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Pastillas para Jugar

CARACAS: Todo comenzó con la trágica muerte de uno de mis primos, fue justo después de su entierro que el miedo se apoderó de mí. Las siguientes semanas fueron terribles, pues me la pasé rogándole a Dios que la muerte no me llegara tan pronto. Negociaba constantemente con ella para que no me llevara ni a mí, ni a un conocido y mucho menos a otro familiar.

La verdad es que ese año fue terrible, salía a trabajar o a la universidad y sentía que algo o alguien me perseguía. Tenía tanto miedo, que dejé de disfrutar la ciudad a pie (cuando en Caracas se podía caminar seguro) y me compré un carro, al que convertí en mi burbuja protectora. Ya no sentía que me perseguían en el metro, ni en el carrito por puesto, ni en la principal de Las Mercedes; pero entonces se apoderó de mi otro temor: el de sufrir un accidente de tránsito, entonces comprendí que necesitaba ayuda.

No sabía a quién acudir, así que hablé con mi profesora de psicología de la comunicación y ella me remitió con una psiquiatra amiga suya. La Doctora Madrid me ayudó muchísimo, fui con ella varios meses, y después de varias sesiones podría decirse que me curé. Incluso emprendí uno de mis sueños: convertirme en corresponsal de guerra, lo malo fue que me tocó cubrir conflictos en mi propio país, pero eso es otra historia.

En esos años iba a cuanta marcha, manifestación o concentración se realizara, y no me importaba meterme entre el humo de las lacrimógenas, ni en los piquetes de la GN o la policía, sólo para obtener la mejor toma; en verdad me sentía bien y ya no tenía miedo.

En ocasiones, una silueta difusa del temor trataba de apoderarse de mí, pero una pastillita milagrosa lo ahuyentaba y me permitía seguir adelante. Tenía control total de mis nervios, y gracias a eso me gradué, trabajé en lo que quise y donde quise, viajé, regresé y hasta tomé una decisión de verdad bastante valiente: me casé. Luego llegó mi primer hijo. Recuerdo que cuando me enteré de que mi esposa estaba embarazada sentí incertidumbre, aclaro, el miedo normal que sentimos todos cuando damos pasos trascendentales que nos cambian la vida.

¿En qué mundo le tocaría crecer a mi hijo?

Una noche de agosto llegó mi hijo, el parto se complicó pero al final el doctor resolvió. Pero mi hijo casi no la cuenta. Nuevamente el miedo de perder a alguien querido, o mejor dicho, al más querido de los seres hizo aparición. El pequeño fue creciendo y a medida que crecía, el miedo a que le pudiese pasar algo crecía también, venían los paseos, las salidas, y después la escuela. En su primer día de colegio, recuerdo que me estacioné frente a la escuela, le entregué el niño a la maestra, me metí en mi carro y no me moví hasta la hora de salida. No me separé de la entrada ni un minuto.

La ciudad se fue poniendo cada vez más hostil, en los periódicos todos los días daban el parte de guerra. Robos, secuestros y demás estaban desgraciadamente de moda.

Un día leí el titular: “Muerto niño de 3 años durante balacera”. Resulta que justo cuando una madre buscaba a su hijo en la escuela, un policía trató de frustrar un robo y los delincuentes lo enfrentaron. Lamentablemente la madre y el niño quedaron en la línea de fuego. Ese fue el detonante para que tomáramos la decisión de mudarnos fuera de la ciudad.

A raíz de ese hecho mis miedos volvieron, se agudizó de tal forma que, aunque traté de ocultar mi problema, se volvió demasiado evidente, me volví demasiado irritable. Entonces le pedí ayuda a mi esposa y ella como siempre me apoyó, retomé la psiquiatra y las pastillas.

Ya han pasado varios meses, y estoy mucho mejor, podría decirse que estoy volviendo a la normalidad, aunque confieso que me parece muy loco que con toda la violencia que estamos viviendo, que la gente ya no se preocupe, e incluso algunos no reconozcan el problema, como si vivieran en otro país, en uno paralelo donde nunca pasa nada. Una especie de Disneylandia.

Mi hijo cada día se hace más y más grande, y lo entiende todo, con decirles que el otro día me dijo una frase que me dejo perplejo:

“Papi, vamos a salir, así que por favor tomate la pastilla para jugar, para que no tengas miedo”.

Ojalá que más temprano que tarde, la seguridad regrese a patearle el culo al temor y yo ya no tenga que tomar pastillas para salir de paseo.


Photo Credits: sacks08

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