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Rafael Cadenas y los escándalos del yo

Lo literario es una categoría a la que se accede. Esto indica que se “sube” hasta ella, y yo quiero, al escribir, quedarme donde estoy, no “levantarme”. Por eso me irrita “hacer literatura”. ¿El asunto no es más bien “bajar”?

Rafael Cadenas

El silencio es, desde siempre, uno de los grandes temas de la poesía. En realidad, es el único gran tema, si admitimos todas sus variaciones y matices, todos sus grados y perspectivas. ¿La poesía dice algo? ¿Le habla a alguien? ¿O es sólo testimonio de un fracaso, de una imposibilidad? Todo gran poeta tiene consciencia de esta condición (o de este tormento), pero muy pocos lo elaboran tan persistente y profundamente en toda su obra. Tal es el caso del poeta venezolano Rafael Cadenas. Un poeta y un pensador a la vez, que ha intentado incesantemente devolver la palabra a su verdadero “puesto”, a su sitio, en búsqueda de la fertilidad del sentido, a base de silencio, es decir, ajustando la palabra hasta su espacio vital de realidad, precisándola hasta la sencillez, último estadio posible del significado, del llegar a decirnos verdaderamente algo. Su arduo y extenso trayecto culmina –como lo presintió desde siempre- en el fracaso. Pero es un fracaso con connotaciones distintas, con un sentido mucho más hondo, más vitalista y sosegado. La desesperación y el sufrimiento han logrado incorporarse de tal forma a su decir que sus palabras destilan una extraña serenidad, provocada por un tono de enaltecimiento de la vida. Cadenas dice: “el lenguaje silencioso es más importante que el lenguaje hablado”. Pero no es un viraje místico, a pesar de su enconada admiración por la mística española y por los versos de San Juan de la Cruz. Tal vez “lenguaje silencioso” en Cadenas sea, como todo en él, una forma de despojarse de cualquier forma de exceso, en especial, el abuso del lenguaje. Cadenas, en este sentido, es un gran compañero de poetas como Cintio Vitier, Alberto Girri o Gonzalo Rojas. Su obra completa es una tortuosa y fecunda meditación sobre la poesía misma y, más que nada, sobre sus límites. Es decir, sobre los orígenes del lenguaje: el silencio mismo. Guillermo Sucre escribe: “al reconocer sus límites, el lenguaje puede recobrar al mismo tiempo su intensidad”. Tal frase concuerda con la pretensión inquisitoria (en el buen sentido) de Cadenas. Octavio Paz, por su parte, dice: “enamorado del silencio, al poeta no le queda más recurso que hablar”. Así se perfila este poeta venezolano, de andar reposado, mirada contemplativa y discurrir pausado. En general, habla poco y cuando lo hace parece hacerlo desde la incomodidad o cierta molestia, pero es que tiene mucho que decir. Y detenerse tanto en la elucubración del cómo decirlo, resume lo más vital de su pensamiento: un ansia casi desesperante por pedirle a los hombres que atiendan al mundo, a la realidad, a la vida. Que la literatura no es absolutamente nada sin ese sacudón que implica la intranquilidad de quien verdaderamente presta atención. En un mundo que ha hecho del dinero, del poder o las trivialidades dioses, la poesía de Cadenas desespera contra el nuevo Dios que los contiene a todos: el ego. Cadenas señala incesantemente los escándalos del yo, y trata de reducir, hasta donde le alcance, sus terribles daños.

El recorrido de su obra puede seguirse a través de sus cambios de tono, su búsqueda es persistente pero ha intentado distintas vías. Desde sus primeras obras hasta Los cuadernos del destierro se percibe una clara alusión a los orígenes, a una especie de Génesis de su propio asombro ante la revelación que le ha sido dada y que empieza a intentar volcar en palabras. Con otros matices, Falsas maniobras insiste en ese espacio sagrado del poeta que debe reconocer de dónde es oriundo y cuál es su raza, en un sentido poético, pero ya se vislumbran indicios de una nueva consciencia de fracaso. El espacio poético original se ha perdido y recuperarlo implicará otro desandar para alcanzar un nuevo comienzo para un nuevo camino. En la trayectoria de Cadenas es muy importante seguirle la huella a los amplios periodos de silencio. Sabemos que será incubación, ejercitación y, a nivel de forma, una relativa conversión. Porque su obra completa es coherente, consistente y sólida, pero precisamente por ello ha tenido sus crisis, sus cambios, sus matices, sus dudas. Esos silencios fueron frecuentes y además elocuentes y alumbraron sus obras más destacadas: Intemperie, Memorial, Amante, Gestiones, En torno a Basho y otros asuntos. Una poesía que ha alcanzado su esplendor en sus reticencias, sus silencios incorporados, sus alusiones permanentes al abismo no declarado, sus elipsis. Una economía verbal y una precisión que han logrado un novedoso significado: el de siempre, el del origen.

