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Primeros días en Bogotá

BOGOTÁ: Los días y los sucesos son algo que no se puede contar cronológicamente. Los días y los sucesos, a su paso, se convierten en meras impresiones, en frases vagas o imágenes difusas que se arman como un castillo de naipes, las cartas del destino se pegan unas con otras con apenas algo como una exhalación, y así construimos nuestra memoria, nuestra identidad, nuestra estructura.

Yo personalmente colecciono ideas, momentos, frases e imágenes, y los escribo porque me da miedo perderlos. Mi memoria se escurre entre mis dedos como agua derramada, temo que un día yo no sea más que unos ojos que miran pérfidamente hacia delante sin conocimiento de que son ojos, temo que mis oídos se conviertan en cuevas, temo que mi boca enmudezca de miedo, y que mi lengua se retuerza de ignorancia.

Los recuerdos que tengo de mis días, son ideas que se superponen unas con otras, accidentes que se unen y después cobran sentido, si no los olvido primero: “El frío es negro” dijo un amigo de tres años de edad, el primero que tengo en esta ciudad.

Bogotá me da sed y poca hambre, Bogotá lo seca a uno por dentro, no es una ciudad calurosa, pero su aire frío, negro, no te congela pero te seca de la garganta a los labios. No me malentiendan, no soy una más de los que detesta a esta ciudad, me gustan sus hojas en forma de estrella que se ahogan en los charcos después de una lluvia torrencial.

No pude dormir los primeros días. Me aburren las noches por el imperativo humano de no hacer nada durante su estancia. Me aburren los días subyugados por el imperativo humano de tener que hacerlo todo mientras el sol se cuelga del cielo.

A veces me vuelvo a mirar tanto hacia atrás en el camino, que quisiera convertirme en sal de una buena vez.

A veces no sé a que parecerme, no sé si soy fiel representante de mi nombre, o mi nombre fiel representante mío, sin embargo me presento ante los desconocidos como con la certeza de que soy porque me llamo. La gente me habla y sus palabras zarpan rápidamente en el viento, no les entiendo nada, sonrío, digo alguna estupidez; creo que lo notan.

Mis ojos no enfocan bien, y me culpo por forzarlos a mirar la nada en momentos de aburrida introspección, esa eterna búsqueda de palabras con las cuales fabricar una interpretación.

Me siento contenida, deseo derramarme.

¿Cuentan los sucesos oníricos en una crónica? Porque en mis sueños te encuentro hasta en la copa de los árboles.

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