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crónicas urbanas

El punto de partida: Johannesburgo, la masculina, la femenina

DESDE OTRA PARTE: Habrá algunos que han dicho esto antes, otros dirán que estoy loca, pero Johannesburgo me acuerda a Nueva York.

Pero no al Nueva York de hoy. Me acuerda al Nueva York que nunca conocí, al de la película “Do the right thing” de Spike Lee. Johannesburgo se siente como lo que me imagino fue Brooklyn en los 80s.

En mi cabeza Joburg suena así. Y se baila todo el día al son del boogie Nigeriano.

No sé de donde sale el nombre “Joburg” pero es en ese apodo donde empiezo a entender que a las ciudades que se les quiere, se les dice con cariño.

“La ciudad ha vuelto a la gente humilde, la gente es más amable”, me dice mi amigo L con una mirada de nostalgia mientras me lleva al aeropuerto. “Eso hacen las ciudades que son duras”. Me monto al avión pensando que tan dura puede ser una ciudad como para volver a su gente “más amable”.

Pero es que a Joburg le pesa su historia. Ahí es donde estaban las minas y la necesidad de mano de obra barata y ahí vivió Mandela y ahí es Soweto y ahí fue donde mataron a Hector Pieterson. Y la historia en Sur África sigue sin resolverse, así que a Joburg también le pesa su presente.

Pero el presente cambia. Sin darlo por hecho, es una ciudad que se empieza a reintegrar. Y la ciudad vibra y es dinámica.

Y es increíblemente linda. De esa manera en la que sólo las ciudades grandes y caóticas del tercer mundo pueden serlo. Su centro – el CBD – tiene esa capacidad de hacerlo sentir a uno en una ciudad grande. De esas en las que uno quiere sacar la cabeza por la ventana cuando va en un carro por la noche.

Pero también es terriblemente fea, con esos extremos que enmarcan a las ciudades con tantas diferencias sociales.

Y cuando hablo de la ciudad, en realidad quisiera hablar de él pues creo que Joburg es masculina.

«¿Que hace a una ciudad masculina?» Me pregunta mi tía. Sin tener una mejor explicación, le
respondo que hay algo en su energía que la hace sentir como un hombre.

Cuando le digo a L que Joburg es masculina, se ríe y me dice que para él está clarísimo que es una mujer. De pronto es que solo rompe corazones.

Porque Joburg es ir a un bar en Melville, un barrio que parece Nueva Orleans, y enamorarse
profundamente del bartender que le advierte a uno “hoy nadie más va a venir, dejo el bar abierto solo si ponen buena música.” Y es que la selección de la rockola es infinita.

Y la primera canción que escoge mi amigo A es “This Must Be The Place” de Talking Heads y me pregunto si me estará leyendo la mente.

Pero de pronto es el whiskey el que está hablando. Porque Joburg es whiskey. Siempre, mucho whiskey.

Y se acaba el whiskey y se acaba la música.  Y en el carro de A, un carro sin radio ni calefacción, andamos sin rumbo a las 3 de la mañana con un frío que no nos deja ni sostener una conversación.

Y tiritando nos quedamos mirando las luces de la imponente Joburg – la ciudad con personalidad, la que de pronto es ella, la que meses después lo persigue a uno a otra parte, la que seguramente es él.

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