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Photo by: Paola Maita ©
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Postal de un recuerdo (III)

Fue un viernes por la noche cuando me senté en la sala de un hotel perdido cerca de un pueblo catalán con aquellos 5 recién conocidos. Nos habíamos quedado rezagados del grupo, como rebeldes sin causa, después de que todos se habían ido a dormir.

Aunque intentábamos mantener la conversación en un tono aceptable para que los demás pudiesen dormir, las copas de vino que íbamos vaciando hacían que nos volviésemos cada vez más ruidosos. Nos reíamos de nosotros, de la vida, de intentar entendernos, pero no dejábamos la literatura del todo apartada.

Una agente literaria y un escritor, que eran pareja, nos mantenían entretenidos como niños con sus historias, contándonos cómo sus mundos cobraban forma no solo en los libros sino en la vida que llevan juntos fuera de ellos. Por otra parte, el resto de nosotros se mantenía atento a sus historias, acompañándolas con nuestras propias vivencias.

Mientras me encontraba allí, una parte de mi mente se fue al almacén donde guardo todas esas preguntas que me he hecho y que permanecen sin respuestas, y encontré una que me acecha desde hace años: ¿Cuál es el momento adecuado para autodenominarse escritor o escritora?

No es el momento de pensar en esto. ¿Qué importa si no tienes un libro publicado en físico? Quédate en el momento. Escucha a los que tienes al lado, que solo tienes un par de horas con ellos y no sabes si les volverás a ver.

Aunque intentaba mantener mis ideas en el canal lento de mi pensamiento, la ansiedad de seguir sin tener una respuesta a la pregunta me iba robando la atención del momento. Querría recordar momentos específicos de la conversación, frases, ideas, pero solo recuerdo la sensación del debate interno entre estar viviendo un momento increíble con desconocidos y querer obtener una respuesta definitiva.

Cuando las personas que trabajaban en el hotel nos comentaron que ya se irían a dormir, salimos al patio. Pasamos un par de horas más conversando afuera, bajo un cielo despejado y una brisa de mayo que enfriaba la noche, pero no las ideas. En muchos momentos hablamos de libros, de lo que estábamos leyendo, de lo que queríamos escribir. Era inevitable que hablásemos de literatura si al final era eso lo que nos había llevado hasta aquel lugar.

Unas semanas después, mientras miro las fotos del momento, quiero creer que a partir de allí he logrado dar con un pedazo de la respuesta: alguien se puede autodenominar escritor en el momento en el que no se puede parar de pensar en ello, así se esté con desconocidos.


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