Paul Auster es uno de los más importantes escritores contemporáneos de New York y afortunadamente lo conocí aquí. Leerlo en la ciudad es como salir a caminar sin tener que salir. La familiaridad de sus libros con el entorno urbano lo hacen una especie de cronista indirecto. The Brooklyn Foolies fue mi compañero de viaje de metro durante los últimos dos meses, y después de terminado, fue sustituido por The New York Trilogy. De ahí extraigo esta cita y comparto mi experiencia perdido en Nueva York.
“New York was an inexhaustible space, a labyrinth of endless steps, and no matter how far he walked, no matter how well he came to know its neighborhoods and streets, it always left him with the feeling of being lost”
– Paul Auster
Empieza tirado en Central Park. En una grama de textura desconocida y sospechosa, como una alfombra de terciopelo verde. Una pelota de un football que no es mi fútbol cruza el cielo y tapa el sol en intervalos precisos. Va y viene. Va y viene. Va y viene.
La noche anterior fue larga, como son las noches de los sábados que terminan en mañanas de domingo. Fui al parque porque me sentí culpable, porque sentí que perdí toda la mañana durmiendo, como si realmente quisiera no dormir para no perderme de nada. Pero me gusta dormir. Así que duermo y tomo café y vengo al parque.
Tengo el cuerpo caliente y la grama ayuda a regularlo. Cuatro niños dan tres vueltas a mi alrededor, como moscas sobre carne, y después siguen de largo. Miles de almas se acuestan sobre la misma grama. Hay ruido, pero no aturde. Hombres con cavas de anime se abren paso entre la gente y ofrecen agua, cerveza y mojito. Una pareja le grita a la distancia. “Mojito man”. Al cielo lo adornan los edificios y tres papagayos, cometas o zopilotes.
Camino rumbo al West Side por la calle 81 y dejo la grama atrás. Los edificios con entradas techadas y portero me reciben al salir del parque. Los taxis se mueven en un zigzag violento que no termina en nada, como los golpes que dan los borrachos. El calor es intenso y húmedo. Una señora muy mayor, de esas que sorprende verlas vivas, camina con un paso de anciana. A los viejos se les puede reconocer por la forma en que caminan, la degeneración de los cuerpos es como la generación, personalizada y única. A la señora la acompaña un joven que no parece estar relacionado. Tal vez es un vecino, tal vez un amigo o tal vez un amante. ¿Por qué no?
Dejo a la señora atrás y la paso con un paso lento, para no fanfarronear con la juventud. Cruzo en la 82 hacia Columbus y continuo hacia Amsterdam, y después hacia downtown. Y veo gente, y se escucha jazz, y más gente, y escucho una frase y la guardo, “Everytime I die, I wake up”. Y sudo, sudo de manera incomoda, pero no estoy incomodo. Y veo dos turistas, y están perdidos, y leen un mapa. Yo también estoy perdido. En un año y 3 meses nunca había estado aquí. Pero yo no busco un mapa. Me siento en la acera y veo a un mendigo del otro lado, tiene la mano en el pantalón y se masturba bajo la luz del sol. Y lucha contra el pantalón y gruñe. Y la gente lo mira. Pero estamos todos perdidos. Perderse en Nueva York es como estar perdidamente enamorado, no quieres que nadie te rescate.