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gustavo galliano

POE ©

“Provengo de una estirpe que se ha distinguido
por el vigor de su fantasía  y el ardor de su pasión.
Los hombres me han llamado loco…
los que sueñan de día tienen conocimiento de muchas cosas
que escapan a los que sueñan únicamente de noche…”.-

(POE, Edgar A.)

 

El Amo había comenzado a leer en voz alta “ELEONORA”,  mi obra preferida de Edgar A. POE. Y yo sentado en la alfombra de la Sala, le escuchaba atentamente. Al Amo le agradaba mucho, luego de la cena, dirigirse a la Sala y sentarse en el Gran Sillón, frente al hogar a leños. Allí se apoltronaba en la comodidad del mullido sillón, enjuagaba su boca con un añejo coñac antes de comenzar la lectura en voz alta para quienes le acompañábamos, y depositaba la copa sin hacer ruido, sobre la pequeña mesa ubicada a un costado, casi mágicamente. Un verdadero arte. 

Luego, como durante un ritual casi majestuoso, preparaba y encendía su pipa, y el aroma a chocolate invadía todopoderoso los confines de la sala y hacía más ameno el dejarse estar. No cualquiera podía quedarse con el Amo en aquellas veladas  placenteras, solo pocos elegidos. Yo era parte de ello, y lo disfrutaba intensamente. La voz del Amo era más dulce que el aroma chocolate que inundaba el ambiente e insuflaba nuestros pulmones. 

Él prefería las historias de suspenso, su biblioteca estaba repleta de ejemplares de Georges Simenon,  Ágatha Christie, Patricia Highsmith, Julian Symons, Edgard Wallace, y tantos otros. A veces variaba y se aventuraba con Dickens. Supongo que sus preferidas eran las historias de Sherlock Holmes. A mí también me encantaban, aunque mi gran favorito era Poe 

Además ese era mi nombre. Quizás el Amo me lo había impostado, recordando al gran escritor.  

Hace ya muchos años, nací en la Naturaleza misma, rodeado de árboles inmensos y verdes intensos, tanto como los del Valle de la Hierba Policroma.  

Éramos siete hermanos y de ellos, yo el menor, el más débil y esmirriado. Nuestros padres se esforzaban por brindarnos el alimento diario para subsistir. Pero no era fácil. La comida escaseaba, el invierno azotaba y la nieve comenzaba a secar la hierba y a cubrir los árboles con su blancura tan pura como mortífera. Fue entonces, siendo yo aún pequeño, cuando el Amo llegó a mi Bosque. Luego de observarnos, me escogió entre mis hermanos y desde ése instante me adoptó y llevo a su hogar. Probablemente me eligió por parecer el más indefenso. Jamás volví a ver a mis padres y hermanos.  

En sueños creo que tal vez se trató de un secuestro y no una adopción consentida. Pero antes mi cuerpo sufría mucho ante el frío y la escasa comida debía repartirse entre todos. Ahora, si me comportaba responsablemente y no me metía en problemas, gozaba de ciertas prerrogativas. Como el estar en la Sala, junto al calor de los leños encendidos, luego de un gran plato rebosante de comida, cerca del Amo, escuchando sus lecturas. Que me llevaban a lugares tan imaginarios y distantes, que el recuerdo de mi bosque natal se había ido diluyendo, aletargando, hasta tornarse insignificante.  

–“El Amo cuida bien de los suyos”-, pensaba, y no existía otra idea que causare mayor tranquilidad.  

Libertad era solo una palabra más que solía oír ciertas veces, como un murmullo  rebelde que brotaba entre las paredes, pero que no despertaba en mí ningún interés ni sentimiento. No se extraña lo que no se conoce. Menos aún, si eres feliz con lo poco que dispones. Tan solo es cuestión de comprender dimensiones según necesidades. El poco del Amo era una inmensidad comparado con el poco del bosque. El poco del bosque es nada. No se trata de cuestiones de conformismo. Se trata de experiencia para evaluar los pocos. Medida entre lo necesario y lo deseado. 

En algunas oportunidades, se sorprendían por mi inteligencia y lo comentaban con el Amo. Yo me les quedaba escuchando, respetuoso, en silencio, con la mirada baja. Tratando de congraciarlos y de que entiendan que soy un ser simple y común. Que hacía lo mío con responsabilidad y nada más. Pero interiormente me sentía halagado, claro, al punto de sentir incontenibles deseos de gritar. Es bueno que te reconozcan.  Bueno escucharlo. ¡Claro que es bueno! 

