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paola maita
Photo by: gencat cat ©

Pasaporte COVID

Sábado

– ¿Para comer aquí o para llevar?
– Para comer aquí
– ¿Pasaporte COVID?

Desde que me vacuné a mediados de año, no había tenido que demostrarlo. El pasaporte COVID no era más que otro de los archivos en la carpeta de descarga de mi teléfono que no uso.

Sin embargo, a principios de diciembre, comenzaron a decir que en Cataluña sería necesario para poder entrar a restaurantes, locales de ocio nocturno, gimnasios… Básicamente, muchos de los accesos a los espacios de vida social estarían restringidos por este certificado. Cuando comenzaron las noticias, lo primero que hice fue volver a descargarlo y guardarlo en un lugar donde pudiese encontrarlo rápidamente.

Ese sábado, salimos a recorrer Barcelona y una de las paradas obligatorias era un restaurante para comer. Apenas me lo pidieron en el restaurante, lo mostré, orgullosa como quien muestra algún logro. Supongo que la cajera se fio de que yo era esa que decía el documento y que era cierto, porque no verificó el código QR.

Me senté en la mesa con la tranquilidad de saber que todos los que estaban a mi alrededor estaban vacunados, aunque entiendo que eso no nos hace menos contagiosos.

Ojalá le tengan que decir a alguien que se retire porque no tiene el certificado, pensé en algún momento. Normalmente, no me gusta creer en la exclusión y en la segregación, pero he de admitir que la pandemia ha despertado en mí un cierto desprecio por aquellos que niegan lo que para mí es evidente.

Era una posición prepotente de la que esperaba no tener que arrepentirme.


Domingo

Leo este post en Instagram en la cuenta de una ilustradora que me gusta mucho. Cuenta la historia de los efectos secundarios que le ha dejado la vacuna.

Es mejor eso que tener que enfermarse de COVID, piensa enseguida ese lado prepotente que sigue convencido de estar en lo cierto, de que la vacuna es la opción. Enseguida, surge otra voz como respuesta en mi cabeza que dice ¿Realmente es cierto? ¿Es mejor padecer los efectos secundarios?

Me hallo en el medio de ambas. Por un lado, sigo profundamente convencida de que todos deberíamos estar vacunados y estoy agradecida de vivir en uno de los países con acceso fácil a la vacuna. Por otro, pensé en la serie de Black Mirror. ¿Acaso hemos permitido que nuestra validez como persona dependa de un certificado QR?

ESTAMOS EN PANDEMIA, me grita el sentido común. Comienzo a tener la sensación de que todas las reglas han cambiado, como si casi dos años de una pandemia no me hubiese dado pruebas suficientes.

Estadísticamente, era una posibilidad, lo sabes, dice una tercera voz en mi cabeza, la más racional de las tres. Es igual, todos deberíamos poder escoger la manera de estar bien, sin condiciones, dice la que me planteó la pregunta hace un par de momentos.

Cierro Instagram. No quiero seguir pensando en la historia de esa mujer.


Lunes

Vamos al Museo de Dalí en Figueres, aprovechando el puente que tenemos por unos días festivos. Apenas llegamos a la entrada, el encargado nos pide mostrar el pasaporte COVID. Esta vez, lo muestro más como parte de un trámite. El post de la ilustradora me ha quitado un poco la sensación de orgullo que tenía el sábado.

Las palabras nueva normalidad me resuenan en la cabeza. La verdad es que de nueva ya no tiene mucho. También es cierto que a pesar del post, sigo estando agradecida y creyendo que he hecho lo correcto. A pesar de ello, no termino de dejar de darle vueltas.

No me pesa porque nadie me obligó a vacunarme, pero no sé cómo me sentiría si lo hubiese hecho por mandato de la sociedad. Creo que aquí soy incapaz de ver claramente la frontera entre la libertad individual y el bien común. Sé que no lograré hacer las paces con ello pronto.


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