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Photo Credits: Julio Costoso

Ray Barretto: Fuerza Gigante

El siglo XX, ese tormentoso siglo que asistió asombrado y un poco perplejo al nacimiento, o por lo menos al imparable crecimiento y desarrollo del radio, la televisión, el cine, la placa de acetato y todos sus derivados, el cabaret y el music-hall, tuvo, como en las buenas películas, una larga y magnífica banda sonora.

Una banda sonora increíblemente diversa, variable, casi siempre novedosa, suave, tenue o agresiva, regional a veces, internacional otras, incluso mundial en ocasiones, pero siempre presente y que de una u otra forma ha marcado la vida —la infantil, la adolescente, la adulta, la amorosa, la sentimental, la pomposa, la irreflexiva, la seria, la solitaria, la tumultuosa, la introspectiva, la política, la culturosa, la populachera, la guerrera, la trágica— de todos nosotros para bien y hasta quien sabe si alguna que otra vez para mal.

¡Qué formidables sonidos! Un sound track, para decirlo como los norteamericanos, sin parangón, porque en los ochenta o noventa siglos anteriores de historia humana, y la del siglo XXI está por verse, no ha habido una riqueza y variedad tal de música como la que se generó en la centuria que casi acabamos de dejar atrás, el siglo XX.

¡Y si lo dudan, vean este breve muestrario de retazos que han formado parte de esa inolvidable banda sonora! Una banda sonora que tuvo, y tiene, entre muchísimos otros géneros y estilos musicales que mencionamos aquí sin orden ni concierto, algunos tan relevantes como la ópera, que ya venía desde bastante antes, pero se volvió, para gozo de algunos y desdicha auditiva de otros, opera de masas y opera pop. El mambo, sí, el de «La Dulce Vida (Patricia)» y el de antes, el de Cachao y su hermano Orestes y las charangas cubanas. La zarzuela española y la opereta de entreguerras. El rock and roll y sus decenas de variantes, el viejo blues, que no sabemos bien cuando nació pero que se hizo grande en el siglo XX, el góspel, el relajado y rico bossa-nova, el atormentador (para mí) heavy-metal, la sabrosa samba, la fabulosa música disco (¿Por qué, por qué tendría que haber pasado de moda, coño?), el reggae y el R & B.

¿Les parece poco? Pues mencionemos entonces la cumbia, el sakara y el raï africanos, el soul y el calipso (¿Quién no recuerda el «Banana Boat Song» de Harry Belafonte?), el bolero cubano y el mexicano, por supuesto, el triste fado portugués, los temas del cine, en los que encontramos de todo pero parecen ser un género en sí mismos, los musicales de Broadway y el beguine, la música de las big band, el merengue, apambichao y sin apambichar junto con el perico ripiao, la música country, el dance y el indie, el grunge, el ragtime de los años locos, el pasodoble, el ye-ye, el hip-hop, el flamenco (Y la rumba flamenca a lo Peret, sí señor), la música cristiana, el chachachá, la trova vieja, la nueva y hasta la canción protesta.

¿Terminamos? No, qué va, ¿se acuerdan del twist? Y el ska, la beatlemanía, la pachanga, el bogaloo, el señor tango, la ranchera y los corridos, el rockabilly, la new age, el manguebeat y la lambada brasileños, la milonga, otra de las viejas, precursora del tango pero con una rica historia en sí misma que alcanza hasta hoy, el vals, que también venía de antes pero el cine y los discos lo llevaron a la cumbre, las baladas (las de Paul Anka y las demás, a las que llaman, faltándome el respeto, creo, «oldies»), el charlestón, la música navideña, el beiguan chino (chino, de la China. ¿La conocían?), la música psicodélica y la electrónica, la tarantela (Otra que viene de lejos, pero la cinta El Padrino la puso a rodar de nuevo), el pregón, la murga, el beat, todas las (casi infinitas) formas de fusión, el rap, el filin, que yo soy cubano y me gusta y esa música un poco… bueno, el reguetón, el vallenato, la bachata, el cuplé (Ya no se suele esperar a nadie fumando, como lo hacía Sarita Montiel, sino revisando los mensajes de texto), el house y…

Y claro, claro que sí, que no soy tan olvidadizo: el jazz, el son, la rumba (el guaguancó, la de cajón y la otra), la guaracha y esa cosa tan llevada y traída, tan mezclada y al mismo tiempo con tanta personalidad propia, y tan bailada y gozada, a la que llaman, contra viento y marea, salsa. Una forma de hacer música, la salsa, muy difícil de definir, pero demasiado fácil para que nos entre por los oídos y los pies ─por el corazón, diríamos mejor─ y nos hagamos adictos a ella. Así de simple… aparentemente.

