If you’re going through hell, keep going.
Winston Churchill
“Quina depressió!”, exclamó Arantxa al leer el devastador titular del día anterior en elEconomista.es donde afirmaban que la política separatista ya le estaba costando a Catalunya 690 millones de euros en caída de inversiones. Siguiendo los tejemanejes del cogollito catalán para manipular las ansias independentistas de un sector del país petit, Arantxa se hallaba en pie de guerra. “¡Ni harta de poppers!, gritó, mientras sorbía su vino blanco. Luigi una vez más le recomendó discreción, pues nunca se sabe quién podía estar escuchando en la mesa de al lado. Con tanta paranoia a favor y en contra de la ruptura con España y el caudal de banderas esteladas colgando por los balcones, a Arantxa lo que le apetecía era guindar la rojigualda en pleno barrio de Gràcia. Todo por darle otro disgusto al padre, separatista desde siempre, a diferencia de la madre, más prudente en esto de los extremismos exacerbados dentro de las familias; si bien una prima suya seguía estacionada en aquello de que “contra Franco vivíamos mejor”.
—Y te vaticino Luigi, esta olla de grillos nos va a llevar por el despeñadero. No sé en qué están pensando Artur Mas y compañía, cuando aquí el verdadero problema es la integración, no solo de los naturales de la Península, sino de los crecientes contingentes árabes, africanos, latinoamericanos y asiáticos. Hasta el meu nen está hecho un lío con el énfasis del colegio por enfatizar solamente el catalán, cuando lo que más le mola es el crisol de lenguas y razas que encuentra al jugar en la calle.
—Pues, fíjate, ya casi me estás dando la razón. Acuérdate cuando criticabas mi espanto al precipicio por el cual el chavismo lanzó a Venezuela, porque para ti los radicalismos eran justamente la panacea para erradicar los males endémicos de nuestros países.
—¡Nada qué ver! Aquello es un asunto muy distinto, pues los latinoamericanos llevan más de quinientos años explotados por una oligarquía enquistada en el DNA de la gente como un cáncer.
—¿Y no es una enfermedad similar este nacionalismo extremo de un gobierno más preocupado por enquistarse en el poder, que por resolver los auténticos problemas que afectan a los catalanes?
La pregunta quedó suspendida sobre los toldos de la terraza del Raval donde se habían sentado a hacer el aperitivo. Arantxa cerró la página de elEconomista.es y se dispuso a disfrutar de los últimos coletazos del buen tiempo, antes de entrar de lleno en el otoño. Adrià estaba todavía en el colegio y Luigi regresaba pronto a Ámsterdam; con lo cual pasarlo bien entonces era el objetivo principal de aquel encuentro con el compañero de fatigas neoyorkinas, cada vez más lejanas sin embargo de su cotidianeidad, pues aún seguía desempleada. Con excepción de las esporádicas traducciones y uno que otro pago por hacer de azafata en las ferias de muestras, dependía fundamentalmente de los padres para la manutención del hijo, por suerte cada vez mejor integrado al tarannà vernáculo, pese a la montaña rusa por donde se deslizaba la identidad catalana.
Y es que poco había en común entre el apuro por ser un país aparte, espoleado desde la Generalitat, y el esfuerzo diario de la gente para construir una sociedad más inclusiva, donde las distintas etnias, hablas y creencias pudieran convivir pacíficamente. En los parques y las calles se percibía esa voluntad, al observar a los colegiales provenientes de nacionalidades diversas, enfrascados en un solo partido de fútbol, escuchando iguales canciones, calzando sneakers similares, admirando a idénticos actores, viajando por una misma geografía que, de los Pirineos a Portugal, compartía mucho más de lo que rechazaba.
—Paradójico que, inmersos en una revolución tecnológica cuyo rasgo distintivo es la comunicación sin fronteras, muchos países busquen reforzar cada vez más las suyas o, cual es el caso catalán, dividir las propias.
—Así es Arantxa. Ello me trae recuerdos de los sectarismos que aquella otra revolución ha sembrado en el mío. No te extrañe que, el día menos pensado, el régimen cierre la frontera con Colombia y se haga a la fuerza con la Guayana en reclamación.
