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agustina bulrrich
Photo by: Daniel Gonzalez Fuster ©

Polaroids pandémicas / Verano: 4

El primer cachetazo es esta imagen: en una esquina de Manhattan un hombre duerme sentado en una silla de oficina, al lado una valija y en el piso un celular que se carga en la estación pública de USB. No, más bien esta otra: vuelvo del trabajo en bicicleta y un vaho etílico me golpea la nuca, giro la cabeza a la derecha y veo al hombre que duerme en su taxi estacionado. Toda su vida está ahí adentro, valijas, también valijas. O ver a alguien en la calle inyectándose heroína.

Voy a verme con unos amigos en la 17 y la 2da, pero decido ir un rato antes y bajarme en la 23 para reencontrarme con el Flatiron y ese rincón de la ciudad después de tanto tiempo. Lo que sucede se parece menos a un reencuentro que a un intento de reconocimiento, como si fuera la ciudad entera la que estuviera conectada a un respirador. No son ni siquiera las 7 y ya todo está cerrado, algunos locales por el nuevo horario, otros parecieran haber cerrado permanentemente. Apenas algunas personas en la calle.

Todavía queda un puchito de verano pero la idea del otoño ya se siente en el aire. Camino por Broadway en dirección a Union Square y, al parar en una esquina a esperar el semáforo, una música me llega desde ¿una radio? La busco. La radio es un afroamericano, joven, que va andando en bicicleta. Con una mano sostiene el manubrio y con la otra un micrófono. En la parte de atrás de la bici viaja un parlante. La música se proyecta sobre la ciudad mutante: Strangers in the night, exchanging glances, wondering in the night , what were the chances, we’d be sharing love, before the night was through. Algo se acomoda del lado de la esperanza, pero es otra cosa. La esperanza, como dice Lispector, es un aplazamiento del presente y esto es aquí y ahora. La radio bici dobla en una esquina y se pierde en la noche de esta ciudad desierta. Casi nadie la ve, casi nadie la escucha. Pero sucede, y eso es suficiente.


Photo by: Daniel Gonzalez Fuster ©

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