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agustina bulrich
Photo by: Mike ©

Polaroids pandémicas / Verano: 2

Llegan a la plaza —les calculo unos setenta— él se acerca al banco en el que estoy sentada, agarra dos sillitas de metal que hay al lado mío y las lleva debajo de un árbol. Ella saca unas toallitas desinfectantes de la cartera y limpia todo de arriba abajo. Acomodan las sillas en hilera, una disposición espacial que me toma por sorpresa, y se sientan. Él atrás, ella adelante, él saca su guitarra y ella su Kindle. La mascarilla verde de él cuelga del clavijero de la guitarra, el de ella es a cuadritos negros y blancos y cuelga de su oreja izquierda. Escucho una melodía y veo una mano asomarse y producir notas pero la cara no llego a verla, desde mi ángulo de visión queda reemplazada por la de ella, con quien intercambio miradas muy brevemente y a quien dirijo una sonrisa que no es correspondida. Tiene cara de pocos amigos, o tal vez sea cara de concentración, pero enseguida una ardilla aparece en escena y entonces esa sonrisa invertida a lo Droopy se convierte en una de las más habituales, para arriba. Saca una bolsita ziploc de la cartera y aunque a la distancia a la que me encuentro no llego a distinguir, imagino que se trata de maníes, nueces o alguna de las delicatessens del universo ardilla. Mete la mano en la bolsa y prepara una o dos, la ardillita la ignora y sigue de largo. La señora vuelve a meter la bolsita en la cartera y regresa a su lectura o a hacer de cuenta que lee. Mientras, la ardilla se aleja, da unas vueltas, pasea y vuelve a pasar cerca suyo con calculada lentitud. Entonces sí, es su momento, el de la ardilla y el de la señora: la transacción se lleva a cabo. A ella le cambia la cara, se ilumina, y la ardillita se lleva su manjar recién adquirido a unos arbustos. Esta danza alimenticia vuelve a ocurrir un par de veces más.

Enseguida veo que es hora de irme, me levanto, me pongo mi barbijo y paso por al lado de la señora. La miro, me mira y me sonríe. Devuelvo el gesto con la frustración de una sonrisa en lockdown que hace un esfuerzo, detrás de bambalinas, por transferirse a los ojos. Los aprieto fuerte y, en esa mirada arrugada, espero transmitir mi alegría por ese instante de complicidad.


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