En otras oportunidades, pareciera que necesitaban que yo fuese especial. Como si ellos canalizaran en mí su imposibilidad de ser especiales,  esenciales. ¿Pero cómo puedo ser inteligente si ni siquiera poseo el don de leer o escribir? Me hago entender perfectamente sin necesidad de ello, pero no creo ser especial. Quizás el Amo y los demás necesiten creer que soy especial… Y si ellos lo necesitan… pues no necesito desilusionarlos. Nunca podré ser tan especial como el Amo.  

Anteanoche la lectura recayó en El Escarabajo de Oro. Anoche fue el turno de La Carta Robada. Una magnífica creación. Un despliegue de astucia en el desarrollo, donde todos terminan por complicar lo simple. ¿Familiar, no? ¿No sucede cada día? ¿No vivimos complicando siempre lo simple?, constantemente, por pensar que todo está preñado de maldad. Quizás por observar la vida desde nuestra propia maldad. 

¿Cómo pueden ellos entonces graduar los niveles de inteligencia si no pueden comprender lo simple? Esta noche, la lectura escogida fue Eleonora 

Afuera, la noche castigaba. Por el Gran Ventanal podía verse que la ventisca arreciaba, remolineando en torbellinos aterradores. Como en las peores pesadillas de Poe, el escritor. Probablemente el frío de allá afuera debía ser  terrible. En el Granero, debían de estar padeciendo mucho frío, estarían agrupados temblando. Y deberían tener sumo cuidado con el brasero, para no ocasionar un incendio con los fardos de heno.  El calor de los cuerpos amontonados no era suficiente.  

Era una gran suerte poder estar allí dentro, junto a los leños. La voz del Amo, continuaba su relato, y el aroma a chocolate me hacía sentir muy bien. Por un momento me dejé llevar por el relato, y cerré los ojos. Me remonté entonces a otro sitio, al Valle de la Hierba Policroma. Y me permití la licencia de correr hasta el cansancio sobre ella. Y luego, con total libertad sacié mi sed en el Río del Silencio. Y me permití descansar junto a los enormes árboles de la felicidad.  

Sentí como si el ensueño me envolviera. Y como una estrella fugaz, pasaron por mi mente las caras de mis padres, de mis hermanos. ¡Qué extraño!… Ahora… nunca había pensado  en ellos. 

Más extraño aún me sentía por haberme permitido pensar en esa palabra: libertad.  

¿Qué es la libertad? ¿Acaso la desprotección de tener que sobrevivir sin el cuidado del Amo? ¿El tener que ocuparse y preocuparse de uno mismo? ¿De adoptar decisiones? ¿De equivocarse y responder por ello? El pensarlo me desconcertaba y atemorizaba completamente. 

El Amo continuaba la lectura. Unos trozos de leño de ciprés ardían plenos. La narración era perfecta. Su dicción, su tono, sus pausas… 

Pero… ¿Qué sería el Arpa de Eolo? ¿Llegaría yo alguna vez a escucharla? ¿Sería yo digno de ella? ¿Cómo reconocer el aroma de los asfódelos color rojo rubí, sin haber estado jamás frente a uno? 

Demasiadas preguntas, ninguna respuesta. No debía molestar al Amo. Él todo lo sabía, todo lo podía. Era mi deber y premio sentarme y escuchar. Era mi gracia y mi gloria. Mi bendición. Con ello bastaba. Pero ciertos interrogantes no entienden de respeto ni obediencia, y continuaban agolpándose en silencio. Me hacían temblar, sin frío, como el que azotaba el Bosque o el Granero. ¿Recordar a mis padres ahora?… un sentido. 

El Amo me había bautizado “Poe”, desde muy pequeño. Y desde entonces fui “Poe”, para todos, incluso para  mí. Luego vinieron las lecturas. ¿Por qué el Amo me habría llamado así? 

Quizás porque el escritor era brillante, y mi pelo era renegrido, casi brillante. O por las imágenes brillantes que desplegaba la narrativa del poeta, haciendo de cada sentimiento un color, de cada color un sentimiento. Del dolor un bálsamo y de éste un fulgor. Genialidad pura, en su más pura esencia. Y en esa esencia quizás mi presencia mitigaba en el Amo algún dolor oculto. 