De ninguna manera deben obviarse sus ensayos, tan cercanos a su tonalidad, a su actitud, a sus cautelas. Desde Literatura y vida (1972) intenta depurar una prosa que testimonie su mirada atónita hacia la vida desatendida en lo fundamental. En este libro se encontrarán frases que constituyen su poética: “La realidad no es símbolo de nada, la realidad es”. “La verdad no es mental”. “el lenguaje silencioso es más importante que el lenguaje hablado”. Realidad y literatura (1979) será su ensayo más extenso en el que según sus propias palabras explorará “la posibilidad que tiene el ser humano de establecer una relación directa, no basada en la ideación, con los seres y las cosas”. Los temas expuestos, tan densos como sencillos, están presentados siempre en base a la meditación titubeante y modesta, que muchas veces busca esa misma tonalidad o actitud en otros autores en los que se apoya su decir: John Keats, Huxley, Rilke, Susan Sontag, Whitman, Wordsworth, entre otros. Su ensayo En torno al lenguaje podría resumirse en lo que él mismo llamó un “recio amor a la lengua” y en el que alcanza un grado más de lucidez frente al concederle más espacio aún a la duda, a la acritud, a la precisión. En la introducción a ese trabajo, Cadenas incluso se refiere a sus dos ensayos anteriores como frutos de una visión “bastante unilateral”. Esa consciencia crítica sobre su propia obra habla muy bien de su actitud constante de intento de depuración verbal, al mismo tiempo que testimonian una notable y genuina modestia. En Anotaciones se puede percibir el enaltecimiento de la intensidad del lenguaje al entregarse ya definitivamente al pensamiento aforístico, fragmentario. Un voto absoluto por la precisión de la lengua, para precisar el pensamiento ¿o es al revés? En Apuntes sobre San Juan de la Cruz y la mística, dará una vuelta de tuerca más en su revitalización de su lenguaje silencioso. Es un ensayo sobre la poesía, sobre la mística, sobre las palabras, sobre el misterio y, sobre todo, sobre el silencio. Cadenas dirá: “curioso intentar acallar la mente con palabras”. Cadenas hundirá su mirada en esa contradicción, y a través de ese extrañamiento y ese absurdo rechazo al cuerpo, conseguirá extraer el esplendor del pensamiento místico, encarnado en poesía. Se trata al fin y al cabo siempre en toda su obra de convertirnos en religiosos en un sentido hondo y además cónsono con la naturaleza. Su tono es deliberadamente precavido y muy lúdico, acaso la única forma de enfrentarse al asunto.

José Balza escribe: “Lo que fue timidez (o exceso) dentro del poema en Ramos Sucre, adquiere en Cadenas significación de acceso, variación vital, señalamiento, aproximaciones a la etiología de la creación”. Sin ánimos clasificatorios ni comparativos, puede decirse que la poesía de Rafael Cadenas alcanza ese don inefable y a la vez robusto que convierten a una obra en depurado  canto de la tribu (según el decir de Mallarmé). La poesía venezolana es otra cosa después de la obra de Cadenas, tal vez de una forma parecida al efecto que surgió con la revalorización de Ramos Sucre. No se trata de reconocimientos ni continuas críticas favorables a la calidad de su obra, se trata de su honda repercusión en el quehacer poético, se trata de la consciencia crítica del artista recobrando la vida. En resumen, se trata de recobrar el lenguaje a su origen, a su puesto, para poder decirnos –y hacernos ver- el mundo.

A los 87 años, cuando todavía lo invitan a encuentros, recitales, conferencias y eventos del corrido literario, su actitud sigue perseverando en su naturaleza de acritud, modestia y silencio, como si su fuerza vital estuviese decidida a insistir siempre, a no dar ninguna concesión, a enaltecer su palabra tanto como su silencio. Incluso, aun cuando escoja los poemas que deba leer un poco azarosamente, siempre se deja para el final uno que sí tiene marcado, que escribió en los años 60 y que incorporó a su libro Falsas maniobras, ese que tiene por título “Fracaso”, quejándose de que es mal orador y peor declamador, empieza, una vez más, a leer pausadamente esos versos.

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