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Pinos recién cortados: Un cementerio perfecto de Federico Falco

Los cinco relatos —exceptuando el primero y el último, podemos hablar de noveletas porque superan las sesenta páginas— que componen el volumen Un cementerio perfecto de Federico Falco (Demipage, 2016) tienen por protagonistas a obsesivos cuya fascinación tiene un aliento poético pero sutil. Su obsesión es algo que tienen cerca, que construyen o buscan con todo su empeño pero una traba cotidiana les impide disfrutarlo.

El estilo de Falco recuerda en cierta medida a Baricco, a Kawabata y al Miguel Delibes de La mortaja. Es decir, una escritura limada, con diálogos breves y creíble, que desemboca en una lectura fluida.  

En Las liebres (el más breve), un ermitaño hace un viaje al pueblo para tomar alimentos. Esto pone en jeque su anonimato, su decisión de ser el rey de las liebres y renunciar a la civilización.

Le sigue Silvi o la noche oscura, quizás el mejor logrado, que muestra el conflicto cuando la protagonista renuncia a su religión. El sacerdote le explica a su madre Alba Clara (nombre muy significativo por sus antónimos) que es solo una fase, la noche oscura. La trama se complica cuando Silvi se enamora de un joven mormón. La tensión se ejerce sobre los deberes, la espiritualidad y el amor como un perturbador.

En el relato homónimo al título del volumen se tejen dos historias. Por un lado, la del señor Bagiardelli, un hombre que considera los cementerios como un mural botánico, un arte mayor que antepone a la vida mundana. Y, como lo indica el título, está en la búsqueda maniática de la perfección. La segunda historia es una de venganza entre un padre e hijo que se sumerge en la primera con un salto grácil.

La actividad forestal, el cuarto relato, tiene el arranque más fuerte cuando un padre intenta buscar a un hombre que se case con su hija, lo que lleva a un par de escenas humillantes. Lo que buscan es una posada mientras destruyen el bosque de pinos donde han tenido una existencia tranquila. La consagración del matrimonio de conveniencia se trata sin patetismo, lo que explica ese destello humano que es su final.

La recopilación acaba con El río, donde la contemplación solitaria de una viuda es interrumpida por una mujer corriendo, desprovista de ropa, por la nieve. Aquí se funde el recuerdo, el anhelo, lo soñado y la realidad.

A pesar del pesimismo existencial que pesa sobre los cinco relatos, hay unas descripciones sublimes del ambiente que los rodea. Conforme se avanza en la lectura, se van apilando los pinos recién cortados, la neblina, el humo de chimeneas, los aviones a escala en vuelos crepusculares, los conejos pastando, la fogatas que crepitan, los motores lejanos entre hondonadas, las piedras en pajonales. Parece que ahí reside algo de esperanza.

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