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Sergio Marentes

Recónditos que no son tantos sino son verdad

Se entera uno de que la todopoderosa Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos de América, el cerebro de nuestros amos y señores, malos huéspedes y anfitriones, se vio obligada a publicar online trece millones de páginas confidenciales debido a una batalla legal que perdió con un grupo de luchadores cibernéticos que busca nada más que la difusión de la verdad en cualquiera de sus empaques, y no pude dejar de pensar que las personas que quieren ver arder el mundo no son tantas como se cree ni como se nos enseña, entre líneas, durante la vida. Los documentos son, según los expertos, la cimiente de la nueva humanidad libre y verdadera, única y finita, y contienen desde avistamientos de objetos voladores no identificados en tiempos inmemoriales hasta información profunda y soterrada sobre todas las guerras, pasando también por operaciones secretas en las que se experimentó hasta el sangrado con científicos, políticos, agitadores y hasta deportistas, por no nombrar a cada uno de los animales incontables que perecieron, y hasta una receta para la tinta invisible que no sabemos, ni sabremos todavía, si ya está siendo usada para transmitir mensajes que pasan al frente de nuestras narices mientras vemos una pantalla como esta. Entonces, gracias a ellos, cuando la agencia termine de obedecer, si es que lo hace por completo, conoceremos tantas cosas que será poco menos que la identidad de todos los dioses lo que tendremos a nuestro alcance, en menos de lo que canta un gallo, a un clic. Seremos por fin lo que éramos cuando todavía no sabíamos qué éramos porque, bien es sabido, el conocimiento nos aleja del saber.

Aquí, o allí, es donde, al contrario de lo que pueda parecerle a los optimistas, yo pierdo la esperanza de un mundo mejor, porque la famosa agencia, que desde su creación, a mediados del siglo veinte, fue la encargada de guardar todos los secretos que le convenían y, por supuesto, develar los que no, a partir de esta cimiente empezará a desaparecer sin remedio, como cada uno de los secretos de la humanidad hasta que, de tanta información conocida, el hombre explote por demasiado vacío, o lo hagan desaparecer porque ni su más recóndito tesoro invisible será ya un misterio. En pocas palabras, pienso que nuestros peores secretos son los que nos hacen ser mejores, guardando las proporciones y los métodos, aunque para explicar esto necesite una eternidad o un solo buen verso que no soy capaz de escribir.


Photo Credits: Sarah Joy

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