a Ani Shua
Una escena que se repite.
Les leo a mis hijos un cuento. Se llama «Una plaza un poco rara». La autora es Ani Shua. Leo con tranquilidad. La luz diáfana del sol invernal me da en la cara. Los niños empujan autos mientras escuchan el cuento. Los dos se ríen a su modo. Con carcajadas estruendosas en un caso; con una risa callada, casi tímida, en el otro. Catalina, de tres años, me dice que es muy gracioso mi cuento. Yo le digo: me alegro. Y pienso para mí que el cuento no es mío. El cuento es de Shua. Pero me callo. No aclaro nada. Bruno se levanta y eleva el brazo.
No, dice Bruno, de siete años. El cuento es mío.
Yo sigo callado. Luego le digo a Catalina que es cierto, que el cuento es de Bruno. Y pienso, otra vez, que los chicos tienen otra idea de la pertenencia. Hace tiempo que noto que a los chicos casi no les importa eso que para los escritores es central: el lugar de autor. Definitivamente, ellos tienen otro sentido de la autoría. Viven en una especie de polvo inmemorial de los relatos contados por otro, sin importarles el origen de la historia.
Photo Credits: Arun Joseph