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paola maita
Photo by: arruda_mar ©

Proud to Pride

Si mi adolescencia se trató sobre buscar siempre la manera de encajar y de disimular mis diferencias con el otro, mi adultez ha sido recorrer el camino contrario. Mientras más me conozco, menos quiero ser como alguien más. Voy interiorizando cada vez más el que yo soy yo y el otro es el otro.

En ese recorrido, me he vuelto más vocal con muchas cosas que antes me avergonzaban, como mi pasión por escribir o el ser bisexual.

La primera vez que le dije a M. que sentía atracción tanto por hombres como por mujeres, su primera respuesta fue que le parecía maravilloso, pero que lo mejor era que no anduviese diciéndolo por allí. En aquella Venezuela, puedo entender que esta súplica disfrazada de consejo casual estaba originada de un lugar de amor y cariño, que lejos estaba de que M. sintiese rechazo hacia mí por mi orientación sexual. A M. le preocupaba que, si era muy pública con ello, pudiese sufrir discriminación, especialmente laboral por estar trabajando con niños.

En ese momento, tomé su advertencia como eso, un asunto de supervivencia. Tal como M., muchas otras personas con las que sentía la confianza de comentarles mi orientación sexual, terminaban diciéndome más o menos lo mismo: Ten cuidado a quien se lo cuentas.

No puedo tachar a estas personas de paranoicas cuando sé que se cometen crímenes de odio en contra de las personas del colectivo LGBTQ+ todos los días en todas partes del mundo. No puedo decir que estaban siendo extremadamente cautelosas si recuerdo que alguna vez he escuchado a personas cercanas decir que preferirían tener un hijo drogadicto o una hija prostituta, que homosexual.

Llegó un momento en el que tenía asumido que callarme era protegerme del resto del mundo, quedarme en una burbuja de seguridad reforzada por el hecho de estar en una relación de apariencia heterosexual.

Sin embargo, comencé a escribir sobre ello. Primero de manera fabulada, luego de manera más genérica, para terminar en este junio del 2021 donde he llenado mis historias de Instagram con publicaciones referentes al Pride y a quien soy realmente. Cuando hago memoria de este junio, no puedo evitar preguntarme: ¿Cuándo y por qué me he hecho tan vocal con este asunto?

Hay dos momentos en los que puedo decir que mi vocalización dio un giro violento: el día en el que le dije a mi madre que también he salido con mujeres y el momento en el que sentí que realmente tenía un hogar propio en España.


El día antes de subirme al avión para venirme me atreví a decírselo a mi madre. Después de una linda conversación con ella, decidí contarle aquello que hacía tanto tiempo quería decirle. Necesitaba ser emocionalmente transparente con ella, por si acaso no volvíamos a vernos. Su respuesta fue algo folklórico que preferiría no repetir y es un asunto que no hemos vuelto a conversar abiertamente.

A pesar de que es un tema sobre el que hemos corrido un tupido velo, el decirlo en voz alta delante de ella hizo que desapareciese de mi cabeza el temor de lo que podría pasar si se enteraba accidentalmente. Ya había puesto intencionalmente las cartas sobre la mesa. El resto de las jugadas respecto a este tema ya no tenían por qué ser sorpresa.


El 14 de junio del 2019 fue el primer día que dormí bajo un techo y sobre un colchón que habíamos pagado entre S. y yo. Este piso recién alquilado corría completamente por nuestra cuenta.

Me tomó un par de meses el comprender que, salvo que hiciese algo ilegal, nadie podía echarme de aquí, y mucho menos por manifestar abiertamente la persona que soy. Estoy viviendo en un lugar que está regido entre dos personas que nos conocemos y que hemos puesto reglas en común. Con la seguridad de tener mi propio techo, vino la calma de poder decir con orgullo: “esta soy yo”.


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