—Vivimos tiempos difíciles para los ideales de cooperación y participación, especialmente desde el poder, pues el individuo de a pie se ha vuelto cada vez más tolerante. Mira tú como con tu pareja has podido criar a una niña senegalesa, desarrollándose feliz entre los demás holandeses, y yo le celebro el cumpleaños a Adrià invitando a sus compañeros del colegio, varios de ellos también adoptados como el mío, familiares y amigos donde no falta ningún color de piel.
—Continuemos entonces por la misma senda. Te cuento que hasta mi hermano, numerario del Opus Dei, está siguiendo el ejemplo del Papa Francisco y, cuando vino a Ámsterdam para un encuentro de la Orden, se alojó en nuestra casa. Mi marido lo llevó a pasear en bicicleta por los canales y no le puso ninguna traba cuando pidió bendecir la mesa, en la cena organizada en su honor, donde ni uno de nuestros íntimos, por muy ateo y anticlerical que fuera, faltó a la cita o le puso mala cara.
—Pero los políticos no aprenden. Se hacen con el poder en nombre del pueblo y luego se olvidan de quienes les eligieron.
—Eso, cuando no se montan en la silla presidencial a la fuerza, cual ha sido el caso de los elementos rigiendo hoy los destinos del mío, tras robarle las elecciones al candidato de la oposición.
—Ahí te doy la razón Luigi, porque por muy admiradora que fui del fundador de la nueva Venezuela, quienes se han apropiado de su legado no han hecho sino robar y destruir las bases sobre las cuales el difunto empezó a edificar una sociedad más justa.
—No sé, no sé Arantxa; porque a mi regreso, hace apenas dos meses, no vi menos pobreza sino más. Y eso, querida, no es solo producto del gobierno actual o el anterior, sino viene de muy atrás; de antes, incluso, de la democracia fundacional del pasado siglo, cuando los militares y juntas patrióticas gobernaron Venezuela cual si se tratara de su hacienda personal.
—Algo que no ha cambiado hasta el sol de hoy. Y no me refiero únicamente a las antiguas colonias africanas o a las repúblicas bananeras. Aquí mismo en Catalunya y el resto de España la corrupción de presidentes y demás autoridades gubernamentales ha alcanzado niveles insólitos. No me extraña que fuerzas tan híbridas como Ciudadanos y Podemos estén subiendo rápidamente en las encuestas.
—¿Y por qué híbridas?
—Porque no poseen una identidad distintiva, sino se metamorfosean para adaptarse camaleónicamente a las circunstancias del momento.
—Un poco como la mesa de la oposición venezolana, donde malviven múltiples ideologías; desde la izquierda tradicional a la derecha más radical se han sentado a tramar, aunque muy a pesar suyo, la caída del régimen.
—Sí. Todo, con tal de meter su cuchara en la olla.
El camarero llegó con un plato de pulpo y unas croquetas, quedando temporalmente interrumpido el diálogo sobre el tema; pues nada como hendir la cuchara en unas sabrosas tapas acompañadas por una botella de buen vino en una terraza barcelonesa, para que los infortunios del afuera se desdibujen. Entre bocado y bocado, Arantxa y Luigi se miraban solícitos, evidenciando con sus sonrisas la satisfacción que el tentempié, la agradable temperatura y la complicidad en compañía del otro había traído esa tarde consigo.
—¿Y qué se sabe de Nicolás?, preguntó Luigi, recordando al único de su círculo todavía instalado en Nueva York.
—Pues justo me mandó ayer un correo para agradecerme las fotos que le envié de él con Adrià, de la última vez cuando estuvimos visitando mi añorada ciudad. Te confieso, si no fuera por el meu nen, ya me habría vuelto allí a probar otra vez fortuna. Aunque, de cualquier manera, no te sorprendas si un día de estos te anuncio que me lie la manta a la cabeza y regresé a Manhattan. Por lo pronto, ya he empezado a hacer los trámites para darle la nacionalidad; porque no te imaginas cómo se divierte cuando lo llevo a los campamentos de verano, y le presento a mis ex chulos y compañeros del pasado, entreteniéndolo y haciéndole fiestas mientras yo me desahogo de mis penas frente a un scotch on the rocks.
—Debe ser ese espíritu de mochilera que nunca te ha abandonado, pese a tus esfuerzos para reintegrarte a la vida casolana del barrio de Gràcia.
