Llegan a la plaza —les calculo unos setenta— él se acerca al banco en el que estoy sentada, agarra dos sillitas de metal que hay al lado mío y las lleva debajo de un árbol. Ella saca unas toallitas desinfectantes de la cartera y limpia todo de arriba abajo. Acomodan las sillas en hilera, una disposición espacial que me toma por sorpresa, y se sientan. Él atrás, ella adelante, él saca su guitarra y ella su Kindle. La mascarilla verde de él cuelga del clavijero de la guitarra, el de ella es a cuadritos negros y blancos y cuelga de su oreja izquierda. Escucho una melodía y veo una mano asomarse y producir notas pero la cara no llego a verla, desde mi ángulo de visión queda reemplazada por la de ella, con quien intercambio miradas muy brevemente y a quien dirijo una sonrisa que no es correspondida. Tiene cara de pocos amigos, o tal vez sea cara de concentración, pero enseguida una ardilla aparece en escena y entonces esa sonrisa invertida a lo Droopy se convierte en una de las más habituales, para arriba. Saca una bolsita ziploc de la cartera y aunque a la distancia a la que me encuentro no llego a distinguir, imagino que se trata de maníes, nueces o alguna de las delicatessens del universo ardilla. Mete la mano en la bolsa y prepara una o dos, la ardillita la ignora y sigue de largo. La señora vuelve a meter la bolsita en la cartera y regresa a su lectura o a hacer de cuenta que lee. Mientras, la ardilla se aleja, da unas vueltas, pasea y vuelve a pasar cerca suyo con calculada lentitud. Entonces sí, es su momento, el de la ardilla y el de la señora: la transacción se lleva a cabo. A ella le cambia la cara, se ilumina, y la ardillita se lleva su manjar recién adquirido a unos arbustos. Esta danza alimenticia vuelve a ocurrir un par de veces más.
Enseguida veo que es hora de irme, me levanto, me pongo mi barbijo y paso por al lado de la señora. La miro, me mira y me sonríe. Devuelvo el gesto con la frustración de una sonrisa en lockdown que hace un esfuerzo, detrás de bambalinas, por transferirse a los ojos. Los aprieto fuerte y, en esa mirada arrugada, espero transmitir mi alegría por ese instante de complicidad.
“ViceVersa Magazine apuesta, en un intento por comprendernos, con los pedazos de muchos, que hurgan en significados y futuros posibles.” - Lupe Gehrenbeck