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Mario blanco
Photo Credits: Gonzalo Baeza ©

El placer de las mañanas

La quietud de las seis de la mañana habitualmente es mágica. Mi familia duerme y yo calladamente puedo hacer lo que quiera, escribir, buscar en Internet, pero lo que más me apetece es la quietud enorme que existe y hacer cosas para mi maravillosas sin molestar a nadie, con un grado de concentración enorme. Sobre todo meditar en las mañanas, Oh que gran placer!. Mi mente divaga como en una gran danza de amor. Rememoro cualquier pasaje de mi vida, medito sobre algún acontecer,  y  a menudo escribo. Al escribir con la mente tan descansada, las ideas fluyen armoniosamente y con fuerza, con la vitalidad que me dió el descanso anterior y el vigor del sol naciente. Para mi es el mejor momento de generar  y producir, otros lo hacen después de la medianoche, y cada cual con su estilo y costumbre.

Pero el placer de las mañanas es extraordinario, la mañana es la virginidad del día y se entrega en todo su esplendor, dulce, tranquila, fresca y arrulladora a mis necesidades de expresar sentimientos, de rememorar parte de mi vida para que mis nietos sepan quién fui, un personaje  común, no importa,  pero siempre con características propias.

Pienso que sea la alternativa que he buscado tras el dolor de no haber conocido a mis abuelos.

He leído y escuchado a otros abuelos contarle anécdotas a sus nietos y yo me quedé con ese deseo, que me contaran de sus peripecias por la España  de aquellos tiempos, sus añoranzas que debieron ser muchas,  pues no pudieron retornar ni siquiera una vez físicamente a aquellos rincones que vivimos siendo niños. Son nuestros primeros descubrimientos, aquella planta o aquella quebrada  en el monte, o aquel nido de palomas, o quizás la primera trepada a un caballo. ¡Que niño no tuvo su propio rincón donde se sentía más protegido o seguro para pensar en sus quimeras y sueños!. Yo me perdí esos cuentos maravillosos que hacen los abuelos y con los cuales ilusionan a los nietos que los miran y escuchan como sabios,  y con sus palabras crean mundos de ilusiones.

Escuché  a mi papá relatarle anécdotas  a sus nietos, muchas, aunque conocidas por mí y  me agradaba tanto volverlas a escuchar, pues el sabor que percibe  la mente del niño es divino, y si le hablan de héroes, se identifican con ellos y se vuelven los protagonistas de la historia.

Como ven estas dulces ideas sobre la infancia me las da el amanecer, la mañana glamurosa, el sol que nace, la claridad del día que aumenta paulatinamente; el amanecer es el cortejo amoroso inicial que el día le hace a la vida.


Photo Credits: Gonzalo Baeza ©

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