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Juan Eduardo Fernandez

Qué pena con usted, Sr. Ladrón

CARACAS: Ya hemos escuchado hasta la saciedad que Caracas es una ciudad insegura. De hecho es normal ver a los caraqueños todo el tiempo apurados y atentos a cualquier “malandro” (ladrón, criminal, rufián, etc.) que esté al asecho para despojar a los transeúntes ya sea de algo de efectivo, la billetera o el santo grial de los hampones caraqueños: un teléfono inteligente.

Yo siempre he sido algo paranoico, algo que a mi esposa le molesta un poco y no la culpo, pues no es agradable ir caminando junto a un loco que ve para todos lados, o que se baja de las camionetas y se cambia de vagón en el metro cuando ve algo que le parece sospechoso…

Pero como hasta al mejor cazador se le va la liebre (¿es así el dicho, no?), la semana pasada, cuando caminaba rumbo a tomar el metro (ya no con mi ticket vitalicio) para ir al periódico, escuché una motocicleta acercándose rápidamente y justo cuando estaba a mi lado, la persona que iba en la parte de atrás me dijo amablemente (aunque me apuntaba con un arma, siempre fue educado):

—Gordo, dame el teléfono que te vas a morir.

Yo, por nervios, o no sé todavía por qué, le contesté:

—Claro, pana, todos nos vamos a morir algún día —y procedí a entregarle mi teléfono iPhone 4S.

El Sr. Malandro tomó el teléfono y luego de decir “coño, es un iPhone”, me lo entregó y me dijo:

—Toma tu vaina y arranca —el verbo arrancar en el argot malandrístico caraqueño es indicativo para la víctima de que tiene que irse, es una invitación “amable”).

Acto seguido tomé el teléfono, abordé el vagón y todo el día me pregunté por qué no me había robado. Rondaron en mi mente las siguientes hipótesis:

  1. Tal vez mi cara de gordito le inspiró ternura y me dejó ir.
  2. Mi iPhone tiene la parte de atrás de la carcasa partida, y el pobre malandro pensó que le sería muy costoso cambiarla.
  3. Era un malandro experto en tecnología y conoce la App “donde está mi iPhone” y le dio miedo que lo localizaran.
  4. No tengo ni p… idea.

Al llegar a mi trabajo llamé a mi esposa para contarle. Ese día no pude trabajar a gusto; pero no por miedo, sino porque no entendía (ni todavía entiendo) por qué el Sr. Malandro no me robó.

Al día siguiente le dije a mi esposa que cambiáramos de teléfono, pues si me volvía a conseguir al ladrón me iba a dar mucha pena con él, porque no tendría nada que darle… esto a mi esposa no le hizo nada de gracia y obviamente no me lo cambió.

Si llega a leer esto, Sr. Ladrón, le pido disculpas por tener un iPhone.

Un abrazo y que Dios le bendiga.


Photo Credits: bailey foster

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