Quizás por mi mirada, mi expresión de dolorosa angustia. El escritor manejaba su brillantez en relatos cargados de dolorosa angustia. Tal vez por eso, el Amo decidió llamarme “Poe”. Quizás porque como yo, él perdió a sus padres desde niño, y debió ser adoptado. Sí, ese sería un buen motivo.  

Quizás por mi color oscuro… casi tan oscuro como la mente tortuosa del escritor, como su alma torturada, como su  oscura genialidad. Como su eterno dolor.  

Una brisa repentina me hizo girar la cabeza. El pequeño ventanal ubicado en el otro extremo de la Gran Sala se había entreabierto, apenas. Pero el sonido de la tormenta y la fresca brisa fueron suficientes para alarmarme. 

Miré hacia el Sillón del Amo, y comprobé que se había dormido. Aún aprisionaba entre sus manos el libro, cual más preciado tesoro. Los cristales redondos de las lentes yacían a media nariz. El silbido de su respiración reinaba, producto del tabaco que agonizaba en la pipa, sobre la mesa. El coñac se había terminado.  

Contemplé entonces los pies del Amo. Llevaba gruesas botas de cuero. Y pensé cuán ridículo resultaba para mí. Cuero sobre cuero. Yo nunca había utilizado calzado. Un solo cuero. Me hubiera resultado gracioso calzarme las botas del Amo. Casi hubiera regalado un diente, o dos, con tal de poder verme frente al espejo enfundado en aquellas botas. Ridículo. 

El Amo dormitaba. Una siesta nocturna antes del dormir profundo. Como si supiera que podía descansar tranquilo, que yo estaría allí para cuidarlo, para protegerlo. El que siempre estuviere allí, le hacía sobreentender que siempre allí estaría. 

Pero esa brisa me incomodaba. No por un futuro resfriado al Amo, o por si un ave perdida ingresare a la Gran Sala. Me incomodaba en mi interior, me devolvía recuerdos, me despertaba intensos deseos de correr, sin siquiera saber hacia dónde. ¿Dónde ir? ¿Dónde podría estar mejor que con el Amo? ¿Libertad? Era solo una palabra, de la cual no conocía su real significado. Pero lo desconocido despierta siempre un morboso interés. ¿Cómo sería la cara de la libertad? ¿Resultaría conveniente? ¿Vivirían felices los libres? ¿Padecerían los libres más o menos hambre y frío? 

Observé al Amo. Parecía distendido… Él y los suyos… ¿serían libres?…  

Si yo actuaba con sigilo nadie despertaría. Y esa era mi especialidad. Escabullirme. Una de mis genialidades. Mis mayores aptitudes dentro de mis actitudes. 

Me dirigí hacia el pequeño ventanal y observé la tormenta arreciando. “No es buena noche para andar sólo”, pensé mientras mi adrenalina comenzaba a liberarse. No hubo otro pensamiento posterior inmediato. Solo materia en acción. Acción y acto.  

Arremetí entonces contra el ventanal que me llevaría en dirección al sendero de ingreso que desembocaba en el camino principal,  bordeado por una generosa alameda. 

Corrí a velocidad enorme, impensada a pesar de la tormenta. Corrí desenfrenado, desorbitado y jadeante. Corrí como nunca antes había corrido. Corrí  la carrera de los libres. 

Era consciente de las consecuencias. El Amo no volvería a confiar en mí. Era un camino sin regreso. Pero no podía parar de correr… no quería. La carrera de los libres no es huida, sino  llegada. 

Mientras, recordaba las últimas palabras de aquél Poe, en Eleonora: 

 

… pero a pesar de esto, el vacío de mi corazón se negaba a ser colmado… 

ansiaba el amor que lo había henchido antes de hacerlo rebosar. 

Por último, me resulto el valle doloroso, lleno de recuerdos…  

y lo abandone para siempre…. 

 

Había dejado de ser definitivamente éste “Poe” 

Solo habría un Poe para siempre, y sería el poeta. Yo volvía a mi esencia, a lo que siempre fui y no supe aceptar… no resulté tan inteligente como ellos suponían. 

Corría desenfrenado… casi sin aliento y con el corazón batiente… había regresado con insuperable instinto a mi más pura esencia…  perro en veloz  y libre carrera, regresando desenfrenadamente a la fronda cautivante del Bosque, perro extraviado durante largo tiempo, en busca de su jauría.- 

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