mijail Tarasov, nacido en Murmansk. Se trataba de una medida con la que se pretendía ocultar a un posible espía de que ellos eran españoles. Habían tenido el cuidado de conservar las iniciales y la primera letra del lugar de donde habían nacido; en el caso de papá eran M. T., y la eme de Madrid.

»El 22 de junio del 41, cuando yo comía mi primera papilla, el ministro de Exteriores de la URSS, Molotov, anunció que el Ejército alemán, aquella madrugada, había pasado la frontera soviética. A partir de allí muy pocas papillas y sopas pude degustar y, al poco tiempo, volví a tener como único alimento la leche materna. Mamá me amamantó hasta el año y medio, y perdió 30 kg.

¿Cómo analizaría el momento presente, el panorama político en España?

La verdad es que no estoy totalmente al tanto. Lo que me deprime mucho es que a la menor provocación aparece el fantasma de la guerra civil y se han olvidado o más bien no se reconocen los logros de la República. El exilio republicano tan importante en México es prácticamente desconocido en España.

¿Cree que el partido de extrema derecha Vox ha de tener cabida en el arco parlamentario?

Para mí es totalmente deprimente la existencia de Vox.

Los más racistas y recalcitrantes se oponen a la inmigración y a la llegada de refugiados. ¿Qué opinión le merece, puesto que viene de una familia que lo sufrió en sus carnes?

Me conmueven enormemente las masas de refugiados que migran por problemas políticos y económicos y, aunque la solución es muy difícil, no se intenta seriamente ayudar en los países de origen, por lo menos en lo económico. Además de que claramente se desperdician recursos, como canta Sabina, que se lamenta de que un ingeniero polaco barra las calles en España. Actualmente, no se destaca suficientemente que dos inmigrantes turcos crearon la vacuna de Pfizer contra el coronavirus.

¿Qué espera del futuro?

Me gustaría que la pandemia hiciera que se pensara con mayor seriedad y generosidad en los problemas del mundo y que mis nietos y los nietos de los demás puedan vivir en un mundo mejor.

El teniente coronel Manuel Tagüeña murió en México, donde se dedicó a sus estudios científicos y a poner en orden sus pensamientos. Solo volvió a pisar España una vez, cuando falleció su madre.

En el epílogo de Testimonio de dos guerras, firmado el 6 de abril de 1969, se menciona la palabra libertad.

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