Al hondo comentario del maestro Jaime García Maffla, destacado poeta y filósofo colombiano, se unen la pintura de Miguel Elías y la fotografía de José Amador Martín, para ofrecer sus dones en torno al último libro del peruano-español Alfredo Pérez Alencart, poeta y profesor de la Universidad de Salamanca. Miguel Elías es autor de la portada del poemario y aquí se reproducen algunas de las obra de su serie “El Quijote de Salamanca”. Nuestras gratitudes.
EL PIE EN EL ESTRIBO
Ha de hablarse -en el presente ‘ensayo’- de un libro de poesía en el cual, al ser abierto, mira o se encuentra el lector con dos poemarios, al lado uno del otro y frente a frente -el uno en la página izquierda, y el otro en la derecha-, que también se miran; y enfrentados (aunque para en su fluir aunarse), en composición, género, ideario, sentir, sentido y postura… Es ‘El pie en el estribo’ (Edifsa, Salamanca, 2016, pp. 66), y como necesario añadir que, tras de un “amor bautizado en hierbas de pureza”, título es del poemario de Alfredo Pérez Alencart.
De aquel, aquí se quisiera no sólo la glosa de un lector de poesía, sino el esbozo de algo paradigmático en él, para una idea de lo claro distinto y poético de hoy, al cambio de los tiempos, tanto en los lazos que unen vida y poesía como del enigma de ese instante de la inspiración y la labor, en el cual (si inspiración es imaginación) nace el poema, y se revela como, a un tiempo escrito por su autor, por el lenguaje, por el ver o intuir (si intuir es ver), y por el poema mismo.
No es este libro, pues, una compilación de poemas, sino una sucesión que haría, por una única savia, de ellos un solo poema o libro que debe ser abordado desde su inicio hasta su final, para hacernos a su decir total. Una parábola.
Dicho lo anterior, delante de los ojos que se han vuelto a su estampa o estructura externa e interna, aparece el hilo de una gota que la lluvia va dejando, antes de caer, sobre una hoja ancestral de la Amazonía, como sobre los renglones seguidos está ese otro hilo en dibujo de letras que, sobre una página, que ahora es fe del escenario del nacimiento de las lenguas romances, un ser que se inventó a sí mismo, quien fue, y no cualquiera, fijando a un tiempo esa que resultara su aventura, en un inicio desventura y luego transformada en universales ventura y bienaventuranza: don Quijote…
Advierto, en excurso, que los poemas, al estar numerados llevan desde los estratos del inconsciente, la emoción y de la lógica, a una coherente y única intención de composición, y por tanto, en cuanto a los supuestos filológicos, y para una gravitación abierta que no nos fije o deje en un poema aislado, no he de citar su numeración. El motivo que le dio al cabo su andadura, llega a ser centro de gravedad y de gravitación:
Se ama con las manos abiertas para que el dar
no traiga desamparo al corazón ofrecido en el páramo
ya mitad madera mitad piedra con sangre antigua…
También está el dolor bautizado con hierbas de interés e impureza… Y es título de un libro que se aunaría, sobre, en y por una tensión también hoy nuestra, a las palabras dejadas por Miguel de Cervantes, que hacen de epígrafe, “Puesto ya el pie en el estribo…”, en página con la cual dio el adiós consciente a su efímero e imperecedero y, en su sabiduría, aparente vivir, o haber pasado por el mundo…
“Pie en el estribo…”, condición que es par de la que, en las “Coplas por la muerte de su padre”, de don Jorge Manrique, su hijo, fueran puestas en boca del Maestre:
Yo consiento en mi morir
con voluntad placentera
clara y pura…
Finaliza esta copla, en su pie quebrado, con el vocablo: “locura”. Hago a la inversa el camino de la Retórica: de Ars, Opus, Artifex, a Artifex, Opus, Ars…LA poesía en este libro es canto. fijeza, reclamo y esperanza, certidumbre y entrega en un dolerse íntimo al cual se suma el gozo de todo aquello que habiendo sucedido no consigna la historia: entonces el verso se inclinan a otro contradecir: no la obra abierta de U. Eco, sino la obra cerrada, y luego –a la vez- se devela en alusiones y superposiciones con el rostro de lo ultrareal. Ahora, pues, caerá el verso de un poema, como esas antiguas gotas de la lluvia en las hojas de las selvas ausentes o lejanas, sobre una armaduras de una Edad Media imaginada, por verdadera y aún tangible, cerca de las almenas cola de golondrina…
Todo en el tejido de interpuestas y superpuestas voces, la suya propia –de Pérez Alencart- y la del Rector Magnífico de Salamanca, don Miguel de Unamuno, autor de una “Vida de don Quijote y Sancho”, la del Hidalgo castellano y las voces como páginas de una sagrada escritura, que es la grupa de la acémila de Sancho. Aunque, y para don M. de U., sabemos que la vida ya ha dejado atrás a la Academia…
La poetización de Pérez Alencart se sustenta en un claro sistema de imágenes de vida que hace posible el darse a un tiempo lo analógico y lo antitético, lo próximo y lo antagónico; en tiempos que a la vez se entrelazan y separan, por el cual, en verdad, se llega a preguntar: ¿dónde está hoy el don de don Quijote, ‘dónde doblan la hoja del tiempo las campanas’, en decir del colombiano Eduardo Cote Lamus?
