F. y yo llevábamos tirados toda la mañana en la arena. Después de 6 años sin vernos, necesitábamos hablar no sólo de lo que nos había sucedido en ese tiempo. También necesitábamos darnos cuenta, a través de la conversación que hilaba el momento, lo mucho que habíamos evolucionado.
Sabía que quería recordar al máximo esos instantes, que tenía que aprovechar cada hora que tuviese con F. porque las teníamos contadas. En dos días, nuestro tiempo juntos se habría acabado.
Saqué la cámara del bolso, e intenté fotografiar todo lo que me rodeaba mientras seguíamos conversando. La arena tibia en una mañana de primavera, el sol tenue, el movimiento de un pueblo costero un miércoles en la mañana, el sonido de las olas de un mar en calma. Quería tener imágenes que me recordasen las sensaciones que estaba viviendo en ese momento, en vez de tener unas que solo me mostrasen un punto específico en el tiempo sin contexto alguno.
Entonces fue cuando vi a la señora del traje de baño rojo que salía del agua. No sé si nos miraba de vuelta. Si entendía que a unos metros de su toalla había dos personas con una relación muy profunda y muchos altibajos, compartiendo las pocas horas que tenían a su alcance. Quise conservar su imagen como testigo de esa conversación, una prueba de que no solo nosotros vivimos esa playa.
Quiero creer que quizás, cuando seamos tan mayores como ella, podría ser yo la señora con un traje de baño rojo y él, mi amigo de la juventud, que me toma la foto desde la orilla.
Photo by: Paola Maita ©