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dina di donato
Photo Credits: Jakob Naurath ©

Pateras por todas partes

Estaba estática la tarde

También hubo un incendio en la pared cerca de los libros y las cosas comenzaron a moverse. Luego era domingo y sin fuegos volvimos a sentarnos al vapor de las palabras y los sonidos de los animales que dan cacerolazos con sus fauces y sus picos en el patio quieto

Hay instrucciones de guerra como reguero de latas en la alacena como de agua sin aljibe como de comida sin hambre como de sirena y aviones

Como de un bosque paralelo del horror pero que es material para una pesadilla en colectivo

Todas en la casa ya soñamos con eso.

Y amanecimos preguntando ¿qué sigue qué sigue?

Cuenta tú porque voy a poner este cazo a recoger la lluvia y los pájaros me están llamando

Marianela Cabrera Pineda. Cagua la Vieja, 2019.

Los bañistas se hacen los que no han visto. Aparentan que es la rutina veraneando. Los bronceadores en spray cambiándole el tono a la belleza de unas horas: selfi. El móvil acercando el trabajo terminado: selfi. La moda de bañadores que cubren de pie a cabeza hechos de piel de pescado anticancerígeno y decorados con reliquias vulnerables, esculpen tus zonas de grasa mala mientras te curan sin matarte de calor. En un torso perfecto se ve la aguja de una catedral gótica lanzada como una antorcha. En unas caderas, la tela moldea una de las geografías más antiguas del planeta tasajeada por guerrilleros convertidos en guarda-esclavos transnacionales. Selfi de cara pasando la lengua por el arco de hielo del glaciar Perito Moreno ajustando pechos a la medida. El recién nacido que llevan a conocer el mar, el abuelo que guía a su nieta de tres años en un perfecto clavado a la orilla: selfi. Sentados sobre una sábana King, una familia numerosa festeja desplegando platos de pasta alrededor de una olla. Selfi de la prima que está de visita e insiste en no quitarse el suéter.

El final de una relación, al décimo SMS sin respuesta, casi da al traste con todo. Un “maldito, te tengo en la mira”, con foto remarcando el punto de la costa ubicada, hacen que el ex se desconecte y recoja todo apresuradamente. Abandona el área porque hay que despistar las verdaderas maniobras de la playa.

Mi grupo no duda en apagar el último show de George Harris. Este año el móvil no ha servido para fotos nuestras, no logramos componer la cara de matones que nos sale luciendo hinchazones nuevas del poco dormir y morder angustia. El amigo médico, cerveza en mano para disimular, es el más rápido y cortante, nada de darle arepas a los que llegan porque sus organismos terminarían de colapsar. Hay que volverlos invisibles. Por nervios, no distinguimos mucho realmente, nos ponemos a tumbar a la dictadura ya, concentrados en las pantallitas como si siguiéramos atentos a las protestas por el tuiter. Los más jóvenes se acuestan haciendo chistes en el agua roja, alzan manos con señas de cuerno de roqueros metálicos: selfi. Otro grupo levanta gigantes, en un improvisado concurso de combates de reyes de arena. Debajo, poco a poco, logran enterrar muy hondo restos humanos.

Un par de lentos que al principio creyeron que se trataba de tiburones, se ocupa conmigo de dispersar a los pájaros para evitar que picoteen a los muertos.

Todo ahora es de mentira. El descanso, la pose, la comida, sigan hablando, el zumbido debe mantenerse parejo. Amasamos la energía gregaria que dicta gestos lógicos, antiguos, de auxilio. Vamos rescatando entre todos a los recién llegados que trae el mar.

Una vez reanimados a la sombra de los toldos, (los boca a boca de lejos debes aparentar abrazos de recién casados), les calzan lentes oscuros, y no faltan ancianas que les dejan sus exóticos librotes de suspenso para cubrirles media cara. Como si durmieran un poco mientras leen superventas del verano con final feliz, les suministran agua de coco cien por ciento natural hasta que pueden ponerse de pie sin ayuda. Algunos, agonizantes, y una mujer a punto de parir, salen entre gente que se hace la borracha y tambaleándose los abraza fuerte hasta acomodarlos en los autos en busca de improvisados puestos de socorro y patios internos de edificios ajardinados por si hiciera falta una tumba. Los más hidratados, los niños mudos y también los avispados que ya quieren salir corriendo a jugar, las chicas atléticas, son cambiados de color y envueltos en pareos con estampados de comiquitas y de masacres de teleseries y pronto se confunden en el cardumen alegre de la playa que poco a poco los escoltará por la ciudad.

Vivirán como todos desde el próximo otoño, disfrazados con rasgos típicos de los ilegales del común que comienzan con identidades falsas y todo el poder de convencimiento, tan vistosos en su anonimato multicultural niuyorquino y despistado: hace rato que la crisis está sacando a vecinos de New York hacia Dubai. Pero sólo aquí cada quien es recibido por alguien que no sabe explicar un sentimiento incomunicable pero real experimentado únicamente aquí. Hasta los estudiantes y residentes temporales con contratos buenos y cortos al poco tiempo perciben seres extraños, como atemporales. No siempre reconocen a antepasados perseguidos en diferentes épocas que lograron la esquina para la vida. Algunos rostros nos suenan de algo. Casi nadie lo cuenta, mejor rehuir diagnósticos; será un golpe de sol que aumenta en esta primavera extraña, cuando llega la noticia de la muerte de Atanasio Alegre firmando con la palabra Llevanza su última entrada en el Papel Literario. Se está filtrando a los huesos una vida de la mente colectiva, no se sabe bien. Si te vas de New York y entras legal a otros lugares, por ejemplo a los Emiratos, o a otro mundo, no tardas en notar en tus huesos rumores extraños que te conminan a querer camuflar a los sin papeles de allí para que no los descubra la policía de las fronteras y puedan darle esquina a los hijos.

En diciembre nos haremos documentales con el mar picado y desierto al fondo después de haber lanzado gestos floridos en homenaje a los que no alcanzaron costas desde que el mundo inició sus matanzas de ida y vuelta. Esta vez disimulados entre religiosos con sus rituales evocadores de las santas, ballenas, naves o barrigas de sus espíritus viajeros o en un festival de poesía Latinx contestataria paseando a algún invitado para presumir de nieve, o desde su desdén aparente, corriendo detrás de las bufandas voladoras: selfie.


Photo Credits: Jakob Naurath ©

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