En la disposición del libro están, a mano derecha, los poemas que se inclinan a la conceptualización, y a su izquierda –sería frente a frente- breves estrofas que se basan en el apóstrofe lírico:
Heredas el amor
del ancestro:
guárdalo bajo llave.
Lo suyo hecha raíz
en la temperatura
de tu corazón
Lo del Padre
tiene consigna unánime.
¿Es el trazado del Zéjel? No se hará aquí –en las presentes líneas- un estudio o análisis de un libro de poesía, sino un desciframiento de poemas que se distinguen por su igual dibujo en la página (y que podrían fundirse en un solo poema), y por un escalonamiento y entretejerse de su lenguaje, entre lo vívido real y lo ultrarreal, lo evocador y lo provocador, lo irracional y la ilación coherente en medio de las contraposiciones, las alusiones, o las correspondencias tanto como las disidencias.
Decir el de Pérez Alencart cuya verdad viene de un descenso, para todos nosotros hoy el mismo (como posible teoría poética) a la Cueva de Montesinos. Y hay un poema a la poesía; allí, voces y ecos de voces de quien se ha parado a seguir y a adentrar en su savia eternizadora en su esencia visionaria:
…¡Yo creyendo que era imaginario que no existía tal huerto de manzanas
de tréboles exóticos de gorriones cuyo cántico no parece inextinguible…!
Y aún con una confesión de don Antonio Machado, según la cual no le podrán quitar jamás el dolorido sentir, luego de haberse parado a “Distinguir las voces de los ecos”, el libro trae una nota introductoria –del autor- que dice: “Nunca hay hartazgo cuando persiste el saboreo. Así los nutrientes que he ido succionando de los múltiples reservorios que se acopian en El Quijote, bien por el don o ingenio de Cervantes, bien porque el hidalgo tiene algo de todos los que nos aferramos más a los ideales que a lo inmediato material; a la utópica justicia con libertad, sí, pero sin desdeñar la experiencia que cercena dignidades; a la prodigiosa imaginación, sí, pero también a la realísima crónica social que nos toca vivir…”. Lo anterior apuntando a que hoy en vez de una Heráldica hay luces de neón, así en vez de noches vienen oscuridades, el deterioro que no puede traerse a la poetización sino dentro de un marco lacónico, entre sobreentendidos, aunque también expreso, y, para otros instantes, enaltecido y dejado en paradigma.
Y continúa:
“Hace dos años escribí estos poemas. Luego los puse a reposar en el arcón, como recordaba Horacio. Ahora los expongo, no como un homenaje más, de los muchos que inundan el vasto continente de nuestro idioma. Lo mío es un humilde tributo al lector y aprendiz de poeta: por ello estos versos vivos por donde galopan no Alonso Quijano y el señor Panza, sino también Jesucristo y Unamuno; Dulcinea y Jacqueline. Elías y mi padre y mi hijo y yo mismo; mi Salamanca y mi saudosa selva…Soy mestizo y, al entrañar la magna obra, no dudé en mezclar lo de aquende con lo de allende, lo del 16 con lo del 21. Les dejo cuarenta textos de voltajes distintos e interpretaciones múltiples, siempre de hondo sentido, tanto los veinte que aparecen al lado derecho de nuestra vista, como los otros veinte, más transparentes en principio. El 41 es guinda de un doble amor. Marzo y en Tejares 2016”.
