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arturo serna
Photo Credits: Richard P J Lambert ©

Ramón y la islandesa

Por Whatsapp me había dicho que necesitaba relajarse y caminar un poco. Fui a buscarlo en una obra, en la calle Llerena, llena de árboles altos. El gremio de los albañiles es uno de los más cerrados —tiene reglas fijas y específicas— y muchos albañiles son herméticos. Ramón no es una excepción. No sé cuándo nos hicimos amigos y tampoco entiendo qué tenemos en común.

Esa tarde me gritó desde el andamio mientras estiraba el brazo. Después se bajó y nos fuimos a dar una vuelta por ahí. Me contó que su novia, la islandesa, como él le decía, estaba un poco apenada. No aguantaba ver los chicos en la calle, muertos de hambre, tirados en los basurales. Ramón le explicó que era una cosa propia del subdesarrollo, que hacía tiempo que Argentina tenía problemas grandes y que no se resolverían así nomas.

Nos acomodamos en un cafecito. Lo escuché durante casi una hora. No tenía mucho para decirle. ¿Quién puede explicar lo que pasa en este país? También me dijo que había poco trabajo y que la construcción era uno de los rubros más golpeados. Eso no era ninguna novedad. Le dije que lo peor que produce el capitalismo es la depresión y la melancolía. Ramón me miró azorado y se tapó la boca en un falso disimulo para ocultar la sonrisa. Dijo que yo estaba equivocado, que ese era un mal de los ricos y de los burgueses. Creo que me vio la reacción en mi cara y se asustó.

—No, no –dijo—usted me malinterpreta. No digo que usted sea un burgués de mierda.

Me tranquilicé. Ramón sacó un cigarrillo —yo no sabía que fumaba— y se acomodó en la silla. Mire, dijo, últimamente veo muchos nenes de mamá yendo al psicólogo. Yo paso horas con los muchachos de la obra y ahí se cura todo. ¿Me entiende?

Me reí. Y no agregué nada. Sus razonamientos eran elementales pero contundentes.

Me dijo que su novia estaba sorprendida y que ya no se quería ir de Argentina, que tenía interés en ayudar a los pobres. Contó que la islandesa le había dicho que en Islandia no hay pobres ni ejército ni ricos.

Yo le dije que eso no podía ocurrir.

Ramón dijo que ella le había mostrado estadísticas. Me callé.

—Tienen 17 personas en la calle, homeless, como le dicen —dijo Ramón en un inglés impecable. 

Le dije que entonces debíamos ir a Islandia.

Ramón hizo una pitada larga, intensa, interminable. Se tomó su tiempo.

A ver, cómo se lo digo dijo. Para eso lo he citado. ¿Qué le parece si nos vamos al norte?


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