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Paola Maita
Photo by: Paola Maita ©

Postales del momento (II)

Sentarse frente a una máquina y escribir. Parece un acto que debería ser inconsciente después de tantísimos años calentando el brazo para darle forma a una idea tras otra. Sin embargo, ni es tan inconsciente, ni tiene nada de automático.

Para sentarme a escribir, tengo que tener silencio en casa, haber terminado de trabajar a una hora temprana, no tener quehaceres pendientes en casa, no haber tenido un día tan cargado que me haga resistir el sentarme otro rato a teclear, tener una idea lo suficientemente atractiva que me apetezca desarrollar, creer que es una idea que vale la pena, … Lo que en un principio era un acto sencillo, se transforma en una confluencia de una serie de variables que convergen en el mismo punto: una mujer de 34 años que escribe. A veces.

Al mismo tiempo que pienso en mis hábitos de escritura, una voz imaginaria en mi cabeza intenta explicar el fenómeno:

Su señoría, creemos que el vacío es negro. Pero la verdad es que el vacío es blanco, como las páginas vírgenes, y solo se puede rellenar con la tinta negra que salpica una pantalla. La tinta proviene de las ideas que sangran de la cabeza de aquellos que escriben a veces, cuando pueden. Si escriben muchos sinsentidos, la tinta acaba por saturar el papel y de ahí surge la falacia de que el vacío es negro. Ese es mi argumento.

La voz pertenece a un abogado con un traje marrón excremento, zapatos negros de charol brillante y la corbata manchada de salsa de comida barata. Aunque no me inspire confianza, intento escuchar lo que dice.

Por unos segundos, mi pensamiento divaga sobre cuestiones domésticas y terrenales, como qué haré de comida mañana. Ese momento de despiste es aprovechado por el abogado para hilar su argumento del vacío conmigo.

Ella escribe. Solo a veces. No siempre que quiere. No siempre que puede. La verdad es que no todo el tiempo tiene ideas para desangrar.

A esa verdad que acaba de declarar el abogado, yo le sumaría otra. Si escribo me siento juzgada por lo que hago. Y si no lo hago, me siento juzgada por el vacío blanco.

Silencio. Que hable el sospechoso, dijo el juez dándole la palabra al vacío blanco salpicado por algunas gotas de tinta.

El vacío solo se limitó a limpiarse la ropa.


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