De amor y derrota trata aquí un verso que estilísticamente va en contra de las de una sintaxis, la cual, si no es para la transacción o la simulación, hoy ya tan débilmente se sostiene, siendo que en Alonso Quijano, don Quijote se hizo posible gracias a la aparente incoherencia de la frase que nace no de un saber hablar sino de un sentir las palpitaciones de un corazón en derrota…
Ha dicho cuarenta “textos” y ha nombrado una transparencia: ¿qué acepción da al término texto? “Ir y venir de la posmodernidad al Quijote”… Exégesis de otras señales, desde las cuales pregunta el autor. ¿Quién, desde o en su verdad es poseedor de una licencia ajena a las circunstancias, si la amada o el caballero? Y la crónica social que nos toca vivir es “luz crucificada”. Más aún, lo anterior al lado de la piedra de Salamanca, dentro de ella y al frente de playas del exilio, en la vista o visión que por la evocación se da de ese:
Corral de muertos, entre pobres tapias
hechas también de barro,
pobre corral donde la hoz no siega,
sólo una cruz en el desierto campo
señala tu camino.
…………………………………….M. de U.
Para Alfredo Pérez Alencart, entre un aire castellano y mesoamericano, están nuestros hoy y nuestro aquí en distantes “ahora” de idéntica materia. Aun parecería el libro un lugar de encuentro de lo irreconciliable, pero que hace de aquello que es contrario a algo, la escala de Jacob hacia una estancia más alta, esa que la Razón Poética sitúa en mitad de la noche, hora en la cual se alza la pregunta por el propio preguntar. La pregunta por lo esencial es en el atardecer, cuando todavía –en esperanza de don Quijote- hay sol en las bardas. Entre la sentenciosidad y la abstracción, que es también –aunque no por la ley de la atracción- un haz asociaciones en vías hacia otra, más alta y dejada al viento, gavilla de afectos
La pregunta por la superficie de la vida es la de amanecer, con la invasión del mundo y el exorcismo de todo encantamiento. ¿Éste es fatalidad o sino si el hombre es un signo? ¿Qué va a suceder o está sucediendo al leer estos poemas que vienen de atrás, qué al estar leyéndolos, qué tras haberlos leído, que vienen ahora a ser lo mismo que vernos y vivirnos desde cualquier paraje del espíritu o de la civilización? Su sintaxis –y a ella en sus relaciones con la usual se hablará adelante- viene de dos mundos:
“Sílaba tras sílaba sin lengua anudada”.
Y es búsqueda de cuanto ha sido ya encontrado, pero en otros parajes y con distintos rostros, distintos datos, huellas, pasos, letras y documentos. Se mira y se dice en intercambio de voces, porque también se es mirado y se es víctima de cuya herida se da el salto hacia la lucidez.
Entonces viene un barajarse del habla poética con el habla cotidiana para darnos su centro de gravitación entre conciencia y olvido de sí, llegando casi, desde un inmediato y contrario suceder en el mundo al pensamiento que se piensa, ese que para Mallarmé desembocó en la “noción pura”. Pura sí y noción, pero no sin asideros ni sin percibirse a sí misma desde un exterior que está dentro y fuera del habla. Entonces la transforma:
:
No soy el enajenado sobreviviente disfrazado de risas
ni el que se pudre en un escorial cualquiera
dolido en la punta del cráneo
escribiendo despreñadas palabras sobre la piel
del gigante desfallecido que vestigia su propio peso…
Caída e ideal harían una versificación “otra” entre el hallazgo y las desapariciones, así entre lo presente y esa gravitación por la ausencia que hace todo lo poético. Dejaría aquí sentado que en la lectura todo poema o escrito, se le abren tres instancias al lector: lo que dijo el poeta, lo que el poema dice y lo que el lector ve, independientemente del poema y del autor; con ellas, lo que en el “yo” creador” permanece dentro del cerco de lo indecible, y lo que en la interioridad del lector queda como lo intransferible, todo en utensilios para un tender un puente entre el afuera y el adentro, el ayer y un mañana cuyos azares han sucedido ya. Aquí deja claro apara y el decir, este libro la función y el ámbito a-histórico de las imágenes y de los episodios, en el esbozo ya de una nueva poética:
“Lo interior amenaza al ojo abierto…”.
Asociación de las presencias aisladas de un sentido, por su sólo “estar ahí” para la acción, un a la vez y en un mismo instante o escenario, mirarse del alma noble y del alma del falsario. Pero: ¿y la voz? ¿Cuál es el signo de la enunciación si no el de algo que ha sido negado? Diálogo, sí, no por monólogo ni por autodiálogo, sin haber atendido a la voz interior sino al llamado del reino de la necesidad. La armadura de la utilidad ante las armas blancas de la gratuidad y la utopía, que ha trastocado toda vía de jerarquización:
El vino de los fondos
alumbra alas
complacientes,
como ángeles
de gracia
y escalofrío
en misericordioso
aterrizaje.
