Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
paola maita
Photo by: martin.mutch ©

Persona en blanco

Aquí nadie me conoce.

Este era uno de los pensamientos más recurrentes que tenía los primeros meses de llegar a España. Cuando alguien es nuevo en un sitio, es una página en blanco para los otros del lugar, aunque nosotros sigamos cargando con nuestra historia, recuerdos y cicatrices.

A medida que va pasando el tiempo, esas otras personas que vamos conociendo nos van identificando, añadiendo historias, palabras y recuerdos. De repente, nos adjetivan, surgen emociones o reacciones que quizás jamás habíamos esperado. Nos sorprendemos a nosotros mismos, a los que nos conocían en nuestra vida anterior y quizás hasta los nuevos.

 


 

La primera vez que me atreví a mostrarme abiertamente sensible con I. a los pocos días de conocerle, sé que ella no se sorprendió. Después de todo, ella no esperaba nada de mí. Para ella, yo era una página en blanco.

Por mi parte, yo, acostumbrada a tener un ojo volcado hacia mi interior la mayor parte del tiempo, estaba desconcertada. ¿Siempre había sido capaz de mostrar mi sensibilidad de buenas a primeras y no lo sabía o era algo realmente nuevo?

Su falta de expectativas me resultó encantadora. Podría haberle dicho cualquier cosa que se me ocurriese, y como cualquier información y reacción era nueva, no había un juicio anterior que la condicionase.

No solo era una desconocida para ella, como lo seré siempre ante cualquier persona que esté recién conociendo. Era algo más grande. Nadie en aquel pueblo, salvo S. y su familia, esperaban algo de mí. Los chicos con los que iba al curso de catalán, las personas que me encontraba en la calle, Barcelona entera… Para todos ellos, fui un lienzo donde podían plasmar sus impresiones sin que mediase una historia anterior, un conocido, un algo que dijese sospecho que Paola es o va a hacer esto.

Me di cuenta de que sí, me sentía muy triste de no tener diferentes opciones de amigos para poder tomarme algo o ir al cine con alguien; pero al mismo tiempo me regalaba una libertad maravillosa. Podía reinventarme, hacer todo aquello que me daba miedo en Venezuela por temor al juicio y a la mirada ajena, y no había la posibilidad de cruzarme con alguien que le contase a alguno de mis conocidos aquello que me había visto hacer.

Para mí, ser una persona en blanco se convirtió en la posibilidad de sentarme a pensar qué cosas de mí quería cambiar y materializarlo. Fue una oportunidad de oro.

 


 

Después de cuantiosas cervezas, caminatas, cafés, acompañarle en la muerte de su esposo, dejé de ser una página en blanco para I. Comenzó a saber cómo podía reaccionar, qué cosa podría hacerme reír o llorar, cuando estaba molesta o qué significaban mis silencios.

Este proceso de ir dejando de ser una página en blanco para las personas aquí en España se ha repetido cada vez más a menudo a medida que he ido conociendo gente nueva.

Ahora, cuando tengo un círculo de amigos y conocidos, ese momento donde nadie me conocía es cada vez es más lejano y menos posible. Por una parte, esa distancia hace que me vaya sintiendo más cómoda, más en casa, menos foránea. Por otra parte, he perdido la belleza del anonimato.

Entiendo que ese momento de ser un desconocido en un sitio tiene un tiempo finito. Un día solo podía saludar a la señora de la frutería y a S. Pasadas un par de estaciones, ahora puedo saludar a la de la frutería, al del abasto y al de la pizzería mientras voy de camino a un bar donde he quedado con J. para hablar de nuestras cosas.


Photo by: martin.mutch ©

Hey you,
¿nos brindas un café?