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Gustavo Gac-Artigas
viceversa magazine

¿Qué pasa con el escritor cuando vive en un país con un alto porcentaje de analfabetismo?

Que conste, antes de que, mal pensados, comiencen a preguntarse en qué país de Latinoamérica vivo, vivo en los Estados Unidos.

Y metafóricamente hablando llamaremos analfabetos funcionales a aquellos que no han leído un libro completo en el último semestre, o en el último año, para ser condescendientes.

Que el amable lector se ubique en la categoría que le corresponda independientemente del país en que viva.

El escritor será conocido por la crítica a sus libros dado que el amable ilustrado analfabeto, para no aparecer como ignorante, podrá citarlo a través de las palabras de otro, y hasta comprará un ejemplar del libro, si es que se deja llevar por una nueva y repetida línea en la crítica literaria: “historia lineal, fácil de leer”.

Así, lo que antes era considerado un insulto a la inteligencia, hoy se transforma en una cualidad en un país con un alto porcentaje de ofendidos que no se dan cuenta de que los ofenden. Y esos autores no reclaman puesto que a mayor la ofensa mayor es la venta.

¿El escritor?

El escritor perderá la esperanza de que el amable lector sonría, se emocione, goce de aquella metáfora que discretamente se le ofrece en la página 234 del libro o se pierda en los caminos de la reescritura de su obra a partir de su bagaje cultural y vivencial.

Podrá ser conocido a través de las redes sociales, a través de una entrevista, y pese a pertenecer a una especie en extinción, podrá disfrutar del privilegio de seguir escribiendo, aunque no lo lean, o de escribir para una elite, cuando la palabra es patrimonio de todos, cuando la palabra es democrática y no un instrumento del poder, cuando la palabra acaricia, estremece, despierta amor y curiosidad.

Por supuesto, esto sucede en el país del yo no leo, y no en el país del amable lector, y quizás ello sea lo que ha permitido que nos gobiernen individuos como Trump, o que exgobernantes corruptos puedan ser nuevamente candidatos y gocen de impunidad, o que un Maduro exista en Venezuela y un Temer en Brasil, o que se desencadenen los vientos del populismo, o que la derecha se arranque la máscara y sin tapujos quiera gobernar en defensa de sus intereses, o que en Chile se le pague hasta hoy día una pensión de invalidez por estrés postraumático al exagente de la Central Nacional de Inteligencia, Emilio Enrique Neira Donoso “por el trauma sufrido tras participar, por órdenes superiores, en la operación Albania en 1978 que se tradujo en el asesinato de doce personas”.

O quizás sea que simplemente el mundo dejó de ser lineal y se volvió muy complicado para leerlo y entenderlo, y resulta más cómodo cerrar el libro.

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