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Paul Boyton
Book cover: The Story of Paul Boyton. George Routledge & Sons Limited. ©

Paul Boyton, un aventurero en la guerra del Salitre

¿Que habrá pensado el creador del parque de atracciones de Coney Island cuando el tribunal leyó su sentencia? ¿Morir fusilado? ¿En un lejano rincón de Sudamérica? Quizás recordó aquellos días en que la gente se le acercaba tan solo para mirarlo de cerca o, con suerte, poder tocar a ese impresionante mito acuático, un Poseidón del siglo XIX. Quizás habrá recordado aquellos días, cuando cruzó el Canal de la Mancha, el Estrecho de Gibraltar o la Bahía de Nápoles y la sensación en su piel al escuchar los gritos de la gente que esperaba horas y horas para verlo pasar flotando en su traje. O cuando navegó de lado a lado portentosos ríos de Estados Unidos y Europa, como el Mississippi, Missouri, Hudson, Rin, Danubio, el Tajo (desde Toledo a Lisboa); más de 2.800 millas navegadas en un novedoso traje de caucho vulcanizado (inventado por C.S.Merriman en 1872), que le permitía flotar como un Kayak, impulsado tan solo por una pequeña vela que manejaba con una mano y un remo de doble pala con la otra. Quizás recordó con nostalgia esas cenas junto a seductoras señoritas en España o Francia. En las glamorosas giras junto al circo de atracciones acuáticas donde era conocido como “el hombre rana”, “el hombre barco” el “hombre flotante”. Si, cuando Boyton escuchó su sentencia, ya era ampliamente conocido en Europa y Estados Unidos gracias a sus extravagantes demostraciones junto a su inseparable traje acuático; algunas de ellas realmente memorables para su tiempo, como aquella en donde aparece fumando un habano mientras flota de espaldas sobre una gran ola en el Atlántico. Seguramente pensó en su infancia, en Irlanda, y en los sueños que el aventurero insaciable no podría realizar… o quizás fue más sencillo, simplemente se recriminó, porque después de todo, en qué estaba pensando cuando decidió viajar hasta Lima y participar de un conflicto que le era totalmente ajeno.

Es el mes de enero de 1881 de la guerra entre Perú y Chile. Luego de dos años de conflicto y de vencer en las sangrientas batallas de Miraflores y Chorrillos, las tropas chilenas están instaladas a unos cuantos kilómetros al sur de Lima, listas para ocupar la capital. Por su parte, en el Callao, la flota de acorazados chilenos hace su parte de la estrategia bloqueando el importante puerto de una ciudad diezmada por la escasez de suministros y la inminente invasión extranjera. Paul Boyton, quien ya ha fallado en otros intentos por hundir algún acorazado chileno, espera impaciente el momento oportuno para actuar. El famoso “hombre torpedo”, veterano de la Guerra de Secesión norteamericana, de la Guerra Franco-Prusiana, el marino que había peleado junto a Benito Juárez en México, el impaciente traficante de armas, ahora invierte su tiempo planeando la forma de hundir el primer acorzado invasor con poderosas cargas de dinamita que pretendía instalar en sus líneas de flotación. Pero sus planes de ataque a veces se confunden con el incesante revolotear de increíbles negocios que ahora si podría realizar holgadamente en Estados Unidos gracias al dinero prometido por el Gobierno peruano: más de cien mil dólares por cada barco. El trato realizado con el presidente Nicolás de Piérola, estaba a la altura de una auténtica celebridad del mundo del espectáculo, inspirador de escritores como Julio Verne que creó un personaje inspirado en él, de himnos y canciones que enaltecían sus aventuras en diferentes países o de los periódicos como el New York Times que seguía sus proezas en todo el mundo; pero también estaba a la altura de la desesperada situación del presidente peruano. Más de quinientos mil dólares si lograba romper el bloqueo. ¡Todo un dineral para aquella época!