—Lo único casolà que me atrae es la cocina. Y no la de mi madre porque, la pobre, nunca se le dio bien esto de los fogones pero, en fin, qué se le va hacer. Fíjate yo que ni agua hervía cuando viví en Nueva York, ya me ves con El gran llibre de la cuina catalana intentando aprender algunos platos.
—Increíble esto de ser madre Arantxa, te ha virado del revés. Recuerdo cuando encendías un cigarrillo tras otro y siempre tenías el centímetro cerca de la cama para medirles el instrumento a tus múltiples conquistas.
—¡Qué cosas Luigi!, me las dices y parece se tratara de otra Arantxa y no yo, aunque muchos sigan creándome mala fama. Yo puedo saber más de esa gente que habla de mí, que ellos de mí. Ellos nada más… es tan superficial lo que ellos miran de mí, Luigi, solamente mi apariencia externa. Y como yo soy una tipa que anda como volada, como en efecto… y que anda siempre con un nervio, un speed, con un rollo muy natural, la gente cree que hasta allí llego, ¿entiendes? Ellos no tienen la más reputa idea de esto que te estoy hablando yo. Y tú vas a las casas de cada uno de ellos y dices, ¿qué haces tú?, ¡enséñame tus artículos! Y no tienen nada que sacar. ¿Tú me estás entendiendo? No tienen nada que mostrar porque, ¡coño!, lo único que pueden decir es que yo estoy loca, que estoy volada. Eso es lo único que pueden decir, ¿está claro? ¿Tú te has puesto a analizar que esto puede ser así? De pronto tú crees que estoy exagerando… Esos son unos tipos, Luigi, que no hacen nada y tienen… Mira, ellos a pesar de que se llamen periodistas no tendrán jamás en la vida ni la cuarta parte de lo que yo, sin serlo, tengo realizado hasta hoy. Son incapaces de ponerse a hacer una cosa de estas.
Y Arantxa encendió el móvil mostrándole a Luigi su extensa lista de entrevistas, reseñas de cine, semblanzas a políticos, y textos sobre los logros y las taras del sistema educativo público donde tanto se involucró desde su escuelita en Queens.
—Sí, querida, pero esto aquí en España es un hándicap más que un punto a tu favor, porque les causas envidia a muchos que nunca tuvieron agallas para dejar sus pequeñas seguridades y lanzarse a lo desconocido, tal cual tú hiciste.
—Entonces el país era otro y costaba irse de aquí. Hoy, con la crisis, las calles europeas y americanas se han llenado de españoles armados de gadgets y títulos universitarios buscándose la vida.
—Igual con los venezolanos. Cuando me fui, mi generación más bien regresaba a poner en práctica lo aprendido afuera, en muchos casos gracias a las generosas becas de la Fundación Gran Mariscal de Ayacucho, pero actualmente los jóvenes están contando los días faltantes para terminar la secundaria o la universidad a fin de irse más rápido que inmediatamente. Y esto, cuando no es la familia completa la que termina saliendo, por lo general precariamente, a probar fortuna afuera.
Del entorno les llegó la melodía de una canción eslava, desde los instrumentos de un músico circulando entre las mesas a ver si alguien le echaba algunas monedas. Arantxa sacó un euro y lo dejó en la bolsa que un niño, no mucho mayor al suyo, pasaba de una a otra con la sonrisa forzada de quienes tienen pocos motivos para sonreír. Ahí ella quedó momentáneamente detenida en sus movimientos entre las sillas, imaginando cómo se hubiera desarrollado la existencia de aquel sin sus cuidados.
“Probablemente quien toca el violín es el padre; quizás llegando los dos de un pueblito similar al desaborido villorrio ruso donde nació Adrià. Bien podría haber sido el mío, este niño saltando de una mesa a otra. O quizás peor, porque al menos este parece tener familia, mientras a mí se me encogía el corazón al distinguir a tantos pequeños aguardando, tal vez inútilmente, por alguien que llegara a rescatarlos de tanta miseria. Devolviéndome a los enrevesados trámites de adopción, me hubiera gustado, por el mismo esfuerzo, traerme también al que compartía cuna amb el meu nen, pero mis hermanos se opusieron rotundamente; pues seguro pronosticaban iba a ser otra carga para nuestros padres, con la consiguiente reducción de la futura herencia. Pero así somos de egoístas los seres humanos, y luego la gente se queja de si al crecer niños como este se vuelven delincuentes o caen en abismos mucho más oscuros”.
