La inestabilidad social de Venezuela aumenta y se modifica a una velocidad tan alta que la accidentada cotidianidad no nos deja tiempo de pensar. Se hace urgente una reflexión sobre lo que ocurre en el país, pero sobre todo es momento de evaluar cuáles son nuestras posibilidades de crear nuevos discursos que confronten la compleja crisis socioeconómica que atravesamos. Para ello hay que comenzar por entender que la crisis se le propone a la cultura para mover al mundo, para modificar el entorno. En palabras de Peter Sloterdijk, “ninguna enfermedad puede curarse sin crisis; la crisis es el intento de la naturaleza de, por un acrecentamiento de la tensión, del tono y del movimiento, disipar los obstáculos que estorban la circulación”
Una forma de ilustrar el problema económico es a través de lo que ha sucedido con los billetes venezolanos. En la trayectoria del billete de 100 bolívares hay una suerte de metáfora que habla de la trampa en la que nos sentimos atrapados o, en palabras más exactas, en la que no dejamos de caer. El 11 de diciembre de 2016 el presidente de la República anunció que se recogerían los billetes de 100 para combatir a “las mafias culpables de la fuga de papel moneda” –en ese momento era el más alto dentro del cono monetario, y para comprar un café se necesitaban 20 de ellos, ¿pueden imaginarse el volumen de la billetera de aquel que paga sus gastos o maneja su negocio con efectivo?– Tras ese anuncio la población se alarmó; se desataron protestas, quema de dinero, detenidos y negocios saqueados, fueron 72 desesperantes horas de confusión. La única comunicación oficial se hizo para anunciar que habría prórroga hasta el 2 de enero.
Se dijo que a partir del 15 de diciembre comenzaría a circular el nuevo cono monetario, pero apenas durante la última semana de diciembre los venezolanos comenzaron a ver algunas monedas. En enero de 2017 anunciaron en Gaceta Oficial que la vigencia del billete de 100 se extendería 30 días más –vamos por la cuarta prórroga–. El 17 de febrero nuevamente extendieron la vigencia del billete, y la historia continúa… El martes 19 de septiembre de 2017 anunciaron oficialmente que la prórroga se venció, pero que sin embargo seguirá en circulación de manera indefinida porque “se necesita”. Es importante aclarar que con el nuevo cono monetario la economía de ninguna manera ha sanado –ahora el billete más alto es el de 20.000 y no alcanza para comprar un almuerzo ejecutivo, ni una docena de huevos– Esta historia es solo un fragmento del complejo problema político y social que acompaña a esa economía destruida, pero lo considero importante ya que se trata de algo que está extremadamente arraigado a su valor de uso: el dinero de papel.
¿Por qué es importante contar, o poner en palabras, lo que pasa en Venezuela con los billetes? Sobre el hecho de narrar me interesa particularmente la reflexión que hace Ricardo Piglia en El último lector. Según el autor, a través de la narración de una experiencia vivida podemos producir un nuevo sentido; contar lo que nos pasa nos ayuda a establecer conexiones y, al mismo tiempo, el que nos lee mezcla su universo con ese relato del que inevitablemente se apropia. Para ejemplificar sus ideas habla de aquello que Franz Kafka exigía de sus textos, él buscaba establecer o hacer visible “la lógica imposible de lo real”. ¿No parece el billete de 100 bolívares –que casualmente lleva el rostro de Simón Bolívar, Libertador de Venezuela– el protagonista de una novela de Kafka? Quizá, pero lo importante es que sin duda cada vez que contamos algo vemos en ese relato cosas que antes no veíamos, y para aquél que nos lee también se compone algo nuevo.
No hay una sola forma de comunicar, es importante reconocer esto sobre todo dentro de un país cuyos medios de comunicación convencionales han sido censurados. Propongo que no nos frenemos en esa idea para lamentar la imposibilidad de generar discursos críticos en la televisión o en la radio, y volteemos a ver cuáles son nuestras posibilidades. Por supuesto, en Venezuela se ha usado el internet para informar y actualizar a la población a nivel nacional e internacional, pero lo que me interesa aquí es cómo lo digital ha suscitado nuevos medios de representación, dentro de los que propongo explorar para contar lo que pasa en el país de forma alternativa.
Dentro de esos medios de representación se encuentra el GIF (Formato de Intercambio de Gráficos), que existe desde 1987 y ha ganado popularidad gracias a su creciente uso en las redes sociales. Desde hace tiempo revistas y periódicos de larga tradición como el New York Times, el Huffington Post o la Revista Times están trabajando con ese formato en sus portadas digitales. Además, muchos artistas contemporáneos lo están usando para hablar de cultura o inclusive de identidad nacional, como ejemplo podemos mencionar al arquitecto mexicano Luis Antonio Tovar Salas (LATS), quien a través de sus GIFs busca representar digitalmente la transitoriedad del paisaje en Ciudad de México.
De esa necesidad de hablar de lo que pasa en el país nace Recorta y mueve, un proyecto que busca elaborar un discurso narrativo y crítico sobre la crisis socioeconómica de Venezuela, haciendo uso del GIF como formato para representarla y del internet como medio de circulación/comunicación. Al enfrentar una devaluación tan acelerada, los billetes pierden su valor —dentro del uso convencional de la palabra valor aplicada al dinero—, van rodando como una imagen borrosa; están en manos de todos, pero nadie sabe qué hacer con ellos, por eso los he puesto dentro de mis GIF. Decidí usar un elemento sumamente arraigado al medio físico y ponerlo a circular en el medio digital para recordar que el dinero es papel, y que podemos darle un nuevo valor de uso. En vista de que con veinte bolívares no podemos comprar nada, propongo usar ese billete para hablar de lo que pasa en el país. Con esto no pretendo resolver el complejo problema de Venezuela, pero sí quiero pensar en cuál es mi lugar dentro de esta crisis. Por ahora, voy a liberar el rostro de Luisa Cáceres de ese pedazo de papel para interpelar a todos los que la llevan en su bolsillo.