Aide-Mémoire:
Novela “Amuleto” de Roberto Bolaño
Álbum “Frontera” de Jorge Drexler
PARÍS: Latinoamérica no es un rumor.
Si usted es de origen latinoamericano y visita las calles de París, puede perderse es ese caracol que dibuja la ciudad y volverse a encontrar en alguna de sus treinta y cinco puertas, sabiéndose así, en las fronteras de la periferia citadina. Le aconsejo tomar la línea tres del metro hasta casi el final, porque hay una estación en particular, en la que podrá bajar del tren y entrar a Latinoamérica sin pasaporte y con un poco de imaginación. Esta estación se llama Porte de Champerret o en español “La puerta de Champerret”.
Antiguamente era el final de la línea color verde laurel en dirección Llevallois. Vale acotar que si usted se baja en sentido contrario, el cual sería Gallieni, también encontrará en su ruta un lugar muy interesante que es el cementerio del Père-Lachaise, del que hablaremos en otro momento, en el que no viajemos a Latinoamérica, sino al pasado.
Los vagones de la línea tres son impenetrables hasta que la masa popular desciende en la estación Saint-Lazare. Uno cree que París es una ciudad turística porque paseando por las zonas conocidas hay que pedir permiso para caminar con un metro de distancia, pero la verdad es que uno entiende que se trata de la ciudad más visitada del mundo cuando se observa la cantidad de gente que sube y baja en las conexiones al aeropuerto y al sistema nacional de trenes. Estas estaciones, por nombrar algunas, son: Denfert-Rochereau, Saint-michel, Anthony, Gare du Nord, Gare de l’est, Chatelet, Montparnasse, Gare Saint-Lazare, entre otras tantas.
No es sorpresa para nadie, aunque quizás un punto ignorado por muchos, que cientos de latinoamericanos han venido al viejo continente en búsqueda de una mesa donde poner sus ideas revolucionarias e ilustradas, y se han conseguido con el mantel perfecto, llamado París, el cual titula las calles como Rue, perfectamente pronunciadas con una erre un poco confusa para quienes tenemos la eñe en el diccionario. Militares, literatos, políticos, artistas y poetas provenientes de la extensión que comienza en el golfo de México y se extiende hasta la Patagonia, vinieron a esta ciudad que sin duda los enaltece. París hace que brille hasta un río que la atraviesa.
Hay barrios parisinos impregnados de Latinoamérica, peñas de baile en el barrio cinco y seis, restaurantes colombianos, cubanos y hasta venezolanos en el distrito quince y dieciocho. Uno que otro mercadito peruano para quienes buscan ingredientes particulares en el dieciséis. Pero en el diecisiete, que es al que nos lleva la línea Llevallois-Gallieni, la puerta de Champerret nos deja a unos cuarenta y siete pasos cortos de un silencioso jardín que lleva por nombre “square de l’Amérique Latine”, donde están Andrés Bello, Rubén Darío, José Martí, José Enrique Rodó, Ricardo Palma, Justo Sierra, Benjamín Acuña MacKena, y Juan Montalvo en su formato estatua, plano medio, con su mejor cara inexpresiva y en el medio de todos, Francisco de Miranda inmóvil y a caballo.
Alguna vez estuvo de moda pensar y convertirse en busto. Otras veces quizás lo estuvo pensar y dejar un legado que trascendiera por los siglos de los siglos y amén. Pero sigue siendo abrumador estar tan lejos en distancia y tan cerca a la vez de casa. Uno mira fijamente los ojos bronce de Andrés Bello y piensa en el cerro el Ávila. Habrá quienes piensen en Chile. Otros más conocedores pensarán en alguna obra de Virgilio traducida por él. Otros sencillamente serán indigentes y beberán un trago antes de caer rendidos en el banquito que decora el verdor de la plaza. Pero sin duda es un lugar para perderse y caer en cuenta que seguimos en París al voltear y ver la estación del metro, el McDonald’s de la esquina, el letrero que dice Place de la Porte de Champerret.
Si usted es de origen latinoamericano y quiere encontrar su continente en las calles de París, simplemente tome el tren de la línea tres del metro, baje en la estación Porte de Champerret, camine por el boulevard de la Somme dirección norte, y escondida entre los arbustos encontrará a la América Latina que ahora pertenece al mundo entero. Las estatuas de bronce que ahí reposan, son el monumento a los grandes embajadores de la libertad intelectual del nuevo mundo en el período independentista y posterior, eso que quizás los grandes del siglo XX procuraron mantener como origen primero y último final. Eso que explica Roberto Bolaño en el último párrafo de su novela Amuleto y eso que canta Jorge Drexler en su álbum Frontera. Salvando entre todos las distancias, que no existen en las zonas turísticas de París.
Latinoamérica no es un rumor. Y si lo fuera, es de esos que ya son más verdaderos que el absoluto.
NOTA sugerencia: El enlace para escuchar el álbum “Frontera” completo de Drexler y el enlace para leer en línea la novela “Amuleto” de Bolaño.