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paola maita caracas
Photo Credits: Gabriela Camaton ©

Psicosis compartida

Hay días en los que las seis horas de diferencia entre España y Venezuela me pesan más que otros. Después de estar casi un año viviendo lejos de mi país, había logrado sacudirme la sensación de estar viviendo en otro planeta, producto de la diferencia horaria. Me había acostumbrado -y lo digo en pasado porque siento que el hábito quedó hecho polvo en unos pocos minutos- a la normalidad de que mientras ya yo he trabajado todo el día, mi mamá y los amigos que tengo en América generalmente están comenzando el suyo o van a la mitad de él.

Todo iba bastante decente con mi percepción del tiempo hasta el martes 30 de abril. Para aquellos que no lo saben, ese día Venezuela se despertó más convulsa que nunca, en medio de la “Operación Libertad”. Durante ese día y los siguientes, se está desarrollando (al menos hasta el momento en el que escribo esto) un levantamiento militar -que no, que no es un golpe de Estado- con la intención de restituir el orden constitucional, ese que hace rato no es más que un recuerdo.

Mientras almorzaba ese día, veía el vídeo de Guaidó con el cielo color amanecer de fondo. En ese momento, la realidad se me partió en trozos. Por un lado, le contaba a aquellos compañeros de trabajo que me preguntaban sobre la situación, tratando de ser lo más breve e informativa posible sobre los últimos 20 años, por el otro, tenía abiertos en mi teléfono a la vez, en pantalla partida, Youtube, sintonizado en un canal de noticias, y WhatsApp. Estoy clara que era mucho más de lo que podía asumir, pero no tenía la claridad necesaria para decidir qué ver.

El resto del día transcurrió tan o más caótico que mi hora de almorzar. La sensación que tuve antes de acostarme era que el lugar de donde había partido mi día era lejano. El camino de ida para el trabajo, las llamadas telefónicas, las reuniones de trabajo, las alegrías del día anterior… Todo era distante. Las cosas que habían sucedido hacía media hora me parecían remotas, y cosas que había vivido hacía meses me parecía que habían sucedido hacía un par de segundos.

Este estado casi psicótico que experimenté por unas horas, donde los límites espacio-temporales se me hacían difusos, donde “el aquí y el ahora” eran dos cosas que no podía definir lo vivieron también otros amigos quienes viven fuera del país.

Estar físicamente en dos lugares al mismo tiempo aún no es posible, pero a veces como inmigrantes queremos creer en ciertas ficciones para sobrellevar el peso de la distancia.


Photo Credits: Gabriela Camaton ©

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