—Ayer estuve hablando por Skype con mi hermana, ya de vuelta a la antaño “sucursal del cielo” tras conocer a su nueva sobrina, y lo primero que me dijo fue que, al final de un vuelo larguísimo porque el avión hizo no sé cuántas escalas, cuando desembarcó fue testigo de un robo en el mismo aeropuerto y al llegar finalmente a su casa, tras varias horas varada en el tráfico de la autopista Caracas-La Guaira, se encontró con que no había agua.
—Yo pensaba en el destino de Adrià sin mí, viendo al chiquito a quien le di el euro, y me entristecí sobremanera ante tanta injusticia.
—Esto es apenas la punta del iceberg, querida. El planeta entero se ha convertido en un hervidero de injusticias: destruyendo el patrimonio histórico milenario, fomentando el genocidio, asesinando a inocentes en nombre de la religión, expulsando a enormes contingentes de sus lugares de origen para trasplantarlos a países como el tuyo, o el que me ha adoptado a mí, y donde raramente serán bienvenidos.
—Sí, Luigi, y tantos y tantos episodios más que se nos escapan, porque se vuelve imposible comprender la magnitud del horror.
Pero la tarde se descorría templada y el entorno permanecía ajeno e incólume a las catástrofes sucediéndose tan cerca de ellos. Contrasentidos superponiéndose al diálogo de los amigos donde no faltaba la voluntad de combatir, desde sus respectivas posiciones, los destrozos causados por sectarismos e intolerancias. Si bien la modorra, producto de la hora, el vino y las tapas, iba aletargando su afán de componer lo que estuviera roto, al menos dentro del radio limitado por particulares rutinas, esperanzas y humores.
—Es la incultura, Arantxa; la pobreza y la falta de oportunidades del pueblo lo que me perturba.
—Pero yo creo en el pueblo, Luigi. Yo creo en la sensibilidad de la gente del pueblo. El pueblo es sabio. La intuición del pueblo es sabia. Cuando un tipo llega a un campesino y le dice, oye bien, cuando un campesino llega y dice, se asoma y ve el cielo y dice “¡Ahhhh!, la nube aquella y no se cuán… hoy llueve”. Y que sin necesidad de ver el reloj te da la hora exacta. Esa cuestión, esa viveza, esa sutileza… Ahí ya no podemos hablar de que el pueblo es inculto pues sería una locura. Yo te hablo de lo popular, de lo populacho. Aquello que se ha distorsionado, corroído, fermentado y tiene tintes snob, vamos a decirlo así. Que aquella cosa pura de la naturaleza del hombre, de nuestro hombre del campo se ha perdido. Y con el auge del llamado progreso, ya no se sabe qué es qué. Entonces, nuestros hombres del pueblo han mezclado todas estas ideas en su cerebro, y aquella cosa primitiva, ingenua y pura que era lo cierto y donde de verdad había sensibilidad, se ve distorsionada por una sociedad totalmente plástica, acrílica, que es nuestra herencia del llamado desarrollo en este era postindustrial y, si me apuras, hasta post tecnológica, con la velocidad a la cual se nos urge actualizar y actualizarnos. Es por eso que vemos tantas cosas, tantos contrastes que nos trastornan cuando salimos a la calle. Y es por eso también que yo he optado por estar en mi casa, rodearme de mis objetos y de la gente que no me va a perturbar, y liberarme de las perturbaciones que puedan haber dedicándome a mi hijo pero, sobre todo, a ver, sopesar, rumiar aquello que se extiende aquí frente a nosotros.
Y al decirlo, los brazos de Arantxa dibujaron un arco buscando contener y contenerse en lo que los abarcaba, aislándolos al interior de una burbuja puesta a bloquear temporalmente el drama exterior. Un drama sin embargo inescapable, pues para superarlo desde la cotidianeidad de sus existencias, no tenían más remedio que seguir andando. Así que pagaron la cuenta, recogieron sus cosas y empezaron a caminar.