En las palabras de Pérez Alencart hay abstracción, relación y exclamación, enunciación sola y un abigarramiento lógico e ilógico (habla a trechos irracional y casi pre-racional), pero también la noticia que trae un emisario. El yo ve y oye; ha visto y será oído, y se sabrá que ha visto, pero no busca este ser oído sino tan sólo el haber consignado.
Al haberse tocado el vocablo “voz”, se alude a un mismo tiempo a la del “yo” creador y a la de la persona privada, la de aquel que habla desde un sí-mismo para que el mensaje del cual es portador de la caída en el “se” o en lo anónimo, quien -éste último- se mueve en el mundo de hoy en esa condición dentro de la cual ya no existen centro ni norte algunos.
Lo actual y lo ancestral situados en un “nadie” que actúa, delante de un “alguien” (pero también de un alguien delante de un algo…), que se debe a sí mismo. Éste último (siempre en estos poemas es dable suprimir la pausa versal): “…pretendiendo el honor en vez de monedas lloviznadas en el propio enclave en donde se oxigenan los pulmones…”. Están los episodios y personajes del Quijote, independizados de los de don Quijote, cuya historia en el libro de Cervantes es corta. También está el Perú con su fardo y leyenda. Nombres de objetos, de escenarios y lances de diferentes tiempos que se cruzan o que se entrelazan, para así separarse yendo hacia otra unión; contemplación y ajusticiamiento, así como el darse en duelo y desvelo para una conciencia y una dicha compartidas:
El pie en el estribo, frater, enseñando la hermandad
que salva de cetrerías de cacerías de jaurías
hermandad que es pan del horno simple que protege
minuto a minuto del ataque de los franquesteins.
El lenguaje lógico y la sucesión de las palabras en una temporalidad que ha dado la espalda al misterio. Giros locales a la vez desde el enaltecimiento y desde la infamia, de la unión y la separación, de donde la composición a veces alógica del poema, viene en cuanto a las relaciones con el “aquí” y con el “más allá”, de un no haber visto sino haber sido testigo y ahora protagonista en el volver a ver, a verse en una dimensión de otro origen; es la disonancia en la estructura instintiva de la pronunciación en poesía, por su virtud destemporizadora:
Llaga
que no es capricho
de un quehacer alucinado.
Poesía, epicentro del recuerdo
y de lo porvenir.
Para poder dar fe de que:
Pongo mi oído sobre la pulpa de unas vocales
que el vulgo no estranguló con vísceras de mercado.
El poemario es estremecimiento de lector y autor, uno al lado del otro allende y aquende la Atlántica mar, por dejar ver ríos en los cuales hubo un manantial cristalino cuyo fondo ahora está cubierto de desechos, y en el cual se hunde la mano para acaso hallar algo de Dios, de sí mismo o del mundo de dentro del fluir de lo sólo espiritual, así como don Miguel de Unamuno quiso ir en rescate del sepulcro de don Quijote… Es el poema final en prosa y en tacto de lo eterno: “Mordisco para una resurrección”.
Hay que haber asistido a las cosas, si esas cosas ya han desistido, o desistir de ellas si es que no nos han asistido… En las palabras introductorias el autor ha declarado la tierra nutricia, dejando a la adivinación los móviles profundos. Éstos también pueden ser del lector, quien no asiste a las cosas sino que ellas han asistido a su suceder en desamparo.
Pero como hay estrellas que desde el cielo iluminan trigales, hay luces de neón que en las calles iluminan turbios sitios a donde se va después de un desafuero. Aquí la salvación de lo real es por la fábula de otras latitudes, o por el abrazo de la Hispanidad. La poesía no es comunicación sino expresión, que incluye los artefactos inasibles de una mente capaz de ir hacia otro mundo adentrándose en este, en el que está delante y del cual es distante.
Pérez Alencart crea lo diverso poético –o sólo lo muestra como posible a un tacto nuevo de lo histórico y de la atemporal-, al recrear todo aquello que desde lo “humano” nunca debiera haberse dado, de donde su auténtica postura crítica y de denuncia que para salvarse de la inmediatez se convierte en otro protagonista del Retablo de Mese Pedro.
De sus antecedentes, para mí, Vallejo, Javier Sologuren o Carlos Germán Belli, aún ese “A un poeta futuro”, de Luis Cernuda y, por supuesto, Quevedo y el Cid… Aquí exclamar: ser y no ser, en el lugar de ese hoy tan débil ¿ser o no ser, de Hamlet? No se es siendo y se es no siendo, sí deshaciéndose por el artificio de toda elección, cuando se ignora que todo rumbo ya ha sido trazado por los encantadores:
Ni visible gota roja de lacre sellando mis epístolas
ni el ocre de esa mancha durmiéndose lejanamente.
