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dinapiera didonato
Photo by: aaron_anderer ©

Pollo con tapabocas

–Y a ti que te encanta dejar que Mosca se te suba a la cama.

–No exageres, aquí no tenemos alerta. Y en todo caso, más peligrosos son Dante y Virgilio porque la jaula da para la ventana pegada del hospital. Cada vez que te visito con Mosca nos da el asma.

Envuelta en capas de abrigo amarillo apenas sobresale la nariz picuda de la señora menuda que interrumpe la conversación y guía la visita dando voces potentes. La rodean mayores con tapabocas que manotean con insistencia haciendo señales de que gradúe los audífonos. Da saltitos alrededor del tríptico de la Anunciación del taller de Robert Campin del siglo XV.

La guía insiste que su casa está más limpia que el hospital donde se han visto murciélagos y pone orden porque todos se distraen con el bolsito de la tabla central que al parecer copian una y otra vez los diseñadores y que servía para guardar las Sagradas Escrituras.

–Yo tengo uno idéntico, la próxima vez que vayan a casa se los muestro. Atención a la luz en forma de estrella en los pliegues del manto.

A veces, cuando tengo malas noches, paso a ver a la mujer que lee en el centro con su manto rojo sentada en el suelo. Parece abstraída, muy lejos de un altar de la dinastía Merode y a la vez instalada en la inmediatez de su rutina. El ángel con alas realistas se acerca demasiado tratando de sonsacarla. Apaga la vela para que deje de leer en su libro. Me gusta pensar que ella está leyendo precisamente aquella escena y la mía. Imagina al visitante en el cénit de su belleza. Es inevitable el amor. Podría ser una alquimista que transforma al homúnculo que sale del óculo lateral a través de rayos que viajan y vienen del Hudson (si apartas la vista percibes el río a través del vitral a la izquierda de los observadores) porque ¿podría ser de otro modo? No es una paloma del espíritu santo. Es una larva con una cruz, como un feto blancuzco precipitado desde nuestra vida que lo guarda como en un frasco de formol y lo suelta en la dimensión abierta a pesar de los códigos, los símbolos, las interpretaciones, los encargos, para ser devuelto vivo desde la corriente cotidiana del cuarto de la lectora pintada.

Cada vez que alguien se acerca al retablo la señora del tiempo también nos lee ensimismada desde su texto. El grupo de mayores que rodean al pollito promete enterarse mejor pues va a Bruselas pronto para ver la versión del panel central donde la lectora cambia de posición y aparece leyendo, pero para el ángel. En el de aquí hay trampas para ratones que el carpintero José, en la tabla a su izquierda, hacía por encargo para atrapar demonios. O tal vez la ciudad se cuidaba de las pestes. En el retablo todo está limpio y hay una toalla con agua, aunque podría el arcángel transportar piojos mortales en las plumas. Pulgas transmisoras y muchos demonios, comentan los espectadores, porque –y en esa parte se me trabó el inglés y entendí a medias– aquella pintura está ligada a un asesinato de su época. ¿Los dueños del retablo, los pintados en la tabla derecha como si estuvieran arrodillados suplicantes ante una puerta recuperaron su buen nombre, cumplieron con la ley de la ciudad? Hubo un juicio y sentencia y se pagó por ello.

Me voy detrás cuando salen de Los Claustros, enfilan por el pequeño bosque, oigo vociferar contra un cielo acolchado blanco. Me arrepiento por haber interrumpido mi visita a la lectora, pero sigo el relato de las andanzas de la experta por Bélgica, cuando era muy joven y vio al Cordero de Dios de otro altar famoso, el del políptico donde no se ponen de acuerdo sobre si se adora al animal místico o están a punto de asarlo.

Este año la oveja dejó su aspecto de madeja de luz, efecto de varias intervenciones y del sucio acumulado a lo largo de la vida del retablo. Una vez recuperada la pincelada inicial de los van Eyck se nota la cara híbrida e inquisitiva y las orejas puntiagudas como antenas extraterrestres. Lo vi en el noticiero.

No hay que asustarse. Se están cayendo las pieles de oveja. Es que en este año se van a saber muchas cosas. Noto un celaje entre los arbustos, los gritos de la guía han espantando algo. El presidente, por ejemplo, fue a las manifestaciones pro-vida, y con ese gesto dejó más claro que nunca que no representa a la nación entera, el tipo es un sepulcro blanqueado.

La mayoría del grupo, republicanos, ya no quiere discutir. El cielo es un prado blanco, el río una gelatina. El grupo se mueve lento, la temperatura va a bajar y el trecho atravesando el parque hacia los estacionamientos se me hace eterno. Los que siguen los noticieros de Fox insisten un poco, por no dejar, en que el cinismo no empezó con los republicanos. Si no avanzan tendré que alejarme sin saber qué sigue con lo del Cordero Pascual de Gante.

¿Será que dirán algo sobre Virgilio, pintado en la misma tabla del sacrificio? Un rayo que parte del sol central donde reina la paloma del espíritu cae casi encima del poeta y cuando se cierra el retablo vemos a una sibila con una de sus citas.

