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daniel campos
Photo by: Cristina Diaconu ©

Quietud en Esterillos

Amanecí inquieto antes de que Alba mostrara su rostro claro en el cielo. Debía revisar un artículo académico sobre Arquímedes y Jacobo Bernoulli pero, ¿con cuál ánimo? Me sentía saturado e inquieto. Entonces mientras desayunaba gallo pinto, tortilla de maíz y café negro, lo decidí: me voy a la playa.

Salí de San José bajo un cielo gris de estación lluviosa, cubierto de estratocúmulos. Una hora y pico después ya llegaba a Playa Esterillos, en el Pacífico Central.

Caminé descalzo por la arena húmeda a lo largo de la extensa playa hasta el estero. Algunas garzas blancas (Ardea alba) pescaban en el manglar. Grupos de zarapitos o playeritos albinegros (Calidris alba) corrían a la orilla del mar, se detenían, escarbaban la arena con sus picos negros en forma de aguja para comer invertebrados y reanudaban su graciosa carrera.

Di gracias al Pacífico y entré al agua. Me bañé, jugueteando en las olas con cautela pues acá hay mar abierto y las corrientes pueden traicionar al nadador. Cuando el océano me lo indicó con la fuerza de su embate, salí del agua. Busqué refugio bajo las palmeras y almendros que danzaban en la brisa. Allí me quedé, contemplando la inmensidad azul y dormitando.

Al atardecer aún escuchaba el cantar de las olas mientras el mar pasaba del azul grisáceo al gris plomizo al negro. Ahorita todavía lo escucho mientras miro a la Luna y a la Cruz del Sur. A pesar del rugir incesante del Pacífico, siento quietud.


Photo by: Cristina Diaconu ©

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