Pero la salsa, la buena salsa, nació, vivió y vive por los hombres y mujeres que la parieron y a golpe de instrumentaciones fabulosas y de gargantas de privilegio crearon ese huracán, esa fuerza de la naturaleza que nos hace mover los pies y tararear bajito hasta en un velorio. Y uno de esos hombres fue el percusionista nuyorican Ray Barretto, él mismo una fuerza de la naturaleza, una fuerza gigante. Por eso me emociona —soy un señor al que Dios le dio un corazón para gozar la salsa y dos pies izquierdos para no poder bailarla bien— tener entre las manos y hojear el magnífico libro del periodista, locutor e investigador musical colombiano Robert Téllez Moreno titulado Ray Barretto: Fuerza Gigante, publicado por la editorial miamense Unos & Otros.

Téllez Moreno, estudioso de la salsa de toda la vida, recorre el quehacer musical del maestro Barretto, uno de los grandes, de los imprescindibles del género, con una acuciosidad y volumen de información dignos de encomio. Nos va llevando, paso a paso, disco a disco, entrevista a entrevista, por toda la vida artística del maestro Barretto, pero además, y eso hace el libro mucho más interesante, recorre, muchas veces en la propia voz de los participantes, la historia no solo de Barretto sino de la propia salsa.

En las páginas de este libro nos encontramos, todos relacionados de una u otra forma con el maestro Barretto, con los grandes de verdad: Chano Pozo, Dizzy Gillespie, Mongo Santamaría, Cándido Camero, Charlie Parker, Art Blakey, José Curbelo, Lou Donaldson, Cal Tjader, Tito Puente, Larry Harlow, Johnny Pacheco, Charlie Palmieri, Bill Evans, Thelonious Monk, Arsenio Rodríguez, Dámaso Pérez Prado, Bobby Capó, Tito Rodríguez, Willie Colón, Héctor Lavoe, Cheo Feliciano, Tite Curet Alonso, Rubén Blades, Celia Cruz, Paquito D’Rivera, La Lupe, Los Papines y decenas y decenas de figuras más estrechamente ligadas a la historia del jazz, el latin-jazz y la salsa.

O para decirlo en pocas palabras: Grandes músicos y grandes artistas.

Porque el maestro Ray Barretto, como muy bien nos narra Téllez, fue un músico completo, un jazzista de formación y de corazón, y eso, junto con su don natural, nos explica la tremenda calidad que supo imprimirle a sus composiciones, múltiples grabaciones y actuaciones en el mundo de la salsa.

Estamos ante uno de esos libros que se lee de un tirón, pero al mismo tiempo luego se guarda para consultarlo una y otra vez, porque nos refiere, detalladamente, la discografía del maestro, pero también la intrahistoria de esas históricas grabaciones que elevaron a Barretto al máximo palmarés que aspira un músico de jazz: el premio Jazz Masters de la National Endowment of Arts (Fundación Nacional de las Artes). Era la segunda vez que un latino accedía a tal dignidad (antes, sólo la había obtenido el saxofonista cubano Paquito D’Rivera) y la primera para un ejecutante de la percusión afrolatina.

Desde los maestros que actuaron y tocaron con él hasta algunos de sus familiares más cercanos, pasando por productores y directores musicales de las grandes compañías disqueras a las que perteneció, Téllez nos va llevando de la mano por la riquísima vida de Ray Barretto y de paso, como ya mencioné, por la historia de la salsa. Una historia que ocurrió, y Ray Barretto tuvo mucho que ver en eso, en la época de oro de este movimiento musical.

Entrañable e importante trabajo de recopilación el de este periodista colombiano que nos permite tener a mano un libro que ya es imprescindible para cualquier amante de la salsa, para el melómano y también para el especialista necesitado de un libro de consulta que le aclare esos detalles —¿quién grabó con quién, cuando, como, en qué año y dónde?— que se nos confunden en la memoria o que sencillamente ignoramos.

Y también, claro que sí, un homenaje a uno de los grandes del jazz latino y de la salsa: el maestro Ray Barretto, un ejemplo a seguir, una inspiración y una fuerza gigante. Una fuerza gigante muy necesaria en un momento en que por cosas de la vida Puerto Rico necesita como nunca.

Disfrútelo.


Photo Credits: Julio Costoso

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