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Leopoldo Espinola

El Portal de Belén: más que una tradición

Sara me habla de Santa Claus con la misma naturalidad que una niña de seis años que hubiese nacido en Oakfield, en el condado de Genesee (Nueva York). Y es que —como ocurriera hace algo más de un mes con el Día de los Difuntos, cada vez más Halloween—, en Alanís, comarca de la Sierra Morena Sevillana (Sevilla), como en tantos otros pueblos y ciudades de la geografía española, el cine, en su mayor parte procedente del inagotable bosque de acebos norteamericano (Hollywood), nos ha clavado como alcayatas de las que pende el consumismo, a golpes de martillo de Walt Disney, las costumbres anglosajonas para celebrar la Navidad.

Nuestros Reyes Magos, pese al empeño de los más conservadores —entre los que me incluyo—, empiezan a quedar como la Copa del Rey en el fútbol: relegados a posiciones más modestas en el baremo del interés social. Esto evidencia, no solo que las monarquías no atraviesen sus mejores momentos, sino que las familias tienen que multiplicar por dos sus gastos en las compras navideñas.

Para los pocos ricos no supone ningún problema, al contrario, más fiestas y más diversión: regalo de Papá Noel y regalos, tres, de los Reyes Magos. Pero para la mayoría de los españoles y de los europeos, el trabajo está como está; los sueldos, bajos, son los que son, y cuando no hay dinero para tanto regalito es cuando entra en marcha la taladora de tradiciones. Los padres se ven obligados a fijarse en dos detalles: el primero y más importante, su cuenta bancaria: no es lo mismo regalar tres que uno; y segundo, la fecha: Navidad es el 25D, prácticamente al principio de las vacaciones escolares, mientras que el día de los Reyes se celebra el penúltimo de las mismas. Es entonces cuando se produce el fatal tijeretazo, y la mayoría de las familias decide recortar en la víspera del 6 de enero en perjuicio de las mágicas majestades de Oriente.

En los años setenta yo era como Sara. Solamente el Portal de Belén y alguna que otra vela eran los adornos que mamá nos animaba a colocar. Eso sí, un Portal de Belén con todos sus detalles: musgo, serrín, nieve, corchos, agua… y con todas la figuras necesarias, desde pescadores hasta romanos, pasando por el pozo con todo el cortejo de Reyes Magos hasta el castillo de Herodes Antipas. Y si había que ocupar una habitación de la casa y dormir en un sofá por ello, se hacía durante todo el tiempo que fuese preciso. En los ochenta fue entrando el colorido de bolas y luces del abeto navideño, los calcetines y con ellos el gordinflón de los renos. Hoy ya es tradición. Y según el trabajo que dan uno y otro en su preparación, terminará por desplazar al Portal de Belén, que si bien, en nuestra casa aún ocupa una mesa en el rincón, en otros hogares ya ha desaparecido.

La comodidad, el apartheid cada vez más severo con todo lo religioso, la filosofía del carpe diem que se ha instaurado en la sociedad y la implacable campaña que ejerce la televisión, con la publicidad de la industria juguetera, y con el cine como principal aliado, en favor del hoy vestido de rojo Sinterklaas —santo patrón de los holandeses, transformado en Santa Klaus, primero por la historia y finalmente por el marketing—, acabarán por desplazar de nuestra Navidad una de las tradiciones más viejas y arraigadas.

Pero para algunos, como yo, es algo más que una tradición y me niego rotundamente a esta ocupación. Y si es preciso “moriré con las botas puestas”, e intentaré que Sara, con los ojos llenos de ilusión, siempre abra sus regalos el mágico amanecer del 6 de enero junto al Portal de Belén. Insistiré para que enseñe de este modo a sus hijos si es que los llega a tener. Quiero que descubran el placer de no envejecer, al menos por un día en el año. Ese placer que nadie podrá arrebatarme en el que vuelve a mi vida aquel niño de los años setenta para ayudarme a montar el Portal de Belén.


Leopoldo Espínola, Alanís (Sevilla)
http://alasdealanis.blogspot.com | https://www.facebook.com/Leopoldo.E.G

Photo Credits: Rusty Clark – On the Air M-F 8am-noon

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