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fabian soberon
Photo by: Nenad Stojkovic ©

Plazoleta

Son dos. La nena tiene rulos y la cara como una pera de ternura. El varón se llama Bruno y corre como un lince, lleva un pantalón corto, el pelo lacio y unos ojos que intimidan. La abuela los acompaña a la plazoleta. Los autos son bólidos feroces en la avenida. La nena levanta los brazos y dice una frase incomprensible. Pero la abuela estira su mano y la toma para cruzar un charco. Bruno se adelanta en su bicicleta. La domina con entereza y decisión. El ruido es intenso y a veces no pueden escuchar los diálogos.

Una hamaca ha sobrevivido a la intimidad de los destrozos. El tobogán es una curva amable entre los pastos altos. La nena se sube y se lanza como una alegría con piernas. La abuela la recibe. Ambas ríen sin por qué. El varón da una vuelta a la plaza y demuestra su independencia.

El ocio dominguero se extiende como un lago brillante. La mañana se estira y los niños disfrutan de una compañía espontánea. Quizás Kant hubiera aprobado la atención desinteresada de una abuela durante la mañana soleada en una plazoleta perdida. ¿Qué es la felicidad? Nadie se lo pregunta en la plazoleta. Solo siguen el curso de las nubes.


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