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Fabian Soberon
Photo Credits: frank_hb ©

Poesía en la calle

En Tucumán, en una calle de Gotemburgo, en una plaza, en mi cuarto de Gibraltargatan, escucho el podcast que graban Andrea Castro y Azucena Castro sobre poesía.

Una noche, en Gotemburgo, vamos a una fiesta de la revista Glänta. Un rapero canta sus letras en contra del racismo y luego el baile electrónico hace estallar la oscuridad.

Salimos a la vereda. Andrea y Azucena intercambian ideas sobre los nuevos podcast. De repente, me doy cuenta de que las tengo enfrente. Antes habían sido solo unas voces en las grabaciones. Ahora las veo iluminadas, felices, mientras planifican los futuros podcast. El viento helado corre como un bólido por la avenida. El parque Liseberg, invertebrado de hierro, agiganta las luces de Gothia Towers que reverberan en el aire. En Korsvägen reina la ausencia. Andrea y Azucena se abrazan y siento que el soplo incólume de la poesía puede abrir un encuentro.

Ellas graban voces de poetas, lanzan sonidos cálidos al horizonte. Los versos circulan afanosos en las calles escandinavas, en el hormiguero de una lengua otra. ¿Cuál es la lengua extranjera? ¿Cómo suena el español en los odios suecos? Moscas que zumban en los témpanos, música que azuza en el norte y que cruza el océano en barcas digitales. Poesía en una lengua extraña: monstruo verbal en el agua y en el cemento. ¿La poesía siempre es un monstruo? En definitiva, se trata de una lucha de poder. Las lenguas nunca son neutras. La poesía es una forma posible de la batalla.


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