La tarea la comencé un domingo. Me paré frente a mi biblioteca con la misma determinación que imagino que ha de tener una cardiocirujano ante un pecho ya preparado mientras ella espera con el bisturí en mano. ¿Cómo dividir los libros que me han tomado 29 años reunir?
No sé cómo explicarle la sensación a aquellos que no han tenido una biblioteca personal con otra metáfora que no sea la de la película Sophie’s choice (spoilet alert): Si te dijeran que de tus dos hijos sólo puedes salvar a uno de ellos, ¿Qué harías?
Acepto que podría sonar dramático para algunos comparar los libros con hijos, pero otros sabrán que no exagero. Podría fácilmente venderlos, porque en esta Venezuela en la que vivo la gente compra de todo usado. Espero que no haya llegado al extremo de la ropa interior, pero he visto comprar y vender todo tipo de artículos, así que no aseguro nada. Con libros universitarios de dos carreras, colecciones completas de series que salieron en El Nacional, regalos más adquisiciones salidas tanto de librerías como de mercados de pulgas, la tarea de decidir a quién dejárselos no es fácil.
Sé (y espero) que algunos irán a mi nuevo hogar eventualmente, pero no todos, y he ahí cuando me siento como Sophie. ¿Cuáles se van y cuáles guardo para llevarme? ¿Qué libros valen más por emociones atadas a ellos y ediciones que ya no se consiguen? “No quiero venderlos, quiero que tengan un buen hogar, alguien que los use y los quiera”, era lo único que pensaba mientras iba dividiendo por colecciones, por autores, por adecuados para alguna edad… Por lo que se me antojaba.
Además de los libros, también tengo cajas de juguetes que armé durante años de trabajar con niños más los míos que tenía guardados, porque de paso fui de esas niñas raras que jamás le cortó el cabello ni la ropa a sus muñecas.
Mi primera elección natural fue mi familia. ¿Qué querrán mis primos para sus hijos? Comencé por los juguetes, mandando fotos en nuestro grupo de Whatsapp. Por los momentos, tengo 7 primitos de los cuales sólo una es niña. La elección de las Barbies era obvia, y sabía que su madre lo iba a agradecer. De hecho, me quedé corta en la reacción: casi brincaba de la emoción.
El golpe de realidad vino a la hora de repartir los libros. Sólo uno de ellos quiso la colección de Harry Potter… No quiero sonar snob, pero la parte más preciosa de mis pertenencias, la que tiene más esfuerzo y valor económico, la que realmente quería conservar dentro de mi familia; es la que va a terminar diluida entre otros hogares.
No puedo evitar pensar que no es una elección que se reduce a Barbies o libros, sino que es un reflejo de lo que socialmente somos: Seguimos siendo la sociedad que aúpa a las niñas a ser misses ante que intelectuales.
Por el destino de mis libros no me preocupo tanto porque agradezco tener amigos que aún viven aquí y aprecian los libros en todo su justo valor, así como una que está mudándose a Colombia que tiene la oportunidad de mover su biblioteca y poder adoptar una pequeña parte de la mía; pero debo confesar que me preocupan las elecciones de una familia que refleja lo que somos como sociedad: mamoplastias de aumento a quinceañeras, niñas que se vean bonitas sin importar si son tontas, Barbies pero no libros… Belleza sobre cerebro.
Podrá parecer impertinente hablar sobre prioridades intelectuales en un país donde hay “…tres millones de venezolanos comiendo de la basura, 19 millones perdiendo entre 5 y 12 kilos de peso, 250 mil niños dejaron de inscribirse en las escuelas por escasez de alimentos y decenas de fallecidos por desnutrición”, según Paparoni en septiembre de este año (fuente), pero no sólo el cuerpo desnutre, sino también la mente.
El juego con una muñeca nutre la infancia, pero el plástico de Mattel no tiene el mismo efecto a largo plazo que las palabras de los cuentos e historias que leemos cuando niños.