Aún en calabozo mi firmamento no se estrella
pues viene a mí no sé qué ángel o llave
de la imaginación, de la emoción más sustanciosa…
Escenarios de estados de conciencia que se dejan en manos del misterio del lenguaje, cuando de moneda de cambio pasa a ser gratuidad para desde ella volverse poesía e iris de una ensoñación ajena al sueño… Se nombra o da nombre a aquello que dentro de la oscura marea humana se hace acantilado y limo: Nombres de objetos, de actos y situaciones –con su intención- desde distintos tiempos y desiguales usos por diferentes seres, en puentes levadizos verbales (eso es el verso), que casi tocan la alucinación. ¿Qué ha hecho?:
He amputado realidades
Que no se sustentan en el corazón He empujado al
León negro que en otro tiempo demostró mala conducta.
Desciendo del carro para subir a la alfombra de vapor
Que me descalabra por ultramundanas claridades
Imantándome la cara al fémur del destino.
A su historia íntima de enaltecimientos, el canto de Pérez Alencart superpone un historial que abaja y que se eleva en desdignificación y salvación del fuero de todo vivir desde una verdad propia. Escribió don Antonio Machado una sentencia, que es una media verdad.
Caminante, no hay camino,
Se hace camino al andar.
Añadiendo, tras interpuesto verso:
Y al volver la vista atrás
Se ve la senda que nunca
Se ha de volver a pisar.
Sí hay camino, y no se lo hace sino que “nos” hace, como la senda hecha se vuelve a pisar, y es ella también la que pone sus pies sobre nosotros; también sabemos que volver la vista atrás es hacerlo hacia un futuro que el pasado prepara o configura. Todos los tiempos pueden intercambiarse en la poetización, con los seres que en ellos habitan y también nos habitan entre mentira y derrota, acierto y equivocación. Contrapongo a los de don Antonio una estrofa de Eduardo Cote Lamus:
Hoy comienzo el día de ayer
Con palabras y con deseos:
Ya los zapatos tienen polvo
De mañana: sin excepción
Los actos se me vuelven huellas.
Aquí un excurso: en un poema hay varios estratos 1.- Lo que quiso decir el poeta; 2.- Lo que dice el poema, y 3.- Lo “entiende” el lector. En cuanto al primero, es más lo que en el poeta queda sin expresar que lo expresado; en lo segundo, un poema le dice diferentes cosas a distintas personas, y también otras cosas a una misma persona en distintas lecturas.
Pérez Alencart está con la Poética de Pedro Salinas a la’ Antología’ de Gerardo Diego, y más con su poema “Todo más caro”, y más profundamente adhiere a la creencia de Octavio Paz según la cual poetizar es una apuesta… Están el tiempo y esa presencia a mitad de camino entre la naturaleza y lo inmaterial, que es verdadero y último autor de toda la poesía –con mi rotunda afirmación de que la poesía no es literatura-: es lenguaje. Por un poema, al entrar en contacto con el lenguaje, quien lee salta fuera del mundo y se adentra en lo indecible de su esencia.
Pero hay que, finalmente, volver atrás, y al lector del libro corresponde ir a la definición que de la Poesía hace don Quijote, para ponerla al lado de ésta:
La Poesía
Hace diana en su presa hasta que lo hechiza
Para que no tema envejecer en el voltaje de su misterio
En su brasero de purificación
En la sangre de niña eterna que hace música sin tocar
Que generosamente pinta lejos del color adivinado.
Sólo hay que anotar que en ambos casos se da a la Poesía el trato de una “Doncella”. También una vía de purificación y un desiderátum de revelación y de en lo secreto de todo cuanto pueda ser lo verdadero para nuestra mirada a las presencias, seres, el azar, la mente en el vacío y su salvación por las figuras del mito.
En este poemario, en fin, están ya en ciernes muchas encrucijadas del versificar futuro, las palabras –y otra adhesión, esta vez al Chileno Gonzalo Rojas, son antes que ellas; sílabas- el movimiento de la mano cuyo marco no es la idea ya sino el viento, los sitios se convierten en actos de los seres, como éstos en desiertos para que paste ese ya vencido corcel del tiempo por venir…:
El viento es un caballo sin riendas como este Quijote
empecinado transportando cuartones sobre el hombro
izquierdo Mírole porque me hace falta
Háblole nomás porque mis palabras tocan sus lágrimas…