Pero ahora pasan al simbolismo del rol del chivo expiatorio que suele concentrar todo el mal de una ciudad, mientras sacan bocadillos. ¡Ay de quien le toque como al personaje de la película The Joker! Estalla la crisis y aparece la verdad en forma de arte o de campaña publicitaria que pudiera ser lo mismo. Refrescan a los viejos íconos. El río suena y trae piedras que los artistas se lanzan unos a otros como solía decir la amiga que trascendió hacía poco convencida de haber alcanzado el grado de comandante de la luz entre entendidos espiritualistas.

No percibo ironía y casi no se les entiende. Alguien acota que cada quien con su tema. Al principio, cuando empezó a contarles de las técnicas mayas-tibetanas y cubanas que facilitan contactos con seres siderales para dar un salto cuántico se alarmaron, pero colaboraron con la doctora chamana que la instruía desde México, comprándole aguas y mascarillas milagrosas. Fueron tolerantes con lo del Jesús cósmico que vino a promover la unión galáctica señalando las supercherías cristianas porque para nadie es un misterio que el bien y el mal no son lo que parecen. Pero cuando ganó este presidente, los republicanos del grupo dejaron de hablarle porque la amiga aseveró que los seres de baja frecuencia andaban juntándose otra vez para apropiarse de los mejores recursos del mundo. En su entierro se reconciliaron. La amiga, probablemente fallecida por negligencia médica porque llegó a un aislamiento desmedido en medio de un delirio de persecución, llevaba algo de razón: cuánto no se habrá desviado de la inversión multimillonaria destinada a la restauración del Políptico. Aunque ahora cueste muy caro verlo, la publicidad tampoco es barata. Pero a ellos nadie los abusaría, se gastarían sus ahorros recordando lo mejor del arte del mundo.

Al becerro de oro lo hacen ver como un cordero místico pero debajo de ese cuero quién sabe qué hay. Alguien oyó en una conferencia que detrás del hombre murciélago está la imaginación trastornada del artista del deshecho. La pulsión, cuando es metida en un laboratorio farmacéutico muta. Las máscaras de gentes intercambiables se van ahuecando más. Pereciera que el actor de la película compusiera su personaje del guasón a partir de la iconografía del Poeta de la Crueldad Antonin Artaud.

Recuerdo la belleza impactante del Artaud joven antes de que empezara a representar en sus obras la destrucción de una obra y el sufrimiento institucionalizado soltara su flujo pasional como un loco peligroso suelto. Y sí, hacia el final de su vida, cuando los amigos como Marthe Robert lo rescatan del manicomio, solamente le ha quedado un cuerpo descompuesto que hace ruidos como el del Guasón. La máscara del fracaso del sistema farmacéutico entre la población de menos recursos, la del delito de estado, la de la guerra, pura expresividad malévola. Entonces vemos en la película que a medida que la víctima limpia la malignidad de todo el mundo porque la absorbe por completo, salen los purificados a hacer teatro de calle, a representar la furia, la protesta, la matanza, la vida llena de la horda especular. Se sabe que en cada ciudad se hace una enorme pira repartida entre festejos y protestas, cada quien vive su parte quemada lo mejor que puede o la transfiere. No siempre eliges o voy a la ópera o al bar, por la noche, salgo a protestar o me veo una serie, sino que caes en alguna red de captura.

Empiezo a marearme un poco.

Ya esto no es un secreto para nadie, el año empezó con quemados descontentos y experimentos de exterminio para bobos, ahí llegó el coronavirus, por ejemplo. Se callan de pronto. Halaron por una manga a la experta de los audífonos.

– ¿Qué fue eso?

– ¿Ven que no exagero? Hasta los parques están cada vez más extraños. ¿No han notado los robos misteriosos de comida? No es un gato-. Sueltan más trozos de bocadillo en perfecto silencio, se vuelven a tapar media cara y se paran a observar.

Alguien llega a buscarlos. Los agrupan, no vayan solos a ninguna parte. Hay días casi invivibles para ellos, para los pájaros, para las ardillas y los zorrillos y también para los topos que en los últimos meses han venido mermando. Les podría ir peor. El noticiero latino advierte de la modalidad de asaltos por la espalda. El atacante te sorprende solamente para noquearte. No te roba. No se va hasta que no te caigas al suelo. Casi siempre alguien toma la foto sin involucrarse. De pronto se levanta un remolino de hojas o de plumas y en un abrir y cerrar de ojos la comida ha desaparecido. Cada quien vio algo diferente.

El recién llegado los encamina hacia el transporte, dice que se tiene la información genética del virus mutante, los médicos del CDC aislaron la nueva forma con rayos. Parece una birreta de archiduque.

Quisiera regresarme a la habitación de la lectora. Un Gabriel con alas de carroñero, la garra felina que sale de un mueble, la polilla del verbo encarnado, el bolso tan contemporáneo sobre la mesa sin perspectiva de las azucenas ¿quién no ha tenido uno así? Temo por el grupo de mayores, ¿será realmente la camioneta que esperaban? Deseo tanto que puedan ver el cordero restaurado de Gante este verano, que el viaje no sea una estafa. O que pudieran al menos llegar al verano. Que no sigan saliendo con esos abrigos de pollo o de conejo cuando oscurece tan temprano porque hay alerta, sí, de coyotes que avistan por todos los sitios boscosos de la ciudad.

Si es que son coyotes tantos objetos no identificados.


Photo by: aaron_anderer ©

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