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mario blanco
Photo Credits: EuroVizion ©

Por fin Roma a mis pies

Volamos desde Barcelona a la antiquísima y célebre Roma, aquella que aprendí de las narraciones de Plutarco siendo un adolescente. Del aeropuerto Fiumicino nos trasladamos a la habitación antes rentada, y una vez establecidos, sin pérdida de tiempo nos dirigimos a la Fontana de Trevi tomando el metro que tiene la ciudad, y de hecho observamos el contraste con lo vivido en Barcelona con sus doce líneas impecables. La Fontana está, como de costumbre, abarrotada de turistas que tiran sus monedas, tal cual nosotros hicimos, pidiendo los deseos, tanto materiales como espirituales, que cada cual añora en su vida.

Describir la fuente no es necesario, pero sí la recreación de la vista, la percepción personal, y cómo echa a volar la imaginación que provoca una obra tan bella dejando, de paso, que surjan sensaciones internas inenarrables. La apreciación del arte de aquella época supera con creces el realismo de hoy, cabe solo una palabra, magnificencia.

Al siguiente día nos dirigimos  al Coliseo Romano. Quienquiera  haya pisado Roma al menos por unas horas,  seguro va al encuentro de la historia resumida en esa elipse majestuosa, que conserva aún por la pericia de sus proyectistas y constructores, murallas externas y muros interiores que han  desafiado la agresividad implacable del clima y de los movimientos tectónicos durante centurias, y también la fuerza destructiva del ser humano quien provoca la enorme ambigüedad de crear con arte y destruir con guerras. ¿Qué decir de esta joya majestuosa?, donde la historia guarda las más disimiles acciones de los romanos de aquella época. Lo que sobresale en cada una de nuestras mentes son las famosas y sangrientas batallas de los gladiadores, hechas para el deleite de la plebe y de los emperadores reinantes en los primeros cinco siglos del segundo milenio.  ¿Quién al ver ese portento creativo no se ha traslado a aquella época?, viendo o sintiendo el galopar de las cuadrigas, con sus contendientes enfocados en derribar,  herir y degollar al contario, y hasta muchas veces dar una vuelta de honor con la cabeza chorreando sangre fresca, ante el aplauso atronador del público, que hoy valoramos como un acto bárbaro, pero que, si nos enfocamos en aquellos tiempos, era casi una regla de combate  por el capricho del gobernante supremo, ubicado en la mejor platea de aquel enorme teatro de lucha.

¿Pero dónde dejamos la belleza arquitectónica de los arcos de triunfo de Tito y Constantino?, que reflejan en sus relieves el trabajo austero de los maestros orfebres, aquellos que, con herramientas hoy obsoletas, pero con un inmenso concepto de la belleza, dedicaban meses enteros de ardua labor, para que la trascendencia de sus trabajos galopara los decenios y centurias, y llegara hasta nosotros como clase magistral. Y qué decir del Foro Romano y el Monte Palatino, donde por doquier se aprecian trazos de historia de aquellos tiempos. Las expresiones de los romanos no son para verlas, sino para escudriñarlas y descubrir sus detalles, y dejar correr la imaginación, pues desde luego que las fotos hacen perdurar las imágenes, pero olfatear aquel ambiente, saborear con tus propios ojos esa imagen tranquila perpetuada  en el tiempo, vale cualquier fortuna.

Tuvimos otro día de dicha en Roma, para que la misma nos brindara la majestuosidad del museo del Vaticano, donde desde luego la primera mención es para la Capilla Sixtina, inenarrable, inigualable, extensa, grandiosa. Pero todo el museo es una enciclopedia viviente, donde cada objeto enseña su arte cual maestro a sus discípulos. Luego nos deleitamos con la Plaza de San Pedro, inmensa e imponente, y caminamos sobre sus losas sintiendo subir por nuestras extremidades el flujo narrativo de los acontecimientos allí vividos. Aún más, nos esforzamos y llegamos al Castillo de Sant’Angelo, otra obra colosal donde la admiración desborda nuestros pechos, con el rio Tíber espléndido corriendo al frente, otorgándole más magia al Castillo. Imposible relatarlo todo pues la lluvia nos castigó, solo mencionar las hermosas plazas de:  España, Venecia, Navona y el Panteón.

Al siguiente día dejamos Roma, exhaustos por el esfuerzo físico de caminar 15 km diarios entre sus reliquias arquitectónicas, plenas del arte de viejos tiempos. Solo acotar, que la higiene de la ciudad necesita un poco más de esfuerzo, aunque no obviamos la inmensa cantidad de foráneos que deambulan unos y sobreviven otros, y no siempre guardan el respeto hacia la idiosincrasia de ese país maravilloso.


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