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Prosas poéticas

Salamandra


Lame con tu fuego arisco y fuerte, ánima del fango y palidez de luna;
Ama sobre las candelas la laboriosa libertad de los azules acentos de las llamas.
Salamandra hija de la noche, bestiario de mi heráldica, suavidad húmeda que anda por la espalda, saca tu poder de alquimia, busca el centro del desorden regio, la magia acorde con la música de esferas que se atienden mutuamente, la seducción del animal que piensa y goza, la primera locura que se nos venga encima y nos ponga en estado delirante como un ángel sin alas pero tan desnudo y solo como el grito de Munch sobre los puentes. Ave o dragón entre las llamas, no te descompones, al contrario aumenta tu argenta mirada de océano, tu cálido aliento de sexo desbordado, tu crimen delicioso de comerse vivo a un transeúnte del silencio.

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Todo flota, nada queda quieto, ni las piedras con las que se han hecho catedrales, ni los mandatos más soberbios, ni los delitos más estáticos; todo se desvanece en el aire, se aliviana, se derrite. Somos hojas al viento, música de desapariciones y de encuentros, más nada permanece, eso que somos hoy, mañana será viento. No hay temor, la vida es puro movimiento. El beso de este momento ya es un chasquido de labios confundido con una palabra que se deshace en silencios. Nada queda, todo es nuevo. Un hedonismo consciente, un placer inaplazable, una conjura mutua, una orgía de sensaciones que se alimenta recíprocamente, es tan valioso como el mejor poema, a no dudarlo. La literatura erótica no es un lugar común, es una esfera que se devuelve y deja ver quiénes somos, rueda el mundo en sus volutas, formas intempestivas y pactos de placer, más todo es movimiento, no podemos quedarnos en el tragaluz de lo vivido, sintiendo por las rendijas del olvido. Hoy más que nunca a jugar, a danzar al son de la pasión. Volar sin temor a ser juzgados por los terribles acróbatas que aprisionan la risa y el delirio.

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El gesto y la mirada: una alusión a un lenguaje silente, mirar hacia un nuevo horizonte, en esos ojos hay un deseo enorme de salir, combate con el cascarón del día, hay fuga, relajación o tregua, más ella sigue buscando una nueva luz del diario, en ese gesto hay tranquila calma que no se apacigua del todo, una nube de deseos la tiene consternada, su mundo flota un poco, sale con la duda como garfio, lucha, busca, es incansable.

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Ni la titilante luz de que guiña el ojo vertical de la alborada, la loca espera de un sonámbulo que aparezca entre las sombras, la ida y vuelta de un placer sin nombre, el crepúsculo o el despuntar del día, nada de eso disipa esa aparición de una desnudez que no pide más que agua , fuego y aire. Ven airosa luciérnaga con piernas, veladura de la noche, mariposa con senos, grieta de las palabras que se pronuncian en el vientre, ven y di una sola sílaba, aquella que es un resplandor seductor que nos dejará por siempre bajo el efecto de la embriaguez y del asombro.

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Las sulamitas del desorden
No hay mujeres pecadoras, hay mujeres deseosas. Se arrinconan, se sancionan, más ellas se sublevan, se extienden, se liberan. Son las sulamitas del desorden, no obedecen al sultán sino al placer. Bailan hasta dejar rayas sobre el placer de los escribas; la leyenda está hecha, la sulamita desnuda deja caer la corona del mismo Salomón, sentada es un universo que redondea el salón de los banquetes, de pie es una columna que se mueve por el jardín de un nuevo Edén. La sulamita está en nosotros, como odalisca que juega en la mente del poeta y el pintor, como naufragio de una embarcación que partió de un puerto en juncos de placeres y en viajes por el resto de la imaginación. Ella conserva la osadía de habar convertido el agua en vino, al sibarita en huésped, al libertino en santo y al demonio le concedió un arrebato de ángel para que volara sobre sus labios como una abeja amarilla. La sulamita es la imagen perfecta de un harén donde todas las mujeres del mundo serían libres y hacen de su estadía por la tierra una fragancia erótica y una pasión sin límites. Sulamitas de todos los países unidas, que la belleza en cualquier edad y condición sea la divisa y su escudo. La sulamita es una mujer liberada de sí misma, una no sumisa.

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Somos barrocos, todo espacio se llena, se hace riqueza visual hasta ver el mundo lleno de ángeles y de formas, la pared atestigua que vivimos en la desmedida, nunca nos hartamos, siempre hambrientos de mundo, locura y frenesí, cada centímetro es un testimonio abundante de deseos y de lo mucho, de necesidades, fiesta del color, papeles que nos tapan, queda la mirada perpleja, el rostro y la música como un lunar de luz.

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Ojos de asombro y ternura concebida
Hay momentos que los ojos te miran hasta muy adentro del ser, no son sólo observadores, son presencias fulgurantes y hechizos que hacen temblar a los imperios y sensualizar a los poetas. Una mirada basta para quedar en otro estado, la contemplación hasta el más íntimo lugar del alma, sentir que se mira para tocar el fondo del pozo de la existencia, algo entre el temblor y el temor, entre la audacia y la ternura.

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Santa teresa de los barrios.
Un farol de luz amarillosa, el parque solo, la noche cabalgando como un galope de silencios sin relinchos y sin crines, una mujer que piensa sobre la aurora como si el día nunca fuera a llegar, todo parece estático, algo habla y no son las palabras, es un murmullo de accidentes en las autopistas mentales. Cada rayo de las lámparas parecen las lanzas que atraviesan el orgásmico acto de una Santa Teresa, levitando, sacra, intacta, perfecta alucinación para nunca despertar.

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Silencio


No hables ahora, la guerra aún no termina. Escribe cuanto puedas, deja notas en el misterio de las horas, no es un silencio sin vos, es un murmullo feroz, un estado de alerta, un deseo de vociferar pero con el candil con fuego y la mirada atenta. Cuando desates tus palabras hay que hacerlas con una irreverencia audaz, con un a firmeza única y con una ternura con dientes, nada de plazo, cuando desates tu voz es todo lo tuyo lo que se revela y conmueve, la vida a borbotones.

Marzo/Abril 2015

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