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agustina bulrich
Photo by: Peter Lindberg ©

Polaroids pandémicas/verano: 1

Un canasto de mimbre atado a una soguita blanca atada a una baranda, la del balcón del edificio de enfrente, que veo desde mi ventana. El dispositivo es hijo de la cuarentena o, mejor, hijo de una relación que, intuyo, generó la cuarentena. El vecino del primer piso vive solo y, con la llegada del buen tiempo, empezó a salir al balcón cada vez más seguido. La pareja de la planta baja, que pareciera también andar en los treinta y pico, tiene un pequeño patio y una parrilla. Las infaltables lucecitas hipster marcan los bordes de un techo invisible y me señalan (a mí, fisgona) un espacio que no llego a ver, donde se juntan a comer los fines de semana. De ese espacio que, por mi ángulo de visión, me está vedado, sube y baja aquel canasto mensajero. Sube comida y baja platos o tuppers vacíos. Prasad, pienso. En el hinduismo prasad es un regalo a la divinidad que se comparte entre las personas que hacen la ofrenda. Se trata de algunas comidas específicas vegetarianas pero importa, sobre todo, la intención puesta al preparar y servir la comida. Una intención que apunta a la generosidad espontánea, al amor divino y a la conexión.

En el caso de mis vecinos, el origen de tal sistema de ofrendas me resulta desconocido. Si fue un primer elogio al chori por parte del vecino del primero o el simple impulso de compartir de los de planta baja, no sabría decir. Lo que sé es que tales ofrendas van acompañadas de charlas en vertical que respetan todas las reglas de la consabida distancia social y desafían aquellas otras, no escritas, sobre la indiferencia absoluta que debe profesar el buen new yorker hacia sus vecinos. Con el correr de los días he visto subir chorizos, hamburguesas, brochetas, morrones y choclos recién salidos de la parrilla, he visto también al canasto bajar vacío sin saber qué plato se ha degustado ese día. No importa demasiado, si algo transporta aquel canasto, es amor.


Photo by: Peter Lindberg ©

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