Pero el asunto es que el showman norteamericano no obtuvo ni un solo dólar. Y no fue por incumplimiento del gobierno peruano. El mundo del espectáculo es lo opuesto a la vida real y todas esas demostraciones realizadas bajo una lluvia de champagne y vinos franceses, los seductores elogios de las doncellas, fueron ablandando su alma guerrera y no sirvieron de nada ante el teatro de un conflicto verídico. En una carta de febrero de 1881 y que fue publicada en el New York Times el 9 de marzo de ese año, Boyton relata su dura experiencia en Lima y los inútiles intentos por hundir algún barco chileno:

“Una noche navegaba a través de la isla de San Lorenzo y anclé bajo el acantilado en la cabeza de ella. La isla fue ocupada por una pequeña guarnición de chilenos, y su flota anclada en el otro extremo durante el día. Tomando un torpedo y mi traje, remé a tierra con el propósito de hacer un reconocimiento. Antes de salir ordené a los hombres en el bote no moverse hasta que haya regresado, a quienes dije sería alrededor de una hora. Estuve detenido durante más de tres horas a causa de un guardia, al cual tuve que flanquear, y cuando regresé, para mi horror y sorpresa encontré que el bote me había dejado”.

A la mañana siguiente logró llegar por las suyas al Callao distante a más de tres millas, donde casi es asesinado por los guardias peruanos, que según relata en su carta “gracias al cielo, no eran buenos tiradores”. Boyton escribe que, así como éste, realizaron varios intentos fallidos que lo desmoralizaron poco a poco, hasta el punto de querer desertar.

Pero las cosas fueron de mal en peor para el aventurero acuático. En diciembre de 1880 el ejército chileno invade Lurín (distante a 24 millas de Lima) y Boyton es obligado a colaborar con el ejército peruano siendo enviado a formar parte de la defensa de la capital al sur de Lima. Así es testigo de las cruentas batallas de Chorrillos y Miraflores (13 al 15 de enero de 1881) en donde relata la valiente defensa de los soldados de reserva peruanos conformado principalmente por jóvenes civiles de Lima quienes, sin mucha experiencia en la brutalidad de la guerra, acudieron al llamado patriótico, y a veces suicida, de defender su tierra:

“En un instante comenzaron disparos a lo largo de la línea, y en tiempo más rápido de lo que me lleva a decir la batalla había comenzado. Una más feroz y sangrienta que nunca he sido testigo. Pues bien, debes saber por los periódicos cómo terminó. Se demostró que es el cementerio del Perú”.

Después de las derrotas del ejército peruano, Boyton forma parte del contingente de soldados que huyen desorganizados hacia Lima y como si no fueran suficientes los horrores vistos en el campo de batalla, que debieron ser muy crueles para aquellos fogueados ojos en asuntos de salvajismo humano, relata que al llegar a Lima encontró una ciudad poseída por el pillaje, la locura, el pánico y asesinatos por doquier. Una Lima cuyos oficiales queman los últimos barcos de guerra creando apocalípticas imágenes sobre el mar, y destruyen con dinamita las baterías destinadas a proteger la ciudad, para que nada, absolutamente nada, quedara en manos del enemigo. Imágenes de fuego y gritos. Ante aquel espectáculo plagado de destrucción, escribe Boyton al final de una carta: “Espero nunca presenciar tales cosas de nuevo”.

El 17 de enero las tropas chilenas entran a Lima y Boyton es hecho prisionero y condenado a morir fusilado por un tribunal militar; sin embargo, ya sea por la fama que precedía al “hombre torpedo” o tal vez por ser miembro de la masonería de la que varios altos oficiales del ejército chileno eran miembros, Paul Boyton escapa de la muerte y es puesto en libertad condicional, pero sin poder salir de Lima. En abril de ese mismo año escapa hacia Estados Unidos llevando consigo una importante carga de reliquias del impero Inca que vendería a coleccionistas, terminando así la aventura de este marino norteamericano en Sudamérica.

En los años venideros, Paul Boyton continuaría ligado al mundo del espectáculo, haciendo giras con su traje y creando diferentes ferias de diversiones. Años más tarde (1895), fundaría el “Lion Sea Park” en Coney Island, siendo el primer parque de atracciones moderno, permanente y cerrado de Estados Unidos, que luego debió vender a Frederick Thompson y Elmer Dundy, siendo rebautizado como Luna Park en 1902, nombre que mantiene a estos días.

Como todos los grandes aventureros y soñadores de su época, Boyton murió en la más absoluta pobreza el 19 de abril de 1924, a la edad de setenta y cinco años en Brooklyn. Quizás las últimas imágenes de ese hombre aventurero fueron las de unas calles que le parecían demasiado pequeñas, insuficientes quizás, para la inmensidad del mundo que había conocido y conquistado junto a su traje de hombre rana. O quizás, previniendo una desgracia aún mayor, simplemente deseó descansar y huir de los sombríos años que rápidamente se aproximaban a los Estados Unidos.


Book cover: The Story of Paul Boyton. George Routledge & Sons Limited. ©

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