Me gusta escribir pequeñas crónicas. Les encuentro un sabor literario exquisito, son cortas, generalmente agradables y la temática puede ser muy diversa, desde el relato de un viaje, hasta sucesos políticos, deportivos, sociales, recuerdos de anécdotas, descripción de algunos personajes que en el deambular por este mundo tuvimos la ocasión de conocer superficial o profundamente. Es el caso de esta breve crónica, en la cual recuerdo al General Raul Menendez Tomassevich.
Cuando lo conocí no hice mucho hincapié en su segundo apellido que parece ser de origen eslavo, ruso o polaco, y que todavía no sé a ciencia cierta si lleva una s o doble ss. La poco confiable enciclopedia digital cubana EcuRed, presenta una síntesis de sus actividades, que resumo de un modo ilustrativo con algunas acotaciones personales. Como de costumbre se dan una serie de datos históricos y académicos, que en general para el público medio que desea saber más del individuo como tal, no resultan de gran interés, no obstante, en aras de conocer a esta, se quiera o no, personalidad histórica cubana, expongo a continuación una síntesis.
Nació el 30 de mayo de 1929 en Santiago de Cuba, de padre español y madre de apellido eslavo. Estudió hasta la Segunda Enseñanza y se destacó como representante estudiantil, resultando detenido en dos ocasiones. Fue sancionado en 1952 por falsificación de documentos y recluido en la cárcel de Boniato, de la cual, con ayuda de reos revolucionarios y gracias a un plan de fuga organizado por Frank País, escapó el 30 de noviembre de 1956. Al año siguiente se incorporó al Segundo Frente de Raul Castro, «hasta la victoria de la Revolución». Después del triunfo se destacó en dos áreas fundamentales, en la lucha contra los alzados del Escambray y otras zonas del país, así como contra los desembarcos en apoyo a los mismos. También combatió en múltiples países de América Latina y África, tratando de extender en otros países los ideales de Fidel Castro, de la toma del poder por las armas, utilizando la vía de una revolución, idea que fracasó casi siempre. Obtuvo el grado de General y varias órdenes y distinciones, y fue ciegamente fiel a las orientaciones de Fidel.
Mi prima hermana Clara Blanco, se graduó de economista en la Universidad de Oriente y entre sus primeros trabajos en 1968, fue asignada al Estado Mayor del Ejército de Oriente. Un día Clarita nos invitó a mi hermana Nena y a mí, a acompañarla a una fiesta de su trabajo, y fuimos a una playa algo aislada, llamada Daiquirí al este de Santiago de Cuba. Allí nuestra prima nos presentó a su jefe superior: el Comandante Tomassevich, que llegó en un auto Alfa Romeo. Era un señor calvo, medio rechoncho, agradable, conversador con los jóvenes. Nos narró varias historias sobre su trayectoria como guerrillero, no tanto de Cuba sino de África y de los países latinoamericanos. En mi mente quedó su relato de cuando tuvieron que comer monos porque no había otro alimento en la selva. Dijo también que su carne sabia muy bien, a pesar de la desaprobación que reflejaban nuestras caras. Al parecer los allí reunidos, conmemoraban un aniversario de la creación de su entidad. La pasamos bien, comimos, reímos y escuchamos aquellas inusuales anécdotas. Recuerdo que el regreso a Santiago de Cuba fue en un yate, y yo, amante de los barcos, aprecié emocionado aquella travesía.
Otro encuentro con el comandante a través de nuestra prima tuvo lugar el año siguiente. Recuerdo su anécdota de cuando atrapó a Amancio Mosqueda, alias comandante Yarey, contrarrevolucionario de origen campesino que se había infiltrado varias veces en Cuba, y que esa vez lo había hecho por la parte oriental. Luego de perseguirlo lo habían apresado sin que se defendiera combatiendo, cosa que, según manifestó Tomás, como abreviadamente le decían sus allegados al Comandante Tomassevich, le había defraudado, porque hubiera preferido que Yarey se le hubiera enfrentado con las armas. Más tarde Mosqueda fue fusilado.
Esa vez fuimos a otra playa cerca de Caletón Blanco, al oeste de Santiago, y yo que era amante del buceo pesqué una langosta, simplemente con un pincho de acero. Tomás me la pidió para comérsela. La ingirió cruda, me imagino recordando sus días de guerrillero cuando ni fósforos tenían para hacer un fuego. Quizás me tomó aprecio y me regaló un cuchillo de pesca submarino, que no sé qué curso cogió cuando salí de Cuba en 1997. Esa vez nos llevó hasta la casa, y allí compartió un rato con mis padres y saboreó un rico café que preparó mi mamá.
La última vez que lo vi fue en Ciudad de la Habana, creo en 1989, durante una actividad del Estado Mayor del Municipio Plaza del cual fui alcalde. Recuerdo que al verlo me desplacé rápidamente hacia él quien, al no reconocerme tras tantos años, adoptó una actitud defensiva, me imagino propia de un hombre habituado a los enfrentamientos. Conversamos brevemente y nos acordamos de aquellos tiempos en los cuales la prima Clara había trabajado con él en Oriente. Aquí en Canadá supe de su deceso en el 2001.
¿Cuánto de bueno o malo hizo el Comandante Tomassevich? ¿Cuánta sangre se derrama en una guerra, durante la cual, como en todas las guerras, se dice que todo se vale en aras de salir vivo de ellas? Ninguna biografía será capaz de abarcar en detalles su tumultuosa y heterogénea vida militar, de la cual muchos eventos habrá llevado